22 de mayo de 1893
SooMan estaba inquieto.
Durante los últimos quince años, sus noches consistían en la cena, un cigarro y el ejemplar del día del periódico local, y una última hora de lecturas académicas. Y durante unos trece de esos quince años, dos veces a la semana, su amante de turno llegaba de Hanseong, justo cuando él dejaba de lado El banquete de Silla. El primer año después de su vuelta a Bukchon había intentado, sin demasiado éxito, conseguir un arreglo más local. Durante los últimos doce meses, más o menos, había sido célibe.
Nunca había defendido el celibato, ni tampoco lo defendía ahora. Tal vez, lo que ocurría es que se había convertido en un paleto de pueblo y ya no podía hacer la ronda del mercado de carne en Hanseong. O tal vez, ya no tenía necesidad de la vieja calistenia carnal, al haberse vuelto prematuramente asexual por medio de una combinación de soledad y empeño académico.
Y no lo había echado demasiado de menos, hasta esta noche. No le importaría saber que, en aquel momento, una mujer estaba llegando a Bukchon y estaba a punto de que la trasladaran hasta su propiedad.
La tranquilidad de su biblioteca se había vuelto somnolencia y tedio. Su costumbre diaria, con su cuidadosa variedad de cigarros y una novela de vez en cuando, era tan insípida como los platillos que su cocinera le servía los jueves. Incluso haber tomado el postre en primer lugar, esta noche, no había servido para aliviar la opresiva uniformidad, sino que había conseguido que se sintiera sumamente ridículo.
El problema no era el letargo que lo afligía de vez en cuando. Al contrario, sufría de un exceso de energía. Iba y venía como un soldadito de cuerda, un juguete, bajo el mando de un general de tres años.
Llamaron a la puerta. Entró su mayordomo, con el correo de la tarde. SooMan echó una ojeada a los tres sobres. Dos eran correspondencia de otros académicos, uno alemán y otro griego. El tercero era de su sobrino Heechul, también conocido como Sir Choi, un doncel con una pasión religiosa por los pecados de los demás y un deleite de filántropo por compartir sus conocimientos enciclopédicos de las últimas tormentas sociales que se habían desarrollado en un vaso de agua.
Despidió al sirviente y abrió la carta de HeeHee, contento de contar con un poco de distracción frívola. Heechul y su hermano, solían ir a visitarlo a primerísima hora de la mañana para averiguar, a través de los sirvientes, el domicilio de la señora que él había visitado la noche antes, o si se había traído alguna prostituta —número exacto, por favor— a su propia casa. Una mañana él había supervisado, personalmente, el lanzamiento «accidental» de cubos de agua fría, mientras ellos llamaban al timbre de la puerta. Pero la aterradora entrega de sus sobrinos a su tarea era tal que volvieron al día siguiente, con paraguas.
Tal vez como tributo a todos los chismes, deliciosos y escandalosos, que él les había proporcionado y que los habían elevado a la cima de la pirámide de los cotilleos, Heechul le escribía cada mes con los últimos acontecimientos de la capital. Al principio de su autoimpuesto exilio, tiraba las cartas al fuego sin abrir, pero, conforme pasaban los años, la persistencia de su sobrino, precisa como un reloj, había acabado con su resistencia. Le avergonzaba reconocerlo, pero se había vuelto adicto a su dosis mensual de adulterios, vanidades y demencia.
La entrega de este mes incluía la noticia de que Sir Xiao había dado a luz a otro niño que no se parecía en nada a lord Xiao, pero que era clavado al honorable señor Zhang; que sir Kim había instalado a dos de sus concubinos en la misma casa, y que se decía que habían atrapado a lord Wu YiFan en un armario con el prometido de su hermano.
Pero HeeHee se guardaba lo mejor para el final: un divorcio como Dios manda, que involucraba no a cualquiera, sino a uno de los herederos más ricos del país y al heredero de un Gukgong, que, según decía, también tenía toda una fortuna. Heechul escribía, atolondrada y detalladamente, sobre cómo el Hyeonhu estaba decidido a casarse con su joven admirador, sobre las crípticas intenciones del Hyeonhu y las erráticas conjeturas que circulaban por la ciudad respecto a las consecuencias del caso. Ante los demás, presentaban una fachada amigable, pero ¿qué estaba pasando detrás de las puertas cerradas? ¿Se estaban envenenando mutuamente el té? ¿Difundían rumores falsos el uno sobre el otro? O, lo que era improbable, ¿se estaban riendo juntos, a expensas de aquel tonto de lord Oh Sehun?
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𝑷𝒂𝒄𝒕𝒂 𝑷𝒓𝒊𝒗𝒂𝒕𝒆 [ChanSoo]
Fanfiction𝐸𝑛 𝑙𝑎 𝐶𝑜𝑟𝑒𝑎 𝑑𝑒 𝑓𝑖𝑛𝑎𝑙𝑒𝑠 𝑑𝑒𝑙 𝑠𝑖𝑔𝑙𝑜 𝑋𝐼𝑋, 𝐿𝑜𝑟𝑑 𝑦 𝑆𝑖𝑟 𝑃𝑎𝑟𝑘 𝑒𝑛𝑐𝑎𝑟𝑛𝑎𝑛 𝑢𝑛 𝑚𝑎𝑡𝑟𝑖𝑚𝑜𝑛𝑖𝑜 "𝑝𝑒𝑟𝑓𝑒𝑐𝑡𝑜", 𝑏𝑎𝑠𝑎𝑑𝑜 𝑒𝑛 𝑒𝑙 𝑟𝑒𝑠𝑝𝑒𝑡𝑜 𝑦 𝑙𝑎 𝑙𝑖𝑏𝑒𝑟𝑡𝑎𝑑, 𝑠𝑜𝑏𝑟𝑒 𝑡𝑜𝑑𝑜 𝑝𝑜𝑟�...