Capítulo VI

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Pues sí, pasaron varios años, en que mi vida pareció adquirir toda la normalidad que se puede encontrar en cualquier persona. No hubo más pesadillas de ningún tipo y le fui perdiendo miedo a los espejos y reflejos.

Alcancé una gran confianza en mí y pude incorporarme a un centro de estudios nocturnos, en el que terminé mi bachillerato. También realicé unos cursos de contabilidad básica e hice amigos. Me sentía una persona normal y conseguí a través de la prensa, un trabajo de auxiliar de oficina de medio tiempo por las tardes, ya que por sugerencia médica debía acudir a ciertas terapias por las mañanas, aunque me sintiera bien.

Sucedió que un día viernes, después de salir del trabajo, me conseguí con varios compañeros en un bar cercano al edificio administrativo donde laborábamos. Pasamos varias horas compartiendo y consumiendo cervezas. Al retirarme del lugar no pasaban taxis, entonces consideré la posibilidad de caminar varias cuadras hasta conseguir un sector más transitable de vehículos. A medida que caminaba comenzó a llover. Corrí para guarecerme de la lluvia y de pronto pisé un charco en el suelo y mi pie izquierdo se hundió hasta el tobillo y se atoró. Después, como si algo se hubiera aferrado y halara mi pierna, esta se fue hundiendo, hasta llegar a mi rodilla y allí se atascó porque mi otra pierna estaba de rodillas afuera del pozo y yo hacía un gran esfuerzo para evitar que ese pequeño charco me engullera.

Comencé a gritar pidiendo auxilio y varias personas acudieron y me ayudaron a salir. Luego perdí el conocimiento. Al despertar, habían pasado varias horas y estaba hospitalizado con la pierna fracturada. Allí se me desarrolló de nuevo el miedo a
los espejos y volví a ser internado en el hospital psiquiátrico bajo tratamientos antidepresivos por casi un año. De allí pasé a una clínica de reposo psiquiátrico por un año más.

Después de haber sido dado de alta, un día caminando por la calle me conseguí un espejo roto. Al tocarlo sentí que mi dedo se hundía en un pedazo del vidrio de unos tres centímetros de ancho. Como pude lo extraje y lo guardé en mi bolsillo y comenzó de nuevo aquella antigua fascinación de hundir mis dedos a través de él y no verlo salir del otro lado. Así pasó el tiempo, hasta que sufrí otra crisis, durante la cual rompí el colchón de la cama donde dormía, las
sábanas y la almohada, lacerándome las manos. Fui recluido en el hospital de reposo psiquiátrico. Estando allí volvieron las pesadillas en las que me encontraba dentro del
escaparate. Con el tiempo fui trasladado a otro hospital, ya
que solía amanecer dentro de los armarios, estantes y escaparates existentes.

El Espejo RotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora