Son las 3 de la madrugada, hora de la nostalgia. Son las 6 de la mañana, hora de despertarse. Y como todos los días de semana, yo no quería. Estoy templada y cómoda, sin embargo, siento que me falta algo. Veo el techo, me doy media vuelta, me tapo con la sábana y espero los requeridos cinco minutos más. Pasa el tiempo (algo que solo un reloj puede hacer posible), me siento en la cama, comienzo a estirarme y la miro. Es lo primero que veo en el día al levantarme. De alguna manera desarraigaba mi ser, arrebatada alma mía, haciéndome creer que no la iba a ver hasta el mediodía. Sin duda un gran aliento para comenzar el día. Me paro, voy al baño, cambio mi pijama por el uniforme, me lavo los dientes, y por un momento me olvido de su existencia. Espío el armario para ver si le encuentro, vuelvo a la habitación y me mira, bien provocativa como siempre. Sabe que le toca, sé que me toca. Es la escogida, soy la predestinada. La agarro, le pongo la carpeta y cartuchera en su interior y marchamos al comedor. La verdad es que estoy cansada de levantarme de esta manera, sintiéndome triste por tantas cosas que pasan por mi cabeza que son tremendamente absurdas e inefables. No quiero sentirme así nunca más.
Juno, mi chiquita, salta alrededor de mis piernas como si hubiera pasado un año. El otro vago está durmiendo a los pies del piano. La casa está fría, y no hablo de temperatura. No hay señales de mi mamá, no está. Probablemente se quedó en el trabajo como siempre hace. Y mi papá está sentado en la mesa redonda de la cocina, leyendo otro libro alemán de bioquímica (solo sé que es uno nuevo por el color de la tapa). Él siempre es el primero en levantarse, y lo primero que hace en el día es agarrar un escrito para estudiarlo. Lo saludo, agarro un bocado de pan, acaricio a los canes, abro la puerta y salgo con dirección al colegio.
Ahora viene la parte del día de la cual no me gusta hablar mucho. Es como una pesadilla, pero esta vez estoy despierta. Aún así, resumiendo mi mañana institucional, entro por la puerta principal, voy con dirección al aula, me siento, escucho al profesor, después a otro, y a otro, y a otro, y a otro. Y lo único en lo que puedo pensar en ese momento es en mi vacío interior, en cuándo me voy, en cuánta porción antipática tengo en mis pensamientos sobre este lugar. Como si estuviera esperando por algo que yo sé que nunca va a pasar, como si todo ese momento fuera de una melancólica canción en mi celular que se repite una y otra vez, como si me estuviera ahogando lentamente. Pensando en ir a la Luna y no regresar nunca más. Tal vez nací para estar sola, rodeada por el vacío y la noche. Me siento totalmente perdida en un mundo que no existe, en uno que creo conocer, pero la realidad es otra, es una prisión. Y lo único que realmente quiero en ese momento es sentirme viva. Y mi cara parece no enterarse, aunque en mi cabeza es muy diferente. Me cuestiono, ¿Tiene sentido el sistema educativo actual? ¿Acaso los docentes se alertan de la situación presente? ¿Será que por su ingenuidad siguen su labor de relatar sus mil y un estudios, o simplemente están mirando un asesinato con sus brazos cruzados?
Finalmente, y gracias a Dios (o lo que sea que hizo posible mi liberación), viene el tiempo de irse, me levanto y me voy. Paso la abertura que equivocadamente dice salida. Me cuesta unos minutos recuperarme, se vuelve todo confuso y borroso. Es como si me olvidara quién soy, aunque nunca lo tuve muy claro, pero es como si todo conocimiento se hubiera escondido por temor a regresar a este lugar.
Camino las cinco cuadras que tengo del colegio a casa con el corazón en la mano. Me vuelvo lo más rápido posible para sentirme otra vez en mi hogar. Algo así como si por arte de magia, al pasar la puerta, iba a olvidarme de todo para estar en paz. Y bueno ... llego y me siento como una famosa por tal recibimiento que hacen mis perros. Echo un vistazo y noto que mis papás no están, ambos. Me preparo un sánguche de jamón, queso y tomate, cargo un vaso con agua y voy a la pieza. Como siempre están los chupasangres a la espera de una miga de pan, que por suerte alguna les va a llegar. Prendo la tele, veo las noticias, la crisis, e inmediatamente apago la tele. Ya suficientes problemas tengo en mi cabeza para estar pensando en otros. Apreto el botón de mi reloj para programar una alarma a las seis, para no olvidarme de la cita planificada que tengo a esa hora. Termino de comer, lavo los utensilios y me voy a tomar una siesta con la pequeña (como mis papás no estaban, podíamos infringir la ley) para descansar de la ardua mañana.
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La chica de la luna
Non-Fiction" No lo soporto más. No sé a dónde ir. No puedo escapar. Somos prisioneros de la perspectiva. Fuimos creados de vasijas rotas. Estamos rodeados, pero estamos solos. Lo que duele, siempre se esconde. Olas portentosas de maravilla se mimetizan junto a...