Para Enjolras, los últimos días habían sido de los más confusos de su vida. Habían sido días de niebla febril, de incertidumbre inusitada, de desubicación y desesperación por todo lo que conocía y lo que representaba su ser, días de asfixia solo en parte debida al sofocante calor estival...

No obstante, siempre había habido alguna cosa, por pequeña que fuera, que le había permitido mantenerse más o menos a flote. En la fiebre, habían sido las pesadillas, la horrible culpabilidad que lo carcomía por dentro cuando pensaba en vivir o, por el contrario, en morir como la mejor opción para él; después, el dolor se había encargado de retener esa culpabilidad, de mantenerlo despierto durante horas, incluidas las largas noches de contemplación que había vivido, y después, cuando empezó a sentirse mejor, la incomprensión fue su mejor aliada, la que lo sacudía por dentro con acuciantes preguntas sobre el porqué, sobre el por qué no, sobre el cómo o cuándo habría habido un resultado distinto al que había ocurrido en las barricadas, cómo habrían podido tener una oportunidad de verdad...

Ahora, sin embargo, Enjolras se sintió sin ninguna clase de soporte.

Y tal vez fue eso lo que provocó que, mientras contemplaba a la persona frente a él con el estupor lívido de quien ha visto a un fantasma, las piernas le fallaran y, de un instante a otro, se derrumbara sobre el suelo con un sonoro golpe.

Lo último que oyó antes de perder el conocimiento fueron unos pasos lejanos que parecían provenir del pasillo y, mucho más cerca, aquel quejido débil y sordo de la figura que ahora le parecía de ultratumba.





El sol brillaba alto en el cielo cuando Enjolras despertó de vuelta en su habitación.

Le costó, al principio, abrir los ojos, a pesar de la intensa luz que las ventanas entreabiertas —nadie había corrido las cortinas, a diferencia de como solían hacer Rose o el doctor para que pudiera descansar— dejaban entrar y descansar directamente sobre su rostro. Se llevó una mano débilmente al mismo, dejando escapar un suspiro mientras trataba de incorporarse, sorprendido de lo trabajoso que le resultaba: tal vez esa era la consecuencia de haberse atrevido a ponerse en pie y caminar él solo después de tanto tiempo la noche anterior...

Ese pensamiento le hizo recordar.

—Grantaire —susurró.

El nombre sonó extraño en su boca, como si no pudiera ser real. Enjolras recordaba la última vez que lo había pronunciado, días atrás, junto a los del resto de sus compañeros, con la tristeza y la desesperación de quien sabe a alguien perdido para siempre.

Y, sin embargo...

Enjolras se llevó una mano al rostro por segunda vez, en esta ocasión para presionar la palma contra la frente, tratando de pensar. Recordaba todo, ahora, con una claridad casi vívida. Pero... ¿sería cierto? ¿Sería cierto lo que había visto, lo que había oído, lo que había olido? Enjolras conocía el olor de las peores fiebres, y no solo por su propia experiencia; el cuarto en el que él había o creía haber estado la noche anterior había olido así también. Si lo que creía era cierto... tal vez no tenía tantos motivos para sobresaltarse como pensaba.

"Aún no podemos asegurarlo con absoluta certeza... pero creemos que usted, monsieur Enjolras, será probablemente el único superviviente de la última batalla".

Enjolras no pudo evitar ceñir el ceño, absolutamente contrariado. ¿Por qué le había mentido Rose de esa manera? No lograba comprenderlo.

¿Lo habría soñado todo?

"Amor, tuyo es el porvenir"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora