Entre huesos y escombros me encontraba, sola, desesperada, mi garganta no emitía ningún sonido. Solo lograba articular un nombre. Un nombre que fue a lo que me aferré en vida. Un nombre al que no le seguía palabra, ni una sola sílaba. Y me estremecí en la desolación que me rodeaba.
Revolví con la punta de la bota entre las cenizas que cubrían la calle principal y encontré un pájaro. No... Un colibrí.
Hace tres semanas, el día en que llegue a este lugar, me hubiera conmovido por la muerte del pobre animal. Pero esa chica estaba muerta. Muerta en todos los sentidos.
Un gato negro, delgado hasta el extremo, se me acercó haciendo un sonido débil y desgarrado. Le acerqué con el pie el débil cuerpo del pajarillo y comenzó a deshacerlo con dientes y garras. Lo observe comer la carne casi completamente seca de lo que alguna vez fue un colibrí vivo, volando alegremente en un igual de alegre lugar.
Ahora eso había cambiado.
Y el radical cambio del ave pareció representar en su momento la desolación de Poison City.
Ahora las calles estaban devastadas. Las alegres casas al estilo victoriano que cubrían ambos lados de la calle habían quedado reducidas a simples escombros.
Cuando la sangre cubrió la boca del gato, este se restregó contra mis piernas y comenzó a ronronear. La forma en que sus marcadas costillas traspasaban la tela de mi pantalón para lograr hacer contacto con mi piel me hizo estremecer.
El sol se estaba ocultando, tenía que irme o iban a encontrarme.
Levante al gato y lo metí en la mochila de cuero que llevaba. El animal no hizo ruido alguno.
Conforme avanzaba calle abajo mis botas hacían crujir algunos de los restos de hueso, que no se habían consumido por completo. Mirando hacia el camino, noté que pequeñas gotas de agua comenzaban a poblar el suelo, haciendo un ruido sordo al chocar con la ceniza. Pronto este ruido se hizo más sonoro, conforme la lluvia arrasaba con los vestigios de lo que fueron restos humanos y antes de eso, personas.
No había llovido desde mi llegada. ¿O mi aparición?
Recorrí todo el camino de la calle principal hasta que las piernas me dolieron. El gato se revolvió dentro de la mochila.
"Casi llegamos" pensé.
Doblé hacia la derecha y avance unas cuadras más, empapándome bajo la lluvia que caía sin dar tregua, ya ni siquiera me fijaba en las lindas casas que habían sido consumidas por el fuego y me flanqueaban camino a ''casa'', y justo antes de sentir que las piernas me fallaban logre llegar a la puerta de esta, que se abrió rápidamente dejando ver una delgada silueta asomándose desde adentro.
-Hola, Ancy- Cori sonreía desde la puerta. Conteste su saludo con un movimiento de mano. Detrás de él, apareció una figura más imponente. Y sus oscuros ojos marrones me escrutaron por un momento.
-Entra- me ordeno con voz autoritaria.
Obedecí, entrando con un andar pesado. El interior de la casa olía a polvo y libros viejos, la suave y dulce putrefacción de las hojas de papel se desbordaba al caminar por la vieja alfombra persa de la entrada, ahora empapada por el agua que escurría de mi ropa y mi cabello. Dentro de la bolsa el gato se revolvió e hizo que Cori fijara allí su mirada. Me dedicó una sonrisa cansada y movió lado a lado la cabeza lentamente resignándose a mi actitud busca problemas.
-Robert va a matarte- se acercó al armario que estaba junto a la puerta y de el sacó una toalla algo roída por las polillas, me la tendió y comencé a secarme el pelo.
Me encogí de hombros restándole importancia al asunto, ya me las arreglaría.
Se rió por lo bajo y me siguió camino a la sala. El lugar se veía como un chiquero. Extendidas por todo el suelo había cajas de pizza de al menos dos semanas de antigüedad. Fue a sentarse en el suelo junto al sillón y se puso a jugar con un viejo Nintendo portátil. Me recargue en el marco de la puerta mientras Robert se acomodaba en su sillón predilecto. Se dejó caer en el y el cuero soltó un suspiro que lleno por un momento el cuarto con un leve olor a tabaco.
-¿Y bien? - Su voz sonaba monótona, se veía bastante cansado.
-Cuatro cámaras en la calle principal cerca de la plaza- Saque las cosas, conforme las fui enumerando y las deje caer sobre la sucia alfombra-, dos fuera del "Cristal Motel" y esto- . Esto último era un pequeño frasco de analgésicos, se los lance apuntándole al rostro y los atrapo con un movimiento. Al sacarlos de la bolsa el gato asomo la cabeza y miro con fijeza a las personas en la habitación.
Robert levantó una ceja e hizo un gesto en dirección al gato.
-¿Qué? ¿No puedo tener un gato?
No me dijo nada, se limitó a levantarse y dirigirse a la habitación de Maddi.
Deje que mi cuerpo se fuera resbalando lentamente por la pared hasta quedar sentada en el piso.
El gato salió de la bolsa y se dirigió a las piernas de Cori tapando de su vista el pequeño juego portátil. Lo dejo a un lado con un resoplido y acaricio al gato, pasando sus delgados dedos por entre los huesos de la columna vertebral del animal. Un escalofrío recorrió mi espalda ante ese gesto.
-¿Cómo lo llamaras? -dijo sin mirarme, siguiendo con la punta de los dedos el recorrido que habían comenzado.
-¿Tiene que tener un nombre? - Asintió con la cabeza una sola vez y cerró los ojos sin detener la extraña caricia que me ponía los nervios de punta.
Pensé durante un minuto un nombre adecuado para el pequeño gato anemico que ronroneaba débilmente sobre Cori. El chico sonrió levemente, era una escena de fotografía.
-¿Por qué no le pones tú el nombre?- me levante y me dirigí al cuarto de Maddi, pasando a un lado de Cori, quien se devanaba los sesos por el nombre del animal, y le revolví con cariño el negro cabello que le caía sobre la frente. Levantó la vista sorprendido y medio segundo después me sonrió. Le devolví la sonrisa -que mas bien parecía una mueca- antes de entrar al cuarto y pude escucharlo reírse levemente de mi intento de imitación del gato de Cheshire.
En el cuarto de Maddi, Robert estaba sentado en una silla junto a su cama, mostraba su aparente calma de siempre, un semblante que expresaba que lo tenia todo bajo control. Me tranquilizaba un poco saber que detrás de esa cara de piedra el hombre de cuarenta y pocos estaba preocupado. Al igual que yo.
Maddi... para que mentir, tenía un aspecto terrible. Los pequeños risos dorados de su cabeza comenzaban a caerse en la cama a mechones. Grandes y preocupantes mechones. Su cara denotaba cansancio y dolor, aun así me sonrió tiernamente y creí volver verla visto como la primera vez.
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Can you feel the rain?
Random¿Puedes sentir la lluvia? Porque yo no puedo. Estoy harta de sangrar en vano. Y a ti solo te gusta herirme. Con tus malditos ojos color miel. A ti: por si alguna vez te interesa saber que hicimos mal... O bien.