Capítulo único

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El muchacho se removía en su lugar, incapaz de mantenerse quieto, mientras arreglaba por milésima vez el cuello de su elegante túnica. De vez en cuando, lanzaba miradas anhelantes al interior de la carpa, donde el resto de invitados esperaba por su aparición.

Su nerviosismo era palpable, de la misma forma que lo había sido cuando se apareció en su despacho, tres semanas antes, para pedirle que asistiera a la boda como su madre. La impresión la superó ese día y —por primera vez en varios años— se encontró completamente muda ante la pregunta de otra persona. Su sorpresa había sido tanta, que, recordó, la expresión de Harry se contrajo de dolor por su silencio, seguro pensando que ella se negaría a su propuesta.

—¿Yo? —preguntó con un hilo de voz, consecuencia de su perplejidad.

—Lo pensé por días y no se me ocurrió nadie mejor que usted, profesora McGonagall —contestó Harry con serenidad, recuperando la determinación perdida y envolviéndose con la valentía de la que siempre había sido dueño—. Pero si no quiere hacerlo, yo lo entendería. No hay ningún problema.

Esa tarde de domingo, sentada en la silla del director, rodeada de los retratos de los antiguos directores de Hogwarts y frente a la atenta mirada de Harry Potter, casi había perdido la entereza que tanto la caracterizaba. Sus labios temblaron cuando pronunció su respuesta, pero su voz se oyó firme.

Harry abandonó su oficina minutos después, rebosante de alegría, sin dejar de agradecer por el honor que le estaba brindando. Él, por supuesto, tan despistado como siempre, no tenía idea de que la afortunada era otra.

—Creció —dijo el retrato del antiguo director.

—Lo hizo, Albus.

Y no se había equivocado. Harry Potter, el niño que vivió, ya no era ningún niño, se había convertido en un hombre, un hombre hecho y derecho, un hombre valiente y desprendido que lo había arriesgado todo por un mundo mejor. Y ahora ese mismo hombre, que había perdido y sufrido tanto, estaba allí, parado en ese pasillo adyacente hecho de telas, a minutos de disfrutar de la felicidad por la que tanto había luchado, pero, inevitablemente, muriendo de nervios.

Incluso entonces, era más parecido a su padre de lo que él siquiera pensaba.

—Enfrentaste basiliscos, dragones y al mago tenebroso más poderoso de todos los tiempos en incontables ocasiones, estoy segura de que puedes hacer esto.

Harry levantó la vista y sus ojos se encontraron. Se sintió como si volviera en el tiempo cuando vio ese verde intenso, como si volviera a estar parada frente a Lily Evans discutiendo alguno de los más interesantes pasajes del libro de Transformaciones. Harry sonrió y por un instante, que se sintió como toda una eternidad, le pareció ver la sombra de su madre en su delgado rostro.

—Es más complicado de lo que habría esperado, profesora.

—Minerva —corrigió ella. Ya no era su profesora y él hace mucho que había dejado de ser su alumno, lo correcto era que dejaran ese trato atrás. Aunque, quizá, y pasaran los años que pasaran, nunca dejaría de verlo como el pequeño niño de once años que se acercó con timidez al Sombrero Seleccionador, hace tantísimo tiempo atrás.

—Minerva —repitió Harry con un ligero asentimiento de la cabeza. Él parecía sentirse extraño por referirse a ella con su nombre de pila, pero se recupero de la impresión al instante—. Minerva, esto es más difícil de lo que habría pensado. Nadie me dijo que sería tan complicado caminar al altar. Creo... Creo que hasta preferiría volver a enfrentarme al colacuerno o saltarme la ceremonia e ir directo a la fiesta.

Tuvo la intención de responder, pero un pitido venido desde la carpa desvió la atención de ambos. Harry se llevó las manos —las mismas que temblaban como si estuvieran hechas de gelatina— a la cabeza, en un inútil intento de peinar su cabello alborotado.

—Es hora.

—Estarás bien, Harry —dijo Minerva con ternura.

Él movió afirmativamente la cabeza, respiró hondo para calmarse y, al fin, sonrió ampliamente mientras hinchaba el pecho. Estaba listo.

