10: Ups

973 99 90
                                    

El fin de semana está siendo muy aburrido y quizás habría sido una buena opción irme con mis padres a la casa de campo de sus amigos, pero no, ¿qué prefirió hacer su maravillosa hija?

Quedarse sola y aburrida.

Bufo al ver como de nuevo me matan en una partida y molesta decido ir a merendar. Hacerme un buen café y seguir jugando.

Pero el timbre decide molestar.

¿Espero visitas?

Miro mis pintas e ir en chándal y sujetador deportivo es un outfit bonito, siempre y cuando no os dé vergüenza mostrar de más, y precisamente ese es mi caso.
Intento ir a mi habitación para taparme pero de nuevo el timbre suena, y frustrada decido abrir.

- Pensaba que ibas a dejarme todo el día en la puerta - ríe y sin esperar que le dé permiso se cuela en mi casa.

"¿Y este como sabe donde vivo?"

- Me pasaste tu dirección por whatsapp el otro día - dice al ver mi cara de desconcertada. - Bueno, - me mira de arriba a bajo y no sé si siento calor por ese gesto o por la vergüenza - hay un trabajo que hacer, ¿no?

Le indico a que me siga hasta mi habitación, tengo ahí todos los libros y mi ordenador. El me sigue pero sinceramente noto una tensión algo rara. Bueno, mis ilusiones siempre van a estar bien altas. Me gusta llevarme buenas hostias.

- Pensaba que este finde no lo haríamos - murmuro mientras le indico que se siente en mi cama y busco una sudadera que ponerme. - ¿Quieres tomar algo? - veo como muerde el labio nada más escucharme decir eso pero a los segundos ríe y niega. Por mi salud creo que es mejor no preguntar que ha pensado.

- Al final tengo algo de tiempo y prefiero dejarlo acabado ya - saca su ordenador de la mochila y veo como se acomoda mejor en mi cama.

Creo que voy a sufrir un infarto viendo al maldito italiano en mi cama.
Y quizás sienta algo de calor.
Bueno, quizás sienta muchísimo calor.
Remango las mangas de la sudadera y me hago un moño rápido. Me siento dándole la espalda y eso dura poco, básicamente porque ha enganchado su pierna en mi silla con ruedas y me ha acercado a la cama. Río nerviosa y él se incorpora levemente.

- ¿Lo repartimos o hacemos todo juntos? - pregunta sin mirarme ya que está tecleando algo.

- Lo que tú quieras - siento que el corazón se me va a salir por la boca.

- ¿Lo que yo quiera?

¿Por qué acaba de poner esa voz tan sensual? Ay, dios, juro que me va a dar algo. Su mano se coloca en mi rodilla y siento que voy a morir. Lo siento si parezco exagerada, pero es el maldito italiano.
Sus dedos acarician suavemente mi muslo y el calor que tenía antes se intensifica por doscientos.
Siento como pega más su cuerpo al mío y como con su otra mano aparta mechones que se han caído de mi peinado. Dios, va a darme algo.

- ¿Qué haces? - pregunto nerviosa pero obviamente dejándome hacer.

- Si quieres paro - susurra y siento como sus labios acarician levemente mi cuello.

- Damiano - digo entre risas nerviosas. - Creo que igual, esto no deberíamos de estar haciéndolo.

- ¿No te apetece? - su mano sube un poco por mi muslo pero manteniendo la distancia de seguridad para que yo no salte encima de él y me dé absolutamente igual todo.

- Apetecerme claro que me apetece, lo que no quiero es traerte problemas - confieso y eso le hace reír. Con agilidad me quita de la silla para colocarme sobre él y nerviosa pongo mis manos en su pecho para crear algo de distancia. - ¿Qué estás haciendo?

Mamá, ¿te gustan los italianos? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora