—Elsa y Olaf ya están dormidos.
—Un día duro, ¿eh?
La pequeña aventura de Olaf, que nos había tenido a todos ocupados hasta altas horas de la noche, había acabado bien, por suerte, pero eso no la hacía menos agotadora. El susto y la incertidumbre por nuestra parte, la decepción por parte de Olaf, la culpa por parte de Elsa, las prisas, las sorpresas, el sentimiento de soledad, el arropo de todos...
—¿Estás de broma? ¡Están siendo las mejores navidades de mi vida!
—¿De verdad? ¿Estás bien?
—¡Claro! ¿Por qué no lo iba a estar?
—Bueno, he pensado que igual habías revivido el sentimiento de abandono al darte cuenta de que no teníais recuerdos de unas navidades en familia.
—¿Hurgando en la llaga?
—¡No! ¡No era mi intención! Yo... Estaba preocupado por ti y... Es igual, lo siento.
Anna me guió hasta el sillón con una sonrisa y ambos nos sentamos al calor de la chimenea.
—Estoy perfectamente, gracias. Es verdad que al principio ha sido un poco duro, pero, sobretodo, por no saber cómo hacer para que Elsa no se sintiese culpable... Pero hoy he descubierto más cosas sobre nosotras y hemos hecho feliz a Olaf; además hemos estado celebrado juntos y ha sido divertido y cálido. Si no tenemos en cuenta la cantidad ingente de hielo y nieve, claro.
—Me alegra saberlo —dije con una breve carcajada.
—Además, ¡estoy deseando que nos demos los regalos!
—Tendrás que esperar a mañana.
—Pero, me darás una pista, ¿no?
—Ni hablar. Lo adivinarías al instante.
—Eres malo... —dijo haciendo un pucherito.
—Y tú eres muy lista.
Le di un casto beso en los labios y ambos nos acomodamos recostados el uno sobre el otro. El silencio que acompañó al momento fue acogedor y familiar, y me hacía sentir que, aun rodeado de lujo y de olores recientemente descubiertos por mí, aquel lugar era mi casa. Allí donde Anna estuviese, era mi hogar.
—Y, ¿tú? ¿Cómo estás? —me preguntó sacándome de mis pensamientos.
—¿Yo?
—Sí. Al final no he tenido tiempo de probar tu... guiso.
—Y te da una lástima tremenda —contesté riendo.
—No te voy a negar que la idea me da un poco de repelús, pero también me pica la curiosidad. La gente se lo comía a gusto. ¿Estás molesto?
—Estoy bien. Tampoco es para tanto. Haré otro el año que viene.
—Yupi... —contestó con irónico entusiasmo.
—Si hay algo que me molesta es no haber estado ahí para apoyarte cuando más falta te hacía.
—No podías saberlo. Además, soy una mujer de soluciones rápidas. En vez de dejarme hundir me he dedicado a buscar una alternativa.
—Y la has encontrado.
—Seh... puedes admirarme.
—Lo hago.
Anna se incorporó levemente para dedicarme una profunda y cautivadora mirada.
—Ehm... y tu trineo...
—Ah, ya, eso... ¿Por qué todos acaban en llamas?
—Lo siento. Te gustaba tanto... Pero te lo repondremos, ya lo sabes.
—Anna, con lo que cobro ahora mismo, puedo pagármelo yo. No sois responsables de lo que ha pasado. Además, si me gustaba tanto era, sobretodo, porque me lo regalaste tú.
—¿De verdad?
—Aunque debo admitir que era realmente impresionante.
—Entonces, ¿no te sientes frustrado?
—No, tranquila. Es decir, no es que me haga ilusión precisamente, pero estoy bien.
—Y, ¿triste?
—¿Por?
—Igual suena arrogante pero, es el primer regalo que te he hecho y, bueno, pensé que le tendrías más cariño y que te habría dado más pena, no sé.
—Anna...
—¡No es que quiera que estés triste ni nada! Sólo... si a mí se me perdiese o, ya sabes, estallase en llamas tu gorro, me daría muchísima pena.
—¿Mi gorro?
—Sí. El que me pusiste cuando bajábamos de la montaña mientras me congelaba y todo eso.
—¿Lo conservas?
—¡Por supuesto! ¿Por quién me tomas?
—No pensé que fuese importante para ti, la verdad.
—¿Estás de broma? Es lo primero que me has regalado en la vida y, además, me recuerda a lo querida y cuidada que me sentí en aquel momento.
Me ruboricé justo frente a sus ojos recordando todo lo que sentí aquel día, lo obvio que fui y todo lo que había sentido desde entonces. Hacía escasamente medio año de aquello, pero aquel viaje le había dado a mi vida un giro de 180º.
—Ven —dije levantándome de golpe y arrastrándola conmigo castillo a través.
—¿A dónde me llevas?
—Al establo. Hay algo que quiero que veas.
Anna me siguió en silencio hasta el lugar donde Sven dormía a pierna suelta y observó con mirada curiosa cómo rebuscaba entre mis cosas.
—¿Sabes qué fue lo primero que me compré nada más acabar el invierno de Elsa?
—¿Zanahorias? —contestó bastante segura de su respuesta.
—Un pico y una cuerda.
—¿Tan destrozados quedaron los de la tienda de Oaken?
—No, los de la tienda de Oaken están aquí.
Le mostré el saco que acababa de recuperar de entre mis cosas. Exactamente el mismo saco que ella me lanzó a la tripa el día en que nos conocimos.
—No podía usarlos. No quería arriesgarme a estropear lo primero que me había regalado mi pequeña fierecilla.
—Oh... —Su tono hizo evidente que se sintió halagada—. Y, ¿cómo te sentirías si se perdiesen o algo? ¿Qué harías?
—Removería cielo y tierra para encontrarlos.
—No lo harías.
—No, no lo haría. Porque lo verdaderamente importante está aquí frente a mí. Pero odiaría profundamente perderlo: es un recuerdo muy especial.
Pude ver cómo Anna reprimía una sonrisa mordiendo descuidadamente su labio mientras sus ojos brillaban aun en la penumbra del establo.
—¿Sabes? —dijo entonces—. Creo que el año que viene lameré la frente de ese horrible troll.
—¿En serio? No tienes por qué. Si es por mí no lo hagas, no me molesta. Más bien, pensándolo ahora, me sorprende que sigas queriendo besarme.
—Lo hago por mí: quiero que se cumpla mi deseo.
—¿Qué deseo?
—Lo sabrás cuando llegue el momento.
—Eres mala...
Acarició dulcemente mi mejilla y mi pelo y perdió sus labios en los míos invadiendo mis sentidos con su tacto y su aroma. Después, deslizando suavemente sus manos por mi pecho, clavó sus ojos en los míos haciéndome casi perder el sentido.
—Feliz navidad, Kristoff.
—Feliz navidad, Anna.
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Pide un deseo
FanfictionSimplemente, un momento íntimo entre Anna y Kristoff tras la aventura navideña de Olaf. Descarga de responsabilidad: no podeo nada más que mi propia vida.