—Muchas gracias por estar aquí, Minerva —pronunció Harry con genuina gratitud mientras le tendía su brazo, ella lo aceptó de inmediato.

—El honor es mío.

Los invitados estallaron en aplausos cuando ambos aparecieron en el pasillo que los llevaría al altar. Oyó murmullos, sollozos apresurados, felicitaciones y palabras de aliento mientras los dos caminaban con lentitud; incluso Ron Weasley se tomó la libertad de darle una rápida palmadita en el hombro a Harry para luego hacer un gesto de triunfo. A su lado, y firmemente sujeta de su brazo, se encontraba Hermione Granger, con los ojos llorosos.

Otros dos niños que habían crecido demasiado rápido.

Se detuvieron en el altar hermosamente decorado y todos guardaron expectante silencio, aunque éste no demoró en ser roto por los incontrolables sollozos de Hagrid desde el fondo de la carpa. Harry esbozó una ligera sonrisa mientras sus ojos se cristalizaban, era evidente que la escena lo divertía y conmovía a partes iguales.

Entonces, dos figuras hicieron su aparición y la carpa recuperó el ajetreo perdido. Suspiros y sollozos acompañaron el andar de Arthur Weasley y su hija, que sonreía como Minerva no había visto antes. Ginny llevaba un sencillo vestido blanco que irradiaba un hermoso resplandor plateado.

Se hizo a un lado cuando los Weasley llegaron a su altura y observó, en primera plana, la expresión embelesada en el rostro de Harry mientras miraba a su aún novia. Sus ojos brillaban de emoción y ternura mientras se regalaba con su belleza, las mejillas de Ginny se encendieron mientras una sonrisa preciosa se dibujaba en sus labios.

Era tangible la felicidad de esos dos jóvenes.

Entonces, un hombre, vestido de forma elegante, apareció por detrás del altar y pidió silencio con su voz amplificada por magia. La ceremonia empezó y, aunque los invitados obedecieron su pedido al principio, la carpa no demoró en recuperar la emoción habitual.

—Harry James, ¿aceptas a Ginevra Molly como...?

Las palabras estaban de más, pensaba. La decisión del chico estaba clara en su expresión segura y los ojos cargados de afecto con los que miraba a Ginny; sin embargo, él se aferró al protocolo y dijo con voz alta y clara:

—Sí.

Hagrid lloró con mucha más fuerza que antes, pero nadie se lo reprochó. Todos se habían contagiado con la felicidad de la pareja, absolutamente todos.

Las lágrimas —las mismas que había contenido aquella tarde en su oficina— abandonaron sus ojos sin que pudiera hacer nada para impedírselos. Su corazón galopaba contento por la insondable alegría que tenía en el pecho. Hace mucho que no recordaba estar tan feliz, pero tenía la certeza de que jamás olvidaría ese día.

Harry Potter ya no era más un niño pequeño y menudo, si no un hombre alto e imponente que miraba con inusitada ternura a la mujer frente a sus ojos. Ginny Weasley tampoco era esa niña minúscula y tímida que se encogía de nervios cada vez que veía al mejor amigo de su hermano, si no una mujer fuerte y serena que le devolvía la mirada amorosa al hombre más maravilloso que Minerva había conocido jamás.

Ellos habían crecido y habían elegido acompañarse por el resto de sus vidas. Estarían juntos en lo bueno y en lo malo, enfrentando unidos lo que el destino les tuviera preparado, como ya habían hecho antes.

Y el futuro era desconocido e incierto, como siempre lo había sido la vida de Harry, pero Minerva estaba segura de que él estaría bien.

Tal como se merecía.

—Así pues, los declaro unidos de por vida —finalizó el mago mientras levantaba su varita por encima de las cabezas de los novios.

Una lluvia de estrellas plateadas bañó por completo a las dos figuras entrelazadas del medio, al mismo tiempo que la carpa explotaba en atronadores aplausos.

...

Ayer estaba pensando que fue McGonagall quién entregó a Harry en su boda y escribí (llorando) esto imaginando este momento, espero les haya gustado. Sus votos y comentarios me ayudarían mucho. <3

El día que Harry se casó | HINNYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora