1.- Mismos vans

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Odiaba que los demás decidieran por mí.

Era un miércoles a las 7:48 de la mañana -serían mis perfectas vacaciones de no ser por el trabajo-, un ruido que venía de bajo arruinó el pequeño sueño que apenas había conciliado luego de no relajarme en toda la noche debido a la nicotina y el exceso de soda en mi cuerpo. El efecto de fumar me relajaba; pero a las horas me volvía más ansiosa que de costumbre.

-¡Jane, necesito que estés allá a la voz de ya! –gritó mi mamá desde la cocina.

Puse los ojos en blanco y me resigné. Tomé mi mochila, -que tenía el kit indispensable para mi; chicles de menta, cigarrera roja, encendedor gris, mis audífonos y anteojos- me puse el primer par de Vans que vi con desgana y me cambié de camisa. Decidí quedarme con mi pants gris deslavado. Al bajar las escaleras crucé con Picchi -la perrita que rescaté hace un par de años en medio de un tianguis de malamuerte-, ni siquiera me detuve a saludar a mi familia y salí de la casa.

Este último mes y parte del pasado cubrí a mi mamá; consiguió ese trabajo desde que tengo memoria, yo había ido muy pocas veces de pequeña pero este último mes se convirtió en mi lugar de todas las mañanas ya que mis papás estaban muy ocupados organizando la excursión que hacemos cada año –la mañana era el único momento donde mi papá estaba disponible para nosotros, porque se tomaba muy enserio lo de "la noche es para descansar"-. La planeación de la excursión la habría hecho mi tía Ally, pero decidió alejarse de toda conexión que tenía con la familia. Nunca entenderé por qué.

Mi familia siempre ha sido pequeña, al menos a quien considero realmente mi familia.

Mamá, papá, mi hermano Francis y mis primos Thomas e Isabella formaban parte de ella. Mi tía Ally también había sido parte fundamental de mi nucleo.

Conduje hasta las oficinas del trabajo de mi mamá, ni siquiera era un trabajo para ella, lo disfrutaba; sólo se encargaba de sacudir el polvo y acomodar alfanuméricamente los papeles que dejaban en la noche las personas que también trabajaban ahí. El lugar realmente eran departamentos de vivienda, era un coto, bastante amplios y parecían lujosos. La entrada era un portón de seguridad, los departamentos eran de dos plantas, supongo que el dueño de la empresa compro esa cuadra para acondicionarlo como sus oficinas; no le encuentro ningún otro sentido a que las oficinas sean departamentos, la verdad. Aparqué el auto en el estacionamiento del parque de al lado, estaba algo retirado, quizá 5 cuadras pero obligué a no quejarme ya que me servía en esta rutina procrastinadora que llevaba.

Abrí la puerta de la oficina 2 –de la que se encargaba mamá- y saludé con mi mano haciendo un "peace and love" a todas las que estaban ahí, -gracias al universo sólo trabajan mujeres en esas cuatro paredes. No es que odiara a los hombres, solo me hacían sentir incomoda-. Alana fue la primera en sonreírme. Era la única que realmente apreciaba tenerme ahí, nunca le he preguntado por su edad, pero yo le calculaba cinco años mayor que yo. Era pelinegra, sus ojos de un tono miel, de bajo de sus labios tenía una pequeña cicatriz, también era más bajita que yo.

-¿Un poco desmañanada? –rió.

-Si estuviera bien peinada ni te abrías dado cuenta de que me desperté hace 15 minutos. –le saqué la lengua mientras trataba de acomodar lo que podría llamar cabello.

-Oh, claro, pequeña Rojita. –ironizó

Rojita.

Comenzó a llamarme así desde la primera vez que me vio. Fue de esas visitas que hacía cuando mi mamá me obligaba a acompañarla, alrededor de hace 2 años, cuando decidí pintar mi cabello de color rojo manzana. Bueno, su analogía tenía algo de sentido. Amaba mi color de cabello, es decir, era falso, pero me daba personalidad.

Me di la vuelta para comenzar a organizar los papeles que había dejado el día anterior pero un "Uhm uhm" de ella hizo que sintiera que hacía algo mal.

-¿Ocurre algo, Alana? Ya sé que he estado viniendo yo en lugar de mi mamá, pero ya sabrás que se la ha pasando organizan... -le comentaba apenada pero su risa traviesa me detuvo.

-No, no, es agradable que vengas tú Jane, es más, aprovecho para decirte que tienes un timbre de voz muy fino cuando cantas–rio inocente y por consiguiente me pegué en la frente con la mano, maldita sea, de verdad creía que mi voz chillona cantando no se escucharía desde los estantes- ...Acaban de abrir la 6 y entrará un chico nuevo, creo que podrías ayudarme a orientarlo, viene de parte de su padre, hará el mismo trabajo que tú así que...- la interrumpí.

-Sí, sí, ya entendí -volteé los ojos- seré su maestra para enseñarle a sacudir muebles y acomodar papeles en la cajonera que está separada en secciones y que es muy complicada de entender, ya, ya... – dije de forma irónica pero divertida para que no notarán mi incomodidad al tener que aceptar dicha tarea. No me molestaba compartir espacio vital con las personas pero mencionó chico, así hay mucha posibilidad de que sea de mi edad.

Y qué pánico convivir con alguien de tu edad.

No podía negarme era mi trabajo, igual, sólo me encargaría de que aprendiera la rutina del trabajo y volvería a mi sitio, pan comido.

-Pero necesito que cambies de oficina, nosotras podemos encargarnos ya de aquí.

Pan no comido.

-No hablas en serio...

-Llega en tres días...-la interrumpí.

-Si es odioso me regreso a esta oficina, no puedo trabajar con un mal ambiente, ¿okay?- dije seria, tratando de sonar como una persona civilizada y decente que no se regresaría a su antigua oficina solo por no convivir con un chico de su edad... o no?

-Me parece correcto, entendido -rió- mientras quédate aquí y prepara tus aptitudes de maestra. –me dedicó una media sonrisa.

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Eran alrededor de las 4 de la tarde. Siempre que salgo conecto mis audífonos para poner la playlist que me he pasado haciendo los últimos 2 meses, el poder que tenía la música en mi era increíble, todo mal día podía reponerlo escuchando cualquiera de mis álbumes preferidos, era como si todos esos conjuntos de melodías pudieran abrazarme y decirme que no hay ningún dolor que dure más que todos esos álbumes juntos.

Ya estaba al borde del portón de la salida cuando mis ojos tropezaron con un mismo par desgastado de Vans y un mismo pants gris que los míos en la primera escalera de la entrada, alcé la mirada para saber a quién se le ocurría traer la misma combinación que yo pero fue un intento inútil, sólo conseguí ver su espalda por los largos pasos que daba hacía las oficinas. Era un chico, alto por obvias razones, tenía el cabello revuelto y noté que su playera en la parte de atrás llevaba estampada el logo de The Smiths. Mi banda favorita. Me sentí un poco dispersa. ¿Era el chico nuevo del que me comentó Alana en cuanto llegué?

Esperaba que lo fuera.

Esperaba que lo fuera

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