Sentado en el banco de una cafetería, miraba algo impaciente el reloj de pared. Sujetaba su taza fuertemente del asa mientras apretaba sus dientes inconscientemente. Su mente estaba hecha un caos, imaginaba las múltiples circunstancias en las que su amada en secreto lo rechazaba una y otra vez, incluyendo aquella ocasión.
—Quedamos en vernos hace media hora—pensó— Quizá tardó en encontrar sus zapatos.
Una voz interior le dio una respuesta innecesariamente dolorosa:
—Bien sabes que ella siempre tiene sus cosas en orden. Jamás llega tarde a la escuela.
El chico negó con la cabeza y volvió a pensar:
—...Su coche se quedó sin gasolina... Sí, eso debe ser...
—Su tanque siempre está lleno, por eso lleva a sus amigas de compras— contradijo de nuevo la voz.
—¿Y si despertó tarde?
—Sale a correr todos los días, ¿cómo se despertaría tarde?
El muchacho agachó la cabeza contemplando su reflejo en el café ahora frío por el pasar del tiempo. A través de la ventana, podía percibir cómo las nubes grises llenaban el cielo. De un momento a otro, comenzó a llover moderadamente. Sus ojos se tornaron tan nublados como el cielo cuando después de tomar su teléfono e intentar marcar a Carolina, la contestadora lo mandó a buzón directamente.
Recordó entonces cómo hace un par de años la había invitado a salir sin que ella aceptara alguna de sus invitaciones; a veces tenía reuniones familiares, otras veces tareas acumuladas o generalmente se sentía indispuesta. Sin embargo, no tenía pendientes cuando se trataba de ir a comer con sus amigas o pasar por un helado con un chico que más tarde se hizo su novio.
—Si antes me rechazaba cada vez que la invitaba a salir, ¿cómo fue posible que yo creyera que esta vez sería diferente? Recién terminó su relación con él y en las calles se escucha que todavía se extrañan— recordó— Soy un estúpido.
Habiendo pensado esto, puso sobre la barra el pago de su bebida y sin esperar cambio de vuelta, salió del local. Recorrió varios metros hasta doblar en una esquina y continuar su camino, no llevaba paraguas, pero su paso era veloz.
Mientras tanto, en ese instante una chica con el cabello alborotado se encontraba entrando a la cafetería, su respiración agitada denotaba que había empezado a correr desde que el cielo se nubló. Intentó ver la hora en su teléfono pero se percató de que la batería se había agotado. El reloj del establecimiento tampoco la hizo sentir mejor; ya había pasado más de una hora desde la invitación y no había ningún solo cliente dentro. Se acercó a la barra, para terminar dándose cuenta de que una esquina había una taza de café a la mitad, ya no emitía vapor alguno, al lado, una pila de monedas que alguien olvidó recoger.
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Las Piezas Que Nos Faltaron
RomanceDiana es una joven de 25 años cuya estabilidad laboral, emocional, sentimental y económica le basta para tener una vida convencional. Sin embargo, sucesos conectados con su pasado llegarán para hacerle ver que nadie tiene la felicidad asegurada y qu...