Encuentro

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Azor y Chispa estaban caminando por las afueras de su casa, buscando algo de comida. De pronto Azor pareció darse cuenta de algo. Levantó las orejas y miró hacia un rincón. -Hay algo por ahí.

Salió corriendo hacia adelante antes de que Chispa pudiera reaccionar. Se acercó a una caja de madera al lado de la calle y miró por las ranuras. Algo se movía dentro de la caja. -Chispa! ¡Son gatos!

-¿Que?- Chispa se adelantó y miró dentro de la caja. -Tienes razón. Ayúdame a levantarla.

Unieron sus fuerzas y levantaron la caja. Dentro había un gato plateado, y una gatita del mismo color, pero con acentos blancos. El gato respiraba lentamente, mientras que la gatita estaba erguida, mirando a Azor y Chispa con ojos asustados.

-¿Necesitan ayuda?- Le preguntó Chispa a la gatita. No le contestó, sólo se acercó más al gato durmiendo, mirando a Chispa con hostilidad, y sacó las garras.

-Está bien, no te vamos a hacer daño. ¿Este es tu padre?

La gata le siseó.

-Chispa...- Azor se adelantó. -¿Puedo intentar?

-Claro.

En vez de hablarle, Azor se agacho y se acostó de espalda, exponiendo su vientre. Este gesto pareció relajar un poco a la gata, pero seguía mirándolo con los ojos de asesino, y estaba claro que no estaba dispuesta a dirigirles la palabra.

-No te vamos a hacer daño. -Dijo Chispa.

Pronto el gato más grande se comenzó a mover. Levantó la cabeza. -Zarita...? ¿Qué pasa?

La gata se dio vuelta. -Tenemos que irnos. Ahora.

El gato abrió los ojos, y se dio cuenta de los dos extraños y de la caja dada vuelta. -¿Qué pasó? ¿Quiénes son?

-Está bien. No queremos hacerles daño. -Chispa intentó hablar con confianza. -Solamente estábamos pasando por aquí y nos dimos cuenta de que estaban debajo de esta caja. ¿Necesitan ayuda?

El gato, a diferencia de su hija, tenía ojos cansados y viejos. Ojos desesperanzados. Ojos que solo tenían los gatos que habían pasado por las cosas más horribles y dolorosas.

Antes de que él podría decir algo, su hija habló: -No. No necesitamos nada. ¡Váyanse!

-Zara...- Dijo el gato, exhausto. -Necesitamos su ayuda.

-Pero papá, ¿por qué querrían ayudarnos? Seguro quieren usarnos.

-Pero Zara... ¿Qué van a querer? Ya lo perdimos todo.

-No se... ¡No se! No quiero confiar en ellos, papá. No podemos confiar en nadie.

Azor seguía agachado, pero se había dado vuelta para poner las patas en el piso. -Está bien. -Dijo en voz baja. -Él me salvó... es un buen gato. Pueden confiar en él.

-Si, claro. -Dijo Zara. -Estás lleno de cicatrices. Seguro que te las dio él, y te está obligando a decir eso.

Azor se echó para atrás, herido. Le susurró a Chispa: -Creo que debería irme.

-No, quédate. -Le dijo Chispa en voz baja. -¿Qué pasa si te da un ataque y no estoy contigo? Me preocuparía mucho. -Le dio unos lamidos en la frente. -Yo me encargo de esto.

-Señor, -Se dirigió al padre. -Soy veterinario, estará bien en mis patas. Ya sé que para callejeros no es común ayudarse los unos a los otros, pero los gatos domésticos valoramos mucho la solidaridad. Deje que los ayude, por favor.

-¿Qué te hace pensar que no somos domésticos? -Zara levantó su nariz, ofendida.

-Zarita, tiene razón. Por favor, deja que nos ayude. -El gato plateado se levantó con mucho esfuerzo, en patas temblorosas. Reaccionando rápido, Chispa lo ayudó a mantenerse de pie.

Ciudad de los Gatos (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora