Hasta el Fin del Mundo

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Alison

Y por fin había llegado el fin de semana.

Mamá había pedido algunas cosas para redecorar la casa, así que me encontraba recibiendo las grandes cajas en la entrada. El repartidor no quiso meter las cajas hasta el umbral de la casa, cuando se fue, tuve que empezar a cargarlas yo misma.

Solo llevaba una caja y la espalda me dolía. No tengo ni la menor idea de qué demonios hay dentro para que pese tanto.

¿Dónde está Oren cuando más lo necesito?

Claro, el idiota había preferido ir con Connor a ver un tonto partido de fútbol en el Condado de Bastrop. Así que me encontraba sola, aburrida y con mucho trabajo por hacer.

Escuche un zaguán cerrarse, tal vez alguno de los vecinos saldría a algún lado. No le di importancia, no me interesaba el causante de aquel ruido, a menos que fuera un genio y por arte de magia me ayudara a meter las cajas de una buena vez.

Acomode mi cabello en un chongo despeinado y me agache para trasladar la siguiente caja. Tome fuerza y logré levantar la caja a un poco de distancia del suelo, detuve mi acción cuando escuche pasos apresurados y una voz me hizo regresar el objeto a su sitio de origen.

—Espera... Déjame ayudarte.

Levante mi vista y lo vi.

Un rubio de hipnotizantes ojos azules se detuvo frente a mí. Lo vi remangar su camisa blanca hasta los codos y miré los tatuajes que ahora adornaban sus antebrazos, la tinta hacía un perfecto contraste con la piel cremosa de Ashton.

El chico levantó la caja con gran facilidad, se adentró por el camino de piedra que adornaba el pequeño jardín delantero en dirección en la puerta.

— ¿Está bien si la pongo en el recibidor?

—Sí. — respondí casi audible.

Me quede parada en medio del umbral como una tonta, mirando al chico que transportaba las cajas de un lugar a otro.

Veía sus músculos contraerse a través de la tela de su camisa. Sin duda este no era el pequeño y debilucho Ashton que conocí hace muchos años.

Los cuales le habían sentado bastante bien.

Que digo bien. ¡De maravilla!

Su altura le daba un porte elegante y maduro, su delgado, pero musculoso cuerpo le brindaba un aire atlético. Su sedoso cabello rubio, sus ojos oceánicos, sus pecas, su piel...

Aquel niño se había convertido en la perfección en persona.

—Listo. —citó el rubio cuando todas las cajas estuvieron dentro de la casa. Hizo un además de sacudir sus manos y me miró. — Sí que están pesadas. — dijo enérgico, riendo bajamente, su perfecta sonrisa se asomó sobre sus labios dejando ver una perfecta y blanca dentadura.

¿Este hombre podría ser más atractivo?

No lo creo, es demasiada tentación y perfección en un solo hombre para ser realidad.

— ¿Hay algo más en lo que te pueda ayudar?

— ¿Hija ya terminas...? — no pude contestar, una tercera persona apareció en la habitación. Ashton y yo miramos a la dueña de aquella voz. Mi madre se paró en seco mirando estupefacta al rubio a mi lado. — ¡Oh por Dios! Reconocería esos ojos oceánicos en cualquier lugar. ¿Ashton eres tú? — el chico solo esbozo una sonrisa en señal de afirmación. — Pero mírate nomás, ¡Que cambiado estás! Ven y dame un abrazo.

Ordeno la mujer, el ojiazul se acercó a ella y la abrazo respetuosamente.

—Es un gusto volverla a ver señora Derricks.

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