Capítulo VI: La Comprobación.

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Calumaz se quedó mirándolos con los ojos desorbitados. No había visto a Naros el Traidor y a los seis humanos peludos desde que lo bajaran de la choza y lo llevaran a rastras. Desde aquella noche.
Las siete figuras se encontraban de pie en la esquina izquierda de la choza prisión móvil. Calumaz posó la mirada en los extraños seres que acompañaban como guardaespaldas a Naros y no pudo contener la sonrisa. Los seres humanos peludos pasaban de los dos metros de altura y sus piernas, brazos y tronco los veía de un diámetro y robustez increíble. A lado de ellos Naros parecía un enano que gesticulaba y vociferaba órdenes. Si quisieran podrían dejar inconsciente y hasta matar a un hombre adulto de un puñetazo. Los hombres peludos se limitaron mirarse y a hablar en voz baja entre ellos. Pero Naros devoraba con la mirada a Namira.
En su temor ella había olvidado las pieles que la cubrían y se había arrojado hacia Calumaz apretándolo con los brazos. Namira andaba vestida con un vestido de un tipo de cuero de color marrón oscuro y fino que estaba rasgado en la parte baja y dejaba al descubierto todas las piernas desde sus delicados pies hasta el nacimiento de la nalga. El vestido se ajustaba a la cintura y subía cubriéndole el pecho y los hombros en forma de tirantes. Debajo del vestido tenía un trozo de piel fina que cubrían sus intimidades. Calumaz vio las piernas de Namira y vio varios moretones y cortes pequeños, señal de la habían sujetado duro por las piernas. Calumaz miró a Naros el Traidor que se deleitaba mirando las piernas de Namira.  La cara se le enrojeció al sentir la mirada morbosa de Naros.
- ¡Deja de mirarla! - gritó Calumaz y rodeó a Namira con los brazos. Namira se apretujó aún más. El tenerla abrazada hacía que leves temblores recorrieran su cuerpo. Pero él no les prestaba atención.  Sea lo que sea que fuera hacer Naros allí, no podía ser nada bueno. Calumaz estaba dispuesto a defender a Namira costara lo que costara. No podía permitir que le pasara nada.
- ¡Sáquenla de la jaula y sujétenla en el piso! –ordenó Naros. Al escuchar aquello Namira se despegó rápido de Calumaz y se escondió detrás de su cuerpo. Los gritos que ella daba y la manera en la aferraba la espalda de Calumaz llenaban de pánico a este. ¿Qué le iba a suceder a ella? Los seis monstruos se echaron sobre las tiras de piel que sujetaban la puerta de la choza móvil, piel gruesa que Calumaz nunca había visto y que en vano había tratado de rasgar con los dientes. Namira se encogía aún más detrás de Calumaz. Uno de los hombres peludos trató de meterse dentro de la jaula, pero su enorme pecho no cupo. Calumaz se estiró y le dio una patada en la misma nariz. Gruñó el humano peludo y enseñando los dientes sacó la cabeza.
- ¡Levanten la jaula por detrás! - les gritó Naros –y sacúdanla para que caiga.
Dos hombres peludos rodearon la jaula y extendiendo sus brazos la levantaron por la parte delantera, a la cual estaban aferrados Calumaz y Namira. Vieron el suelo de madera y hojas bajo sus pies levantarse, se agarraron de los barrotes. Los hombres peludos comenzaron agitar violentamente la choza móvil y ellos sentían que se soltarían. Namira gritaba de espanto como una poseída y contraía las piernas a la altura del pecho. Naros observaba la escena con deleite y una risa burlona. Calumaz vio como por la abertura de entrada se posicionaban otros dos peludos y metían los brazos tratando de alcanzar sus piernas. Cada bandazo era violento y Calumaz temía que Namira se soltara.
¡No te sueltes Namira, los alejaré! Le gritaba. Y ella no escuchaba, solo aferraba con fuerza los barrotes. Calumaz comenzó a dar patadas cada vez que el brazo de un hombre peludo se colaba por el agujero de entrada. Los monstruos se iban enfureciendo al ver que no soltaban la jaula y redoblaban las sacudidas cada vez con más esfuerzo. Un grito apagado se oyó y Calumaz vio horrorizado como Namira rodaba en dirección a los brazos de los peludos monstruos. El monstruo la sujetó y con su fuerza descomunal la arrastró por el suelo. Namira revolvía las piernas lanzando patadas al aire, pero era en vano. Estaba siendo llevada ante Naros.
En la choza prisión móvil se libraba una batalla feroz. Calumaz trataba por todos los medios de salir y ayudar a Namira. Los hombres peludos que levantaban la jaula la soltaron y Calumaz aprovechó la caída para lanzarse y salir por la abertura. Lo logró. Estando afuera salió disparado en dirección a Naros, pero dos humanos peludos se le interpusieron. Calumaz sintió temor al ver estos gigantes peludos que lo habían rodeado. Tenía dos al frente y dos detrás. Sabía que si quería burlar aquellas moles tendría que ser veloz y colárseles por entre las piernas. Doblándose sobre sí mismo salió disparado como una liebre con la idea de pasar por debajo de las piernas del hombre peludo de la derecha. Pero no calculó lo ágiles que eran estos humanos peludos y cuando tenía casi las piernas del otro lado, bajando las manos como un relámpago el gigante ser lo tomó por los tobillos y lo levantó en peso. Calumaz se resistió, pero fue en vano. El peludo ser no tenía intención de tener una sanguijuela sacudiéndose en los brazos y le propinó un puñetazo en el vientre a Calumaz. Chilló de dolor este y aflojó los brazos.
-Serrrrrá mejorrrrrrrr que te contrrrrrrrrroles, humano joven- le dijo con voz rasposa. Calumaz no respondió. No podía vencer a los peludos gigantes de más de dos metros de altura. No podía hacer nada para defender a Namira. No podía evitar a Naros. Estaba a merced de él, Namira también lo estaba y él no podría hacer nada para salvarla de las garras del cruel animal de Naros. El humano peludo lo llevó bocabajo hacia la jaula y lo volvió a colocar dentro. Calumaz se arrodilló en ella y miró con ojos de horror la escena que tenía delante. Hacía la tarde y el sol viajaba hacia el oeste. La caravana que los llevaba había parado en una especie de bosquecito que tenía los arboles separados. Estos eran tan frondosos que brindaban sombra a toda la caravana y las carretas se desplazaban con facilidad entre ellos. Las otras jaulas con mujeres estaban regadas y sus prisioneras miraban también la escena. Los hombres estaban alrededor de varios fuegos y los hombres-bestias no se veían por ningún lugar. Calumaz se preguntaba por qué cada vez que se hacía un alto los hombres-bestias se iban con sus garrotes.
Un grito ahogado se oyó. Calumaz sabía de quien era y rápidamente miró apretando los ojos y los dientes. Namira estaba sujetada delante de Naros.
- ¡No he estado con el hombre en mi jaula! - le gritó Namira a Naros.
-Eso solo tengo un modo de saberlo- le respondió relamiéndose con la lengua –tengo que hacerte la Comprobación.
- ¡No me toques Naros! ¡No vuelvas a tocarme! - gritó Namira y comenzó a revolverse en los enormes brazos que la sujetaban. Cuatro de los peludos gigantes la sujetaron boca arriba en el suelo y le separaron las piernas sujetándola con fuerza. Naros se acercó y comenzó a deslizar sus manos por las piernas de Namira desde los pies hasta el vestido. Tocaba el interior de los muslos y pellizcaba esa carne blanda y delicada. Los humanos peludos se encontraban indiferentes a las acciones de Naros y la jovencita que tenían sujeta. Namira dejo de gritar resignada, era evidente que no podía hacer nada y tendría que someterse otra vez a la Comprobación. Cerró los ojos que no paraban de llorar. Sentía las manos de Naros recorriendo cada zona de la piel de sus piernas. Unas manos callosas y ásperas. Las mujeres que estaban prisioneras gritaban en las jaulas indignadas.
Uno de los humanos peludos tuvo que ir a asegurar la jaula donde estaba Calumaz porque estaba fuera de sí viendo como Naros manoseaba a Namira. Tiraba de jaula como si quisiera romper los barrotes y mordía furiosamente las cuerdas de piel de la puerta de la jaula.
Naros agarró con las manos el vestido de Namira y se lo arrancó violentamente del cuerpo. Namira sintió la vergüenza que la inundaba a sentir su cuerpo y sus pechos al aire e instintivamente quiso cubrirse con las manos. Pero estaban sujetas por los hombres peludos. Naros se deleitó mirando el esbelto y fino cuerpo de Namira. Su cintura era estrecha, de finas curvas y sus caderas adquirían forma de mujer. Sus senos eran pequeños, pero bien proporcionados. Naros arrancó el ultimo trozo de tela de Namira. Ahora ella estaba completamente desnuda. Los hombres dejaron los fuegos para observar la escena, pero Naros ordenó a los dos hombres peludos que quedaban que no permitieran acercarse a nadie. Luego hundió la cabeza y las dos manos entre las piernas de Namira llegando hacia su intimidad. Comenzó a gritar la chica y a sacudirse. Pero Naros permaneció implacable. Gritaba y se revolvía aún más Namira, hasta que Naros la soltó y se incorporó. Acercándose al rostro angustiado y lloroso de Namira le fue a decir unas palabras al oído. Y ella lo escupió. Se incorporó furioso Naros y le propinó un pisotón en los delicados senos. Aulló la chica de dolor. Las mujeres también gritaron desde sus jaulas.
-Estúpida, te pudrirás en el Valle cuando lleguemos si no es que mueres –le gritó Naros y dirigiéndose a los cuatro peludos que la sujetaban les dijo –Póngala de regreso en la jaula. Y ustedes dos pongan a punto al campamento, cuando lleguen los hombres-bestias con la caza del día y comamos, partiremos inmediatamente.
-Si Narrrrrrros- fue la respuesta de uno de los hombres peludos.
Y dicho esto Naros se alejó hacia un círculo de hombres y desapareció tras un frondoso árbol. Entre dos hombres peludos levantaron por los pies y brazos a la adolorida chica. Namira no opuso resistencia. Los peludos la transportaron a la jaula donde esperaba Calumaz y la dejaron allí. La chica todavía estaba desnuda y mantenía los ojos cerrados, como si estuviera desmayada. Calumaz rápido tendió dos pieles de las que habían dentro de la jaula sobre el suelo y acostó a Namira, luego la cubrió con las otras pieles hasta que solo su cabecita quedó al descubierto. No podía creer lo que había visto. Como Naros había sido capaz de tal crueldad. Un monstruo es ese hombre, un monstruo, un animal.
Al poco rato llegaron los bajitos hombres-bestias con animales muertos cargados bajo sus espaldas. Los animales eran de color del trigo con cuerpos esbeltos, sus patas eran finas y con pezuñas. Sus colas eran cortas del tamaño de una de sus manos y coronaban finos y largos cuernos sus cabezas. Calumaz los había visto antes y su carne era deliciosa. Aunque estos animales eran difíciles de capturar por lo rápido que se desplazan. Los hombres descuartizaron y empezaron a cocinar parte de estos animales al fuego dejando partes crudas, así como cinco de estas presas, a los hombres-bestias. No volvió a ver a Naros, aunque sí a los hombres peludos que rondaban el campamento.
Namira se había quedado dormida, o no quería abrir los ojos y mirar a Calumaz. Tampoco hizo caso de la comida cuando se la llevaron. Calumaz contempló su rostro en el que aun llevaba las huellas de las lágrimas y el llanto. Sintió que la jaula se ponía en movimiento. La caravana otra vez se desplazaba. Miró a Namira y se preguntó cuándo despertaría y le volvería hablar.

Calumaz. El Rey de los Huesos RotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora