Capítulo 15

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—Mamá, ¿por qué los abuelos viven tan lejos?

—Supongo que es donde se sienten más a gusto, Eir, cielo, no lo sé.

—Y, ¿por qué nosotros vivimos tan cerca de la ciudad?

—Para que yo pueda atender bien el trabajo y me dé tiempo a volver a casa y estar con vosotros también.

—Y, entonces, ¿por qué no vivimos en la ciudad como Kai?

—Porque tanto a tu padre como a mí nos gustaba más la idea de vivir en la montaña. ¿No te gusta a ti?

—Sí. Papi me enseña un montón de cosas chulas todos los días.

—Lo sé, cielo. Es divertido estar con él, ¿verdad?

Mientras Anna y Eir hablaban de las cosas que la pequeña estaba aprendiendo sobre el bosque, yo me dedicaba a preparar algo de equipaje para estar bien preparados para lo que pudiese surgir de camino al Valle de la roca viviente. Uno no sabía a qué atenerse cuando viajaba con un muñeco de nieve, una niña de tres años y una embarazada.

—¡Ya he vuelto! —exclamó Olaf irrumpiendo escandalosamente en la cabaña—. ¡Estoy listo para contaros un montón de curiosidades nuevas de camino!

—Oh, Dios... Olaf... —medió gruñí sabiendo lo que se nos venía encima.

—Olaf... tengo nauseas y estoy agotada —dijo Anna con hastío en la voz—, un viaje en silencio sería un poco más llevadero...

—¿Por qué tienes nauseas, mami?

—Pues creemos que podría tener en la tripita a tu futuro hermanito —dijo mirándome con la preocupación por la salud de nuestro segundo e inesperado hijo pintada por toda la cara.

Si con Eir no había tenido síntomas, con este posible embarazo los estaba teniendo todos, y eso nos hacía temer que algo no estuviese yendo bien.

—¡¿Un hermanito?! ¡¿De verdad?! —contestó Eir terriblemente ilusionada.

—Es posible. Es lo que queremos que nos diga el... ¿bisabuelo?

Me acerqué despacio a mi maravillosa hija y me agaché delante de ella.

—Queremos que Gran Pabbie nos diga si tu hermanito está sano. Pero el viaje va a ser difícil para mamá, así que hay que cuidarla mucho, ¿vale?

—¡Claro! ¡Yo tendré entretenido a Olaf!

Todos reímos ante la ocurrencia de la pequeña hasta que una terrible arcada de Anna cambió el ambiente. Eir se acercó a su madre y tiró de su brazo haciéndole agacharse también hasta quedar de rodillas ante ella. Entonces, puso sus manos tiernamente en la tripa de Anna y cerró los ojos.

—Los bebés están sanos.

—Espera, ¿qué? —contestamos Anna y yo a coro.

Eir no respondió. Se limitó a dar un beso en la tripa de su madre y, al hacerlo, una luz verdosa envolvió a Anna durante unos segundos. Nos quedamos completamente helados.

—Ya no te va a molestar más, mami. Ya lo verás.

—Gra... gracias.

Busqué en la mirada de Anna y encontré en ella la confirmación de que sus nauseas y su cansancio habían desaparecido por completo. Anna abrazó a nuestra hija, la alzó en brazos y la bañó en besos mientras Eir reía a carcajadas.

—Bien jugado, Eir —interrumpió Olaf—. Así podré deleitaros durante todo el camino con todos los datos curiosos que he aprendido en los últimos meses.

Si se podía ser más feliz, yo, desde luego, no era capaz de imaginar cómo. Me acerqué hacia ellas, las estreché con ganas entre mis brazos y me deleité en su esencia; en el familiar olor a heno, galletas y chocolate que le daba sentido a mi vida, y reí, y lloré, y seguí riendo, rodeado de amor y de alegría. Rodeado de mi familia.

Las cosas que importanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora