Faltaban tan solo diez minutos para llegar al cierre. Después de un día tan poco frutífero, podría haber dado por terminada la jornada en ese mismo momento, pero Cosmo tenía una obsesión con los horarios.
Solo habían concurrido a la cafetería el par de clientes habituales que aparecían apenas abría, esos que ordenaban el mismo café para llevar y que Cosmo ya tenía listo aún antes de que arribaran.
Se estaba por desatar el delantal negro cuando sonó la campanilla de la entrada. Maldijo para sus adentros, estaba agotado y quería repensar en una estrategia para sacar el negocio adelante. No era que estuviera hundido, pero quería implementar nuevas ideas a las que le venía dando vueltas en la mente.
Era algo bueno que lo orgánico y natural estuviera en la mira de las personas y que la cafetería se especializase en eso era un punto a favor.
—¡Vamos, Jupiter! Prometemos que será solo un café, no puedes limitarte a trabajar e ir a casa día tras día.
Cosmo posó la mirada en la espalda de los tres hombres que se dirigían a una de las mesas. Dos de ellos parecían llevar a rastras a un tercero algo reticente.
Suspiró, se anudó de nuevo las tiras del delantal a la baja espalda y levantó el anotador del mostrador para aproximarse a los clientes.
—¡Buenas noches, muchachos! ¿Qué van a ordenar?
—Hola, Cosmo —saludó uno de los hombres que, junto con otro, venía seguido al local, pero no fueron ellos los que hicieron que el corazón le latiera con locura.
Una persona que no creyó volver a encontrarse los acompañaba. Los recuerdos le acudieron a la mente como un embotellamiento, uno tras otro. Las manos sobre la piel, el aliento en la oreja, los brazos que lo envolvían. El ardor y la lujuria que habían durado un instante efímero. Aquel cabello negro algo largo y los ojos oscuros sobre una tez demasiado clara lo habían encandilado de inmediato en un mar de peces de todos los colores.
Solo habían pasado una noche hacía unas semanas, una ardiente y fugaz noche de pasión en la que Jupiter no había dejado de darle vueltas al anillo en el dedo anular de la mano izquierda. Esa sortija solo significaba una cosa y Cosmo no era idiota, pero poco le importó en aquel momento.
—Sabemos que es tarde, pero hemos podido convencer a nuestro amigo Jupiter de respirar un poco de aire.
Cosmo se aclaró la garganta y desvió la mirada del hombre que le poblaba la mente de escenas cargadas de vapor, jadeos y gemidos. Elevó el anotador, sacó el lápiz que guardaba en el bolsillo del delantal y esbozó la mejor sonrisa de barista.
—¿Qué van a ordenar?
—Un Rainbow latte —pidió Bill, quien le compraba la especialidad en cada almuerzo.
Cosmo dio un respingo y maldijo para sus adentros. Esa orden significaba varios minutos de preparación de los que no quería disponer. Ansiaba marcharse a su hogar, darse una ducha caliente, comer las sobras del día anterior directo del tupperware, sentado sobre el sofá mientras miraba una comedia tonta en el televisor.
Y si a eso le sumaba la incomodidad de encontrarse con alguien con quien había pasado una noche de sexo casual cuando nunca hacía algo por el estilo, más aún anhelaba escapar de la situación.
—¿Qué es eso?
—Te encantará, Jup. —Bill le guiñó un ojo al moreno.
—Chicos, es un poco tarde y...
—¡Vamos, Cosmo! Hazlo por nuestro amigo —rogó Leonard al unir las palmas frente al rostro, el que acompañaba a Bill tan seguido que hasta conocía sus nombres.
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Un Cosmo para Jupiter
RomanceCosmo está por cerrar la cafetería cuando aparece alguien que no esperaba volver a ver.