El silencio es aquel sonido perturbador que te invade en la depresión. El sonido de tu corazón sufriendo.
El olor es amargo, el tacto rugoso y lo sientes como una taladradora que va desgarrándote el cuerpo, notas como tu piel se va abriendo y rompiendo y tu sangre sale sin parar. El silencio te va matando poco a poco, con dolor, y ese dolor es tan poderoso que incluso puedes llegar a amarlo, a no poder vivir sin el.
El silencio tiene tres partes: la primera, también la primera sensación que te produce, es la paz y la tranquilidad de la soledad, como si estuvieras en un prado verde, con el sol brillando e iluminando cada milímetro de superfície de todo aquello que tu vista alcanza. Notas unas cosquillas que suben de tus pies hasta tu cabeza, pero estas cosquillas cada vez son mas fuertes y te llevan al sufrimiento, que es la segunda parte del silencio, por lo tanto, la segunda sensación que te produce. Este dolor lleva tus lágrimas a los ojos, y se derraman sin control, en ese momento el silencio cae sobre ti y te hace daño, porque el silencio pesa, no es ligero. Tú, frente a este hecho de que el silencio de aplasta, reaccionas de una manera un tanto extraña, te encoges como una bola e intentas agarrarte el cuerpo para que no se desarme, no se deshaga, no se una al infierno del silencio, no se transforme en la nada, que no desaparezca. Y la tercera sensación, es decir, su tercera y última parte, se podria decir que es la muerte. El silencio es mucho más fuerte que tu y a conseguido lo que quería: matarte, hacerte pedazos, reducirte a la inexisténcia del alma. Tu cuerpo físico sigue estando, pero tu cerebro y tu alma han muerto, han caído a un pozo sin fondo, van cayendo y cayendo, sin parar. Sé que parece que esta última parte es la peor, pero no lo es, es la mejor. ¿Sabes por qué? Pues porque ya no sientes ni dolor, ni felicidad, ni hambre, ni sueño, ni nada, tu estado como persona humana se hace neutro. Y es esta la razón por la que puedes llegar a amar el silencio.
