Capítulo 4

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Gun de Jinju, enero de 1883

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Gun de Jinju, enero de 1883

KyungSoo no le gustaba la mitología porque los dioses siempre estaban castigando a dioses y mortales por su arrogancia. ¿Qué había de malo en un poco de orgullo?

KyungSoo pecaba de arrogancia. Y también a él lo castigaban unos dioses celosos. ¿De qué otra manera podía interpretar la brusca e insensata muerte de Seo-Joon? Otros vivían hasta una impenitente y avanzada edad, devorando a los debutantes con unos ojos enrojecidos y legañosos. ¿Por qué Seo-Joon no podía haber disfrutado de las mismas oportunidades?

Una fuerte ráfaga de viento estuvo a punto de arrancarle el sombrero. Se frotó la parte inferior de la barbilla, donde la cinta le había hecho una rozadura. La propiedad de los Doh, tenía ocho mil acres de bosque y prados, en su mayoría llanos como el suelo de un salón de baile palaciego, salvo este rincón donde el terreno ondulaba y a veces se arrugaba formando crestas y pliegues.

Había crecido en una casa más cerca de Daegu. Habían comprado la propiedad, su hogar durante los tres últimos años, con el expreso propósito de facilitarle el trato a Seo-Joon, ya que lindaba con Gyeongju, con los terrenos de la casa solariega de los Park.

A KyungSoo le gustaba recorrer los límites de la propiedad. La tierra era sólida, algo con lo que podía contar. Le gustaba la certidumbre. Le gustaba saber exactamente cómo se desarrollaría su futuro. La boda con Seo-Joon le aseguraba eso; no importaba qué otras cosas sucedieran; siempre sería Gukgong y nadie volvería, nunca más, a desairarlo ni a desairar a su madre.

Al desaparecer Seo-Joon, había vuelto a ser solamente el Jovencito Riqueza. No tenía una belleza de las que hacen perder la cabeza, por mucho que su madre se esforzara. Se sabía que había dado algunos pisotones en la pista de baile. Y, por encima de todas las vulgaridades, tenía un pertinaz interés en occidente, el comercio, en las mercancías y el dinero.

En el cielo, unas espesas nubes permanecían inmóviles, grises con manchas de amarillo purulento, como retales de algodón sucio. Pronto empezaría a nevar. La verdad es que debería pensar en regresar. Tenía que recorrer unos cinco kilómetros antes de vislumbrar la casa. Pero no quería volver. Ya era desalentador contemplar, él solo, lo que podría haber sido. Era diez veces peor hacerlo con su madre allí.

La señora Doh alternaba la estupefacción, la desesperación y un furioso desafío. Lo volverían a intentar, susurraba con rabia, abrazando a KyungSoo cuando estaba de un humor más vehemente. A continuación, perdía toda esperanza porque no era posible que lo repitieran, ya que Seo-Joon era un caso bastante único de disipación, insolvencia y desesperación.

Un arroyo separaba su casa de los dominios de los Park en Gyeongju. Aquí no había vallas, el arroyo era una linde reconocida desde antiguo. KyungSoo permaneció en la orilla, tirando guijarros al agua. Aquel lugar era bonito en verano, con las flexibles ramas verdes de los sauces meciéndose con la brisa. Ahora los sauces sin hojas se parecían a unas viejas solteronas, desnudas, flacas y desmadejadas.

𝑷𝒂𝒄𝒕𝒂 𝑷𝒓𝒊𝒗𝒂𝒕𝒆 [ChanSoo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora