XXXII

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...

Había sido difícil enfrentar la noticia sola, pero sabía que no podía decirle nada a su hermana al respecto. Encontraría la forma de arreglar las cosas por su cuenta sin importar el costo. Miraba por el ventanal de la oficina, después de un rato había podido tranquilizarse pero aun sentía una rabia irracional por su estupidez.

—Ya no queda mucho tiempo. Lo mejor será que hables con Danielle antes de que lleguen con la orden de embargo.

Grecia volvió su hermoso rostro bronceado hacia donde estaba el abogado que había asesorado a su padre por años. No podían rendirse tan fácilmente y dejar que su imperio cayera de esa manera.

—No, debe haber algo que podamos hacer.

—Me temo que no hay demasiadas opciones, los prestamistas están esperando su dinero y cuando los inversionistas se enteren de lo que está pasando...

—¡Encuentra la forma, maldita sea! ¡para eso te pago! debe haber algo que hacer.

Estaba frente al hombre, sus manos temblaban ligeramente y por un instante el sujeto creyó que sufriría un colapso por su repentino ataque de cólera.

—Estás metida en un problema muy grave, Grecia. Habla con tu hermana y prepárate para lo peor.

Su trabajo no solamente era convencer o prolongar lo inevitable sino ser realista con su distinguida clienta. Las Lombardi estaban por perderlo todo y no había marcha atrás. Solo un milagro podía salvarlas de aquella situación.

Señorita, el señor Gastón Espinoza está aquí, quiere verla. —informó una voz femenina a través del intercomunicador.

Grecia se llevó una mano a la sien como si intentara acomodar sus pensamientos. No recordaba quién era ese sujeto y no estaba de humor para recibir a nadie.

—¿Gastón Espinoza? ¿Quién demonios es? olvídalo, dile que no recibo a nadie. Estoy en medio de algo, no tengo tiempo

—Dice que es muy importante y que no se va a ir de aquí hasta que lo reciba.

Grecia observó a su abogado, el hombre hizo un mohín y se levantó tranquilamente de la silla, mientras ella suspiraba resignada.

—Dile que pase, pero solo tengo diez minutos para él.

El hombre se acercó a ella para estrechar su mano.

—Llámame cuando hables con tu hermana.

Grecia lo vio partir, sintiendo un nudo en el pecho. No podía creer lo que le había pasado. Había perdido todo, los clubs, bares, la agencia y su línea de ropa. Todo a manos de aquellos malditos estafadores con quienes había realizado una millonaria inversión. La refinería, que era el sueño que había llevado a su padre a la desgracia, había terminado por acabar con su imperio. Y ella no podía más que asumir ahora las consecuencias de sus delirios de grandeza y su sed de poder.

Respiró profundo, percatándose del hombre que entraba por su puerta. Era alto, tenía una barba creciente y oscura, los ojos profundos y negros y una sonrisa tan maliciosa como elegante. Estaba segura de que su traje era sumamente fino pero de mal gusto. Sabía quién era, el hijo de Eliseo Espinoza; un hombre tan brillante en los negocios como su mismo padre, y tan rico que le había dejado la vida asegurada a su único y pequeño retoño, quien prefería despilfarrar dinero en autos, mujeres y vicios a hacer algo productivo. Podía imaginar la razón por la cual un sujeto como él estaría buscándola.

—Señorita Lombardi, pensé que tendría que hacer guardia afuera de su oficina para poder verla.

Se acercó tranquilamente hasta ella, dejándose caer sobre la silla como si su repentina visita fuera algo deseado. Los ojos de Grecia lo abordaron con desaprobación, ahora estaba arrepentida de darle un poco de su valiosos tiempo.

Adiós, DiciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora