Capítulo 8

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Consecuencias

Damien

—Maldita sea, lo siento, Damien...yo —se aparta de mí cuando mi sangre le salpica las manos.

No necesito llevar una mano a mi cuello para darme cuenta que está sangrando. No siento casi nada de dolor, solo ardor así que debe ser un simple rasguño.

Anastasia suelta la kizlyar que tiene la punta manchada del líquido rojo y se acerca a mí pero antes de que pueda tocarme la puerta se abre y los guardaespaldas entran reparando la escena.

Mitch mira la navaja tirada en el piso, y en seguida repara en el hilillo de sangre que aumenta conforme los segundos, le hace una seña a Jeffrey y de inmediato este intenta acercarse a Anastasia.

—No te atrevas a tocarla —advierto dejándolo quieto en su lugar—. Largo los dos.

No hace falta que lo ordene de nuevo para que ambos vuelvan a salir.

Anastasia, quién estaba quieta en su lugar saca un pañuelo de no sé dónde y lo coloca en el lugar de la herida.

—Eres un imbécil, Damien —frunzo el ceño cuando me insulta molesta y afligida—. Te sabes miles de maniobras para haberte soltado y dejaste que te hiriera.

Me saca una sonrisa y en lugar de observar lo que hace la miro fijamente. El tacto tan delicado que tiene me deja inmóvil.

—¿Me estás culpando por haberme apuñalado? —me burlo provocando que me dé una mirada asesina.

—No te apuñalé, dramático.

—Es lo que querías hacer, ¿no?

Sus ojos plomizos se encuentran con los míos. Y de alguna manera no quiero que tenga el maldito pañuelo y su mano tan cerca de donde está mi pulso.

—Por supuesto que no. Quería que me dejaras tranquila.

—Solo tenías que responder a mi pregunta.

—No tenía que responder a nada.

—No terminaste el maldito diseño —le recuerdo de mala gana.

Se queda callada pero no parece estar buscando una justificación más bien solo parece estar pensando.

—Lo terminaré —dice en cambio.

Dejo que me limpie la sangre. No me quejo cuando presiona demás y después de un par de minutos termina alejándose.

—Llamaré a Melody para... —intenta irse pero no la dejo.

—No exageres.

—¿Cómo demonios vamos a cortar la sangre que sigue saliéndote? —su aflicción por una cosa tan insignificante me causa risa—. Deja de burlarte maldito imbécil.

—¿Me acabas de llamar imbécil? ¿A mí? Te recuerdo que...

—...eres mi jefe, ya lo sé —termina por mí—. Pero eso no te quita lo idiota. Podríamos habernos ahorrado esto... —señala mi cuello, de dónde aún sale sangre—, si te hubieses alejado de mí.

—Eras tú quién no me quitaba las manos de encima —le recuerdo—. Y parecías realmente complacida con ello.

Abre la boca para decir algo pero la vuelve a cerrar cuando la indignación no la deja hablar. Me dedica una de sus miradas asesinas pero no me causa más que gracia porque en realidad no va dirigida con la intención con la que la quiere hacer ver.

—El complacido eras tú —refuta, cruzándose de brazos. Mi mirada se detiene demás en sus labios—. Y estabas tan complacido que dejaste que te lastimara.

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