Capítulo Tres.

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La semana posterior a la fiesta fue bastante tranquila. Estuve haciendo planeaciones para una exposición que presentaría en la Universidad, pero nada realmente importante.
Ellie parecía estarse adaptando a su nuevo empleo. Pero a pesar de todo, la notaba demasiado distante, quise hacerme a la idea de que el cambio de actividades laborales la tenía inestable. Pero lo cierto es que después de la charla que tuvimos al siguiente día de la fiesta de Raphael, estaba casi segura que el hecho de haberse topado con Gianluca la había alterado un poco.

El cumpleaños de Elizabeth estaba cerca, y planeaba hacerle una fiesta sorpresa. necesitaba algun detalle para animarla. Tenía seis semanas para conseguir comida e invitados, y por supuesto, acondicionar el departamento en que vivíamos para que cupieran todas las personas que planeaba invitar.

Un día jueves, al salir de la facultad, me dirigí al centro comercial para solicitar un presupuesto aproximado de las compras que serían necesarias para el festejo. Mientras caminaba por estacionamiento, iba haciendo un recuento de las personas a las que pensé que sería una buena idea invitar para aproximar una cantidad de comida. No planeaba hacer nada muy grande, solo habría botanas, postres y bebidas, lo cuál aligeraría mucho el gasto. Al parecer iba tan sumida en mis pensamientos que nunca me di cuenta del auto que transitaba mientras yo cruzaba el camino.

El sonido de los frenos rechinando contra el asfalto me sobresaltó, y automáticamente me quedé paralizada ahí. Supongo que por inercia llevé la mirada hasta el lujoso auto que estaba a menos de un metro de lo que, si la mala suerte hubiera hecho de las suyas, sería mi cadáver.

Y ahí estaba. El mismo par de ojos castaños. La misma boca medio sonriente. La misma mirada serena. El mismo Piero.

Tenía una mano en el volante, y el otro brazo estaba puesto sobre la ventanilla abierta. Me lanzó una mirada de exámen, y luego se orilló para bajar del coche. De haber sido otra persona hubiera bajado corriendo despavoridamente, pero por alguna razón, el mantuvo su temple sereno mientas descendía del vehículo.

Retrocedí un par de pasos para no seguir obstruyendo la circulación hacia la caseta de salida del estacionamiento, mientras Piero se dirigía hacia mí.
—De verdad estaba esperando verte de nuevo, pero no estrellada en el parabrisas de mi auto. —Sonrió, pero había un la ligera traza de tensión en su cara.
—Vaya, lo siento. Iba un poco distraída. —Me disculpé y esbocé una mueca patética que dejaba ver lo avergonzada que me sentía.
—Tienes suerte de que sea un excelente conductor que siempre está alerta. —Replicó. —¿Te diriges a algún lado en específico?
—Umm... Ah... Yo... —Intenté reordenar mi mente, mientras las palabras sin coherencia brotaban de mis labios intentando crear un enunciado con sentido. —Iba a... La tienda de artículos para fiesta por que yo...
—¿Me permites acompañarte? —Me interrumpió de manera tajante, pero con un tono amable.
—No es necesario, yo puedo...
—Luces un poco dispersa, creo que te haría bien algo de compañía para recobrar tu estabilidad. ¿Puedo?

Asentí, mientras el me hacía un gesto, indicando que lo esperara justo donde estaba. Subió a su auto, y se aparcó a unos diez metros de donde mi persona casi se desvanecía. El quería ayudarme a recobrar mi estabilidad. No estaba bien segura en ese momento de lo que significaba, pero fuera lo que fuera, lo iba a dejar porque necesitaba una mente de repuesto.

Caminó apresurado hacia donde lo esperé mientras estacionaba su lujoso auto italiano, y me ofreció su brazo para seguir caminando. Acepté su invitación y al tomarlo, pude sentir en mi antebrazo la tensión de sus músculos bien desarrollados. Cruzamos la entrada del centro comercial, yo aún seguía un tanto mareada. El silencio se hizo presente al caminar por la planta baja del gigantesco edificio repleto de tiendas. Decidí que lo mejor no era mantener el silencio sepulcral que tan campante se paseaba entre el diminuto espacio que había entre nosotros. Así que, con todo el esfuerzo del mundo, logré articular:
—Y... ¿Qué hacías por aquí? —Pregunté en tono indeciso. No estaba segura de que tan correcto era ese intento de conversación.
—Hacía unas compras, ya sabes, uno que quiere pasar tiempo con la familia, y ellos que nos mandan a rellenar la alacena. —Bufó sarcásticamente.
—¿Así que... Tú familia es grande?
—Es, uh, relativamente normal. —Asintió y continuó. —Mis padres, mi hermano Francesco y mi hermana María. He conocido familias mucho más grandes. —Me miró fijamente, y luego me devolvió el cuestionamiento. —¿Qué hay de ti? ¿Tu familia es grande?

I'll Follow You Into The DarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora