A pesar de que la lluvia había cesado, el clima era gélido y el viento, como en gran parte de Escocia, era perenne. William y Elaine caminaron en silencio. Ella, con los brazos cruzados sobre el pecho, él, con las manos en los bolsillos del sobretodo. El jardín era hermoso, iluminado con timidez por la luna y alguna que otra farola que reflejaban su luz en los pequeños charcos de agua. Llegaron a una pequeña glorieta que adornaba el extremo del jardín que daba al lago.
—Yo también extraño mi vida anterior —murmuró William y miró de reojo a Elaine.
—El destino puede llegar a ser irónico, tanto deseaba conocer mi raíces, saber de mis padres. Cuando recibí la carta sentí una mezcla extraña de felicidad y temor... debí rechazar la herencia, si hubiese sabido...
—Me habrías abandonado sin siquiera conocerme —intervino William—, eso hubiese sido egoísta de tu parte, ¿no te parece? —inquirió con tristeza.
—A mi favor estaría el hecho de que no lo sabría —se defendió Elaine.
—Ignorantia legis neminem excusat —respondió William.
—¿Qué significa eso? —preguntó Elaine.
—La ignorancia de la ley no es excusa —tradujo William—, creo que eso puede aplicarse a la situación.
—Lo importante es que estoy aquí, y voy a cumplir contigo y Alistair —retrucó la muchacha y miró el lago cuyas olas parecían bailar con el viento.
—Fuiste valiente, Elaine, venir al otro lado del mundo sin estar segura de con qué te ibas a encontrar. —William también dirigió la vista hacia el lago—. Y tomar esta locura con tanta tranquilidad, te admiro, porque yo no termino de creerme todo esto.
—La procesión va por dentro, William —susurró la joven—, puede que en apariencia esté tranquila, pero en el fondo estoy aterrada.
—Es bueno tener a alguien con quién hablar y desahogarse —acotó él y carraspeó para aclararse la voz—, y me parece que solo entre nosotros vamos a comprendernos.
—Al parecer, sí —dijo Elaine apenada—, ni con River, que es mi mejor amiga, puedo conversar sobre esto.
—Se nota el cariño que hay entre ustedes, ¿se conocen desde hace mucho? —preguntó William con interés, de verdad quería conocer más sobre ella.
—Desde la universidad, no tardamos en congeniar y se ha vuelto la hermana que nunca tuve y su familia... —suspiró—, su familia es genial, su mamá, su papá, su hermano y se convirtieron en mi familia también.
—¿Y tus padres? —preguntó William.
—Murieron —respondió ella con sequedad.
—Otra cosa que tenemos en común —admitió él.
—Lástima que solo coincidamos en cosas malas —dijo ella y giró un poco la cabeza para mirarlo.
—En los peores momentos es que se crean lazos inquebrantables —afirmó William y también la miró.
—Eres una caja de sorpresas, señor gruñón, cuando te vi por primera vez creí que eras una persona superficial, como tu... —Elaine hizo silencio, no quería ser imprudente.
—Dilo, no te cortes, como Emma —dijo William y volvió la vista hacia el lago.
—Ajá, puede ser que la esté juzgando sin conocerla, como lo hice contigo —se justificó Elaine.
—Ella no es una mala persona, la conozco desde la infancia, el problema es que cree tener al mundo a sus pies, la criaron de esa manera —arguyó él.
—Debo decir que la entiendo, seguro que está como nosotros: perdida, sorprendida, enojada...
—Supongo que sí —la cortó William—, pero no puedo robarle más años de su vida, aunque ahora se enfade, con el tiempo me agradecerá. —William suspiró y se pasó las manos por el rostro—. ¿Qué pasará cuando pasen los años y ella empiece a envejecer y yo no? No puedo decir que la amo, porque nunca estuve seguro de eso, pero sí, que la aprecio y estaba dispuesto a unir mi vida a la suya, a formar una familia...
—En realidad —intervino Elaine—, ese no es un motivo de peso para atar tu vida a la de otra persona, puede que los problemas, de igual manera, hubiesen llegado en algún momento, tal vez fue mejor que cortes con ella ahora y no, cuando hayan llegado los hijos...
—¿Tú dejaste algún amor en Nueva York? —preguntó William, necesitaba dejar de hablar de él.
—No, nadie que sufra por mi ausencia —respondió Elaine.
—Es raro que una mujer bonita e inteligente esté sola, no puedo creer, los norteamericanos deben estar ciegos —argumentó William.
—¿Me está coqueteando? —inquirió Elaine y sonrió.
—Puede que sí —respondió él y añadió—: ¿Está funcionando?
—Tal vez. —Elaine se acomodó la gorra y el abrigo, empezaba a tener frío.
—Nos sentamos —sugirió William y le señaló el banco bajo la glorieta.
—Por favor —respondió ella.
—Tienes frío, ven, acércate a mí —la invitó William, se sentó y abrió su sobretodo para cubrirla.
—Gracias —respondió la joven y se acurrucó al lado de él.
—Eres la única, aparte de Alistair, que conoce mi condición, me figuro que es por eso que me siento cómodo a tu lado —expresó el joven y la rodeó con su brazo.
—Supongo que sí —musitó ella y levantó el rostro para mirarlo.
—Viste que no fue una equivocación haberte lanzado a esta aventura, estás haciendo una obra de bien conmigo —murmuró él, acercó su frente a la suya, sonrió con pena y en un susurro añadió—: gracias.
Ella no apartó la vista y colocó la palma de su mano sobre el pecho del hombre. Se quedaron así, mirándose, perdiéndose uno en el otro. Volvieron a vivir la experiencia del entrenamiento. Ese ardor interior volvió a estallar, era como si sus almas estuvieran conectándose. Elaine dejó de tener frío, parecían estar flotando en el aire, se sintieron ligeros, sus corazones empezaron a latir con rapidez.
Sus labios estaban muy cerca, podían sentir la tibieza de sus respiraciones y ver el vaho de sus alientos mezclarse hasta ser uno solo. Se pusieron de pie, él colocó sus manos en la cintura de Eliane, ella rodeó el cuello de William con sus brazos y se sostuvieron la mirada, estaban como hipnotizados, una energía misteriosa los empujaba a continuar, pero el estruendo de rayo y la lluvia que comenzó a caer los hizo despertar de esa extraña fascinación.
—Es mejor que regresemos —sentenció William, se quitó el abrigo y lo colocó sobre los hombros de Elaine.
—Sí, es una buena idea —murmuró ella aturdida por lo que acababa de suceder.
William abrazó por el hombro a la muchacha, para cubrirla de la lluvia, y empezaron a caminar. Entraron al castillo y se separaron, cada uno fue a su habitación sin mediar palabra. La experiencia parecía haber traspasado lo corpóreo y tocado las fibras más íntimas de ambos, no hicieron falta palabras, porque ninguna podría describir la sensación que, casi sin tocarse, se transmitieron.
Elaine se echó en la cama sin importar que estuviera mojada. William se desvistió, entró bajo la ducha y dejó que el agua fría, casi helada, acomode sus pensamientos.
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Mi querido Escocés
FantasíaHistoria escrita por Charlize Clarke y Zafyeru25 Eliane Clifford acaba de perder su empleo, pero cuando empieza a desesperarse por su precaria situación económica, la noticia de una herencia que debe recibir al otro lado del Atlántico, en Escocia...