El Dios muerto

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Un día, en el planeta de Sohmare, cayó un ser del cielo. Los habitantes de ese entonces creían que era un Dios. Tenia la piel aperlada y las mejillas manchadas de estrellas pulverizadas. Sus cabellos eran resplandecientes, como el sol del cielo, y cuando ondeaban con el viento y mostraban sus sombras, se tornaban oscuros como la noche.

Las personas que lo habían visto caer se acercaron a las colinas. El Dios estaba recostado en una cama de pasto. Las hojas que habían tocado su piel desnuda se habían tornado de un blanco tan puro que lastimaba los ojos. Una de las personas, un hombre, se aproximó al Dios con cautela. Tocó su mejilla con la punta de su lanza y se sobresaltó  cuando vió un líquido platinado salir de ella. El Dios que sangraba parecía dormido en un sueño profundo. Sus largas pestañas rubias parecían abanicos protectores contra las sombras pálidas del atardecer. Al ver que no había conseguido una reacción, el hombre se acercó más. Cuando tocó al Dios este comenzó a emitir una luz sagrada y punzante. El hombre cayó de sentón, alarmado. El cuerpo del Dios se fundió en su propia luz, hasta que se convirtió en una esfera que imitaba en brillo a las estrellas. La luz era cálida y flotó por encima del pastizal. Se dividió en dos esferas pequeñas, cada una similar en tamaño, imitando la dualidad del hombre.

Las esferas permanecieron unos instantes en el aire danzando como ondas en el agua hasta que, finalmente,  se alejaron con rapidez, tomando caminos contrarios.

Ese fue el día en el que empezó el ciclo de destrucción y renacer en Sohmare.

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