Prólogo

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Nada más terminar de bajar el último escalón, una semioscuridad de un ancho pasillo frente a mí me recibió

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Nada más terminar de bajar el último escalón, una semioscuridad de un ancho pasillo frente a mí me recibió. Una tenue luz roja alumbraba débilmente el camino. