Discurso al silencio

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La oscuridad era hermosa. En esa noche, en este mundo, allí me encontraba yo, sentado, con mayor lucidez de la que podría haber imaginado. La oscuridad tenía algo que me permitía pensar con claridad, incluso mejor que cuando estoy sentado en mi sillón y el sol me da de lleno al costado de mi cara.   

El animal seguía ahí, sentado en sus cuatro patas, mirándome con sus ovalados ojos ámbar.  Por mucho que intentaba, no podía dejar de discutir conmigo mismo lo de aquella vez. Habían pasado casi cuatro semanas, pero las palabras seguían resonando en mi cabeza. “Dijeron que no era por motivos pedagógicos, sino porque yo no sintonizaba con la institución”. Más lo recordaba, más odio sentía.

¿Te expulsan por pensar diferente? ¿Por tener una mente abierta? ¿Por enseñar la realidad como una vez fue, y como es actualmente? Pff, a mí no me jodan. ¿Sabés que sí? Después de cuatro semanas, me sigo planteando lo mismo. Y acá estoy, sentado, en esta desolada simetría de las calles de Buenos Aires.Este es mi lugar de combate y de aquí no me moverán. Todos los ven a ellos como una Asociación, un Colegio, una Institución. Pero yo solo veo el diseño de un demente.

Te levantás los trescientos sesenta y cinco días del año a las siete de la mañana, llegás a ese lugar, te tenés que sentar ocho horas en el mismo lugar porque alguien te explique un tema durante cuarenta minutos y después se va. El hecho de que una persona te explique sobre Matemática, Historia, o lo que sea, supuestamente le da a esa persona cierta “autoridad” sobre uno, para así puedan ordenarte que te sientes en “tu lugar”, y así, encorvado como estás, te mantengas calladito y sumiso hasta que termine de decir lo que tantas ganas tiene de decir. Vos decime, ¿Es esa la forma de educar? ¿Así se hacen llamar “Colegio”?

Después se quejan de que uno hace siempre lo mismo. ¿Y para qué me maté yo enseñando la realidad tal y como es durante diez años? ¿Para que me rajaran así nomás? No señor. Un colegio no se puede manejar como una empresa que produce clavos o tornillos por más que sea privado, mucho menos tratar a sus empleados de la misma forma. Prescindir de un empleado así nomás, como si fuera un clavo que puede ser reemplazado tranquilamente por otro, dejarlo sin laburo y mandarlo a la calle como si fuera un par de zapatos viejos. No flaco, así no son las cosas. Todo para que después contraten a esas fundaciones, organizaciones o lo que carajo sean, para que les hablen a los alumnos sobre igualdad, derechos, enseñarles a que “protejan” su corazón, llenándoles la cabeza con que son únicos, que nadie los reemplaza, que se valen por sí mismos. ¿Y no acaban de hacer exactamente todo lo contrario? ¿Qué significa eso? ¿Que son unos mentirosos? ¿Que son débiles?

Lo que les enseñan a los pibes, es que una frase que se pronuncia muchas veces y en voz alta se convierte en verdad establecida. Y que siempre, tenés que acallar toda oposición. Quieren que aceptes las cosas así como vienen. No podés pensar por vos mismo. Buscan abrir la mente humana, pero exigen obediencia a un jefe y a unas normas.

Dejémonos de joder, digamos las cosas como son. Eso no es un colegio, eso es una prisión. Una prisión a la que asistís porque supuestamente es tu “obligación”. Te sientan ahí como un recluta, encorvado y sumiso hasta que se termina el día. Cuando por fin llegan esas vacaciones de fin de año, te erguís. Sos “libre”. ¿Pero libre en un sentido literal? No. Quieren que creas que sos libre. Flaco, despertate. Admitilo. Para ellos sos un número, un objeto. Seas alumno o profesor.

¿Te vas? ¿Te rajamos? ¿Te dejamos sin laburo? Y qué importa, total alguien más va a venir a pagar la cuota mensual y se va a sentar en el banco en el que te sentabas vos. Alguien más va a venir a dar la clase. Y quién sabe si vas a utilizar en tu vida lo que te enseñan.

¿Es muy complicado dirigir un colegio que no tenga los aspectos de tal? ¿Es muy complicado trabajar sin siquiera darte cuenta de que estás trabajando? ¿Es mucho pedir?

En días como éstos, en días así, sólo se me ocurre pensar en que gente así, en que los culpables, deben morir.

Ya estaba amaneciendo, el animal estaba recostado en las baldosas frías y agrietadas de la calle. Pero, ¿Cuándo había llegado? ¿Por qué se había quedado toda la noche a mi lado escuchando mis interminables quejas y relatos? No tenía respuesta, e incluso dudaba de que la hubiera. Pero de algo estaba seguro. Él quería estar ahí. Lo decidió por su cuenta, de forma totalmente independiente. Él lo pensó.

El sol comenzó a hacer brillar sus rayos, apuntando con ellos directamente hacia donde estábamos nosotros. Y comencé a notar la figura de aquel misterioso compañero. Sí, compañero. El único que está al lado mío desde esa noche. Él me hizo saber que incluso los seres vivos menos esperados están de mi lado en esta lucha.

Finalmente se levantó, e hizo notar su oscura figura. Era un gato negro. Sí, un gato negro. Mi compañero más fiel desde aquel entonces, un gato negro. Incluso más fiel que una persona, que un habitante de ésta ciudad. ¿Y dónde estarán éstas personas, además de estar madrugando para comenzar de nuevo su rutina? No sé, seguro están todos con sus celulares de alta gama, mandándose mensajitos y vaya uno a saber qué por chat, sin siquiera levantar la vista de esos malditos aparatos. Sin siquiera saber que hay otros como ellos a quienes les hablan, Sin siquiera estar conscientes de su propia existencia.

El gato me estaba mirando fijo, no tenía intención de sacar su penetrante mirada de mí. Lo miré a él. Así estuvimos un minuto. Hasta que me di cuenta de algo. Me estaba hablando. Así es, el gato me hablaba. Lo vi en sus ojos, en esos ojos lagañosos que cualquiera tendría un lunes a las seis de la mañana. ¿Qué vi en sus ojos? Me vi a mí mismo. Y finalmente comprendí. Mi historia no es sino una de miles. Ambos estábamos protagonizando una historia. La misma historia. Su historia. Ellos estaban contando la historia. Nosotros éramos los protagonistas. Los protagonistas de su historia. Una historia que probablemente sería la mentira más grande jamás contada.

Agarré al gato con cuidado, y cargándolo en mis brazos, lo llevé a casa. Esteban. Ése era su nombre. Mi nombre. ¿Por qué le pondría a un gato mi nombre? Porque somos iguales. Ambos fuimos abandonados. Habían prescindido de él.

EstebanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora