«Fin del juego, señor Román», las últimas palabras de Fede resuenan en mi cabeza al español, mientras nos seguimos besando a mitad de la noche, en la oscuridad, con desenfrene e intensidad.
¿Es el fin? ¿Al fin he declarado lo que siento hacia él y no tengo nada más que ocultar?
Mi pulso se siente acelerado, y el florecimiento en mi estómago, haciendo un dúo con los besos, me priva de conseguir el aliento. Cada vez que pausamos, me pierdo en ese mirar aceitunado, y los síntomas se incrementan en mi cuerpo. Esto es real. De verdad está sucediendo. Estoy besando al chico del que estoy enamorado. Por primera vez alguien me ha correspondido, por primera vez me siento amado, deseado, en sentido romántico.
—Reste avec moi —susurra contra mis labios, sensible, pidiéndome que me quede con él. Acto seguido, me toma del rostro con delicadez.
—Me quedaría aquí toda la noche —revelo—, mientras sea contigo. —Sonrío, acariciándole esos dorados cabellos que caen sobre su frente.
Los ojos de Fede se achinan y brillan, al tiempo que me dedica una sonrisa.
—Ven conmigo —propongo, atrevido, sin pensar mucho lo que digo.
—¿Contigo? ¿A dónde? —En su tono de voz se nota el entusiasmo, el hecho de que, en cualquier modo, él lo haría; de que ésta noche él también estaría dispuesto a todo conmigo.
—¡A las estrellas! —Me aparto y, con euforia, alzo mi mano para señalar el oscuro y estrellado cielo. Fede no deja de sonreír, pero me mira con confusión—. ¡Es broma! —Libero una corta risa, y él igual—. No sé —me avergüenzo de lo que en verdad quería decir—, es solo que... —Siento el calor en mis mejillas, por ésto, bajo el rostro.
—¿Es es solo que...?
Alzo mi mirada, volviendo a encontrar esperanza y ganas de vivir por siempre en esos ojos que él posee.
—Que te quiero —juego con mis manos caídas—, que éstas últimas semanas han sido increíbles a tu lado, que me has gustado por mucho tiempo y, al tenerte aquí, frente a mí, no quiero que te vayas, al menos no ésta noche. No cuando por fin ambos fuimos honestos.
—Me quieres —enfatiza, risueño, cogiéndome de las manos—. Me quieres.
Libero una risa de auto-burla.
—Lo sé, soy patético, ni siquiera somos... eso.
El abrazo de Fede me toma por sorpresa, y el fuerte apretón aún más.
—Nunca jamás repitas eso, no eres patético por demostrar tus sentimientos y, si alguien en algún punto te hace creer eso, pues es un completo imbécil. —Su consejo aclara las oscuras mareas en mi mente, como si borrara el rastro de quien en el pasado me hirió—. Nunca jamás minimices lo que sientes, porque quizá alguien se siente igual y prefiera callar, cuando estando unidos se pueden apoyar. —Un nudo en mi garganta estalla, y rompo en un llanto sigiloso, que casi pasa desapercibido—. Yo también te quiero, Joaquín.
Quedamos frente a frente, literalmente, hasta que Fede opta por la iniciativa de besarnos una vez más.
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Adicto al amar
Romansa«Nos volvimos como el hielo y el dulce de leche en el café para mí: indispensables». Atracción hacia la cafeína, digo, adicción... sí, quiero decir: adicción causada por amor. Más de trescientas sesenta y cinco tazas de café había bebido Joaquín Rom...