Capítulo 4: Recuerdos dolorosos

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Hoy Darrel me ha obligado a levantarme de la cama, se supone que debería aprovechar mis últimos días de libertad, pronto recibiré el mayor castigo que en este mundo pueda haber y me habré de despedir de los días tranquilos que alguna vez viví, eso sólo será un sueño lejano cuando acabe el fin de semana. El lunes comienzan las clases.

–¡Oh, pobre de mí!– lamenté llevándome una mano a la frente.

–No seas exagerada, sólo es la escuela…–

–Ah, claro, como tú ya no asistes al colegio no sabes cómo se siente, en cambio yo voy y tengo que ganarme mi derecho a vivir, corro el riesgo de no regresar a casa una vez que ponga un pie en ese lugar, y lo más mortal serán las tediosas clases y los profesores–

–¿Ah sí? Pues yo tengo que ir a la universidad y no me ando quejando como cierta persona, y no olvides mi trabajo de medio tiempo qué es lo que cubre los gastos de este apartamento. ¡Así que levantas tu trasero de ese colchón y te vas a hacer algo!– gritó exasperado, señalando la puerta, con su anillo negro en el dedo. 

Al final me ha obligado a salir, pero no sin antes cambiarme, no pensaba aventurarme al exterior yendo con mi (sexy) pijama, no de nuevo. Así que fui hasta mi maleta, porque todavía no la había desecho, y busqué ropa.

Tomé un top gris que encima llevaba las palabras don’t go without the flow en color negro, me puse un pantalón de mezclilla, agarré mis tenis converse negros, tomé mis lentes de sol, ya que afuera estaba soleado, agarré mi mochila negra de cuero, metí mis llaves del departamento, el móvil, mi cartera y un buen libro, por si me aburría.

Cepillé mi cabello y lo dejé ser libre, lo llevaba largo pero así me gustaba, hacía mucho tiempo que no tenía el cabello largo.

–Darrel, ya me voy– avisé, pero recordé algo muy importante y por instinto corrí a la habitación de mi hermoso y chulo primito.

–¿Por qué te devolviste?– preguntó sin desviar la vista del televisor.

–Olvidé esto–agité la pulsera que ya llevaba puesta en mi brazo.

–¿Una pulsera?– volteó a verme confundido.

–No es sólo una pulsera– hice un puchero.

–Okay, okay– rió –¿Por qué estaba en mi cuarto?–

–Supongo que la habré dejado ahí cuando dormí contigo–

–Ah, es cierto. Bueno, te cuidas– me señaló la puerta mientras que se llenaba la boca de palomitas.

–Tengo un primo tan atentoo~– bromeé sarcástica, a lo que él rodó los ojos.

–Y no aceptes la droga que te ofrezcan…– me recordó antes de que yo saliera.

–Sí, jajaja–

Y me fui.

Salí del conjunto de apartamentos, evitando a Andrew, no quería verlo por un tiempo.

~~∞∞~~∞∞

Recorrí las calles esperando reconocerlas o por lo menos poder ubicarme un poco, pero mi espera fue en vano, no identificaba ninguna calle, ni una. Si supiera dónde está ahora la heladería tal vez tendría una oportunidad, pero no, la vida no es así de fácil, voy a tener que andar como estúpida recorriendo las calles e intentando memorizarlas; tendré que empezar de cero.

Pero por lo menos han remodelado varias partes de la ciudad que antes eran desagradables, como aquel tétrico callejón en el que los drogadictos se reunían para fumar marihuana e intercambiar números de traficantes, ahora en su lugar hay un hermoso mural: en él hay un niño que refleja tonalidades azules y vibrantes, pero a su alrededor hay un ambiente negro, vacío y varios cadáveres, todo a su alrededor se ve decaído, sin embargo, él sigue sonriendo, tiene una gran sonrisa y sostiene un muñequito, del mismo tono azul, él es lo único que sobresale en ese deprimente mundo, lo encara con una sonrisa. Es alentador.

Mi ángel pelirrojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora