Día 7. Tema libre

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Era una tarde soleada, una tarde de primavera como otra cualquiera en Pyroxene. Leona se encontraba sentado en el balancín del jardín trasero mientras veía a sus hijos jugar. O, al menos, lo que todos los cachorros de león solían entender por jugar excepto Eric. Eric, de seis años, era el mayor de sus retoños. Con cabellos castaños y ojos brillantes como amatistas, era un niño tranquilo que se pasaba gran parte del día durmiendo o persiguiendo a uno de sus padres para que le leyera un cuento, normalmente Vil porque Vil disfrutaba consintiéndolo a pesar de que a primera vista parecía más estricto que el moreno.

Tatiana, con pelo dorado y ojos verdes como el verano, era dos años menor y ya era una fiera leona a su corta edad. Era incapaz de estarse quieta, y siempre tenían que andar detrás de ella para que no causase ningún destrozo. No importaba cuánto se esforzase el modelo por intentar convertirla en una señorita, la niña era un caos andante.

Leona era consciente de que debería separarlos porque Tatiana se había empeñado en morderle la oreja a su hermano y a Eric no le gustaba, pero no podía negar que le divertía la escena. Un error, ya que pronto apareció el rubio con una bandeja que depositó en la mesa del jardín y cogió a Eric en brazos mientras el pequeño lloraba.

-Te he dicho muchas veces que no dejes que Tatiana le muerda -le reprochó a su pareja, meciendo a su hijo y besando su frente-. Ya está, gatito, ya está.

-Tiene que aprender a jugar como un león -replicó el mayor, levantándose y cogiendo en brazos a su hija-. Tatiana siempre está encima de mí mordiéndome, y yo también la muerdo a ella. No es para tanto.

-No le gusta. ¿Te lo tengo que volver a repetir? Eric es muy sensible.

-Eso lo sacó de ti.

-¿Quieres que te pegue una patada? -amenazó Vil, a lo que su pareja alzó un brazo como signo de rendición-. Bien, ¿quién quiere merendar?

Los dos pequeños levantaron las manos con insistencia. Era su hora de merendar al fin y al cabo, y llevaban todo el día jugando. Sus padres los sentaron a la mesa, y Vil rascó sus orejas con cariño antes de depositar un beso en la cabeza de cada uno mientras Leona regresaba al balancín.

-Ya sabéis cómo funciona esto -comentó el actor-. Solo os podéis comer las galletas si os termináis primero los palitos de zanahoria. E imagino que querréis comerlas, porque son tiene chispitas de chocolate. Y aquí tenéis también, zumo de manzana para Tatiana y de melocotón para Eric. Si queréis más, me lo decís y os relleno el vaso. Que aproveche, cariños míos.

-¿Y a mí no me has traído nada? -preguntó el león-. Qué mal tratas a tu pobre esposo.

Vil puso los ojos en blanco mientras cogía una botella de cristal que había en la bandeja. Se acercó al balancín y se sentó en el regazo de su marido, quien no tardó ni un segundo en rodearle la cintura con el brazo.

-¿Me has traído una cerveza?

-Sin alcohol, que tienes que seguir cuidando de los niños luego -explicó el modelo-. Me gustaría tener libres todos los fines de semana para disfrutar de esto y que no tuvieras que hacer siempre todo el trabajo.

-Les haces la comida.

-Querría hacer algo más que cocinar, gracias -rio Vil.

-Hey, no pasa nada, ya lo sabes -replicó Leona-. Últimamente te están saliendo más trabajos y estás más ocupado que de costumbre, es lo que hay. Y ya sabes que no importa encargarme de los cachorros, somos los leones quienes solemos cuidar de las crías después de todo.

-Ya, pero yo también quiero disfrutar de ellos. Estoy pensando en hablar con mi mánager para no aceptar trabajos los fines de semana. Ahora mismo no tengo ninguna oferta para una película, así que supongo que no habrá problema.

-¿Estás seguro? -preguntó el felino, acariciando su espalda-. Vil, adoras tu trabajo.

-Sí, pero también adoro a mi familia -contestó el menor-. Además, sé que te han propuesto unirte al equipo profesional de magift del distrito.

-¿Cómo te has enterado? -bufó Leona.

-El otro día coincidí con uno de los dirigentes del equipo y me lo comentó. Quería saber si habías decidido algo al respecto.

-Bueno, ¿y qué piensas que debo hacer?

-Sé que no es el equipo más importante -respondió el actor-, pero no suena mal. Siempre fuiste muy bueno al magift, y te encanta tanto verlo como jugarlo. Soy consciente de que con tus habilidades podrías unirte a un equipo de más categoría, pero es una buena oportunidad de cualquier manera.

-¿Y los cachorros qué?

-Los entrenamientos son por la mañana, cuando ellos están en clase. -Leona soltó un suspiro-. Piénsalo. Seguro que a los niños les hace ilusión poder ir a verte a los partidos y presumir de lo bien que juega su papá.

Vil esbozó una sonrisa divertida. Era cierto que nunca habían hablado de qué haría el moreno una vez sus hijos hubiesen empezado a la escuela y el modelo hubiera vuelto a trabajar a tiempo completo, pero en algún momento tenían que hablar de ello. El rubio pretendía continuar con la conversación, sin embargo, Eric y Tatiana corrieron hacia ellos mientras terminaban de comerse las últimas galletas. Vil se arrodilló junto a los dos y se le abalanzaron encima.

-¡Papi! -exclamó Eric-. ¿Nos lees un cuento?

-¡No! -replicó Tatiana-. ¡Juega con nosotros!

-Qué solicitado estás -silbó Leona, ganándose una mirada de su esposo.

-Vamos, vamos, puedo hacer las dos cosas. ¿Qué os parece un cuento primero y después jugamos a lo que queréis? Pero sin morder a nadie.

-Papá, no me deja ser una leona -le protestó la niña al mayor.

-Tu padre no es un león, enana, no puedes morderle como cuando me muerdes a mí -explicó Leona-. Los leones jugamos así, pero los humanos no. Y lo mismo con Eric, a Eric no le gusta. Tienes que entender que tu hermano es más tranquilo.

-Vale -contestó la pequeña, haciendo un puchero-. ¿Entonces hay historia?

-Sí, ¿cuál queréis?

-¡La de la Reina Hermosa! -respondió ilusionado Eric.

-Muy bien, pues id a buscar el cuento, vamos.

Leona rio al ver a sus hijos echar una carrera para llegar a la estantería donde tenían sus libros. Vil ahogó una carcajada también, y su sonrisa se ensanchó cuando sintió a su pareja agacharse para depositar un beso en su mejilla y pasarle un mechón por detrás de la oreja con cariño. Poco después, los pequeños regresaron, Eric triunfante con el cuento en sus manos. El rubio lo recibió y en seguida empezó a leerlo, aunque el mayor de sus cachorros se sabía la historia de memoria prácticamente de todas las veces que la había oído. Aun así, la escuchaba como si fuera la primera vez, con el mismo interés y la misma curiosidad.

El moreno les observaba con una mirada cargada de ternura. Nunca había considerado formar una familia con alguien, y mucho menos tener hijos. Siempre se había visto como un lobo solitario, y ni siquiera le gustaban los niños. No obstante, lo único que podía pensar cuando admiraba la escena frente a sus ojos era lo feliz que era. Jamás pensó que podría llegar a ser tan feliz como ahora.

Vil había soñado toda su vida con un final feliz, y en momentos como este Leona comprendía que este era su final feliz. El de ambos.

LeoVil Week [Twisted Wonderland]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora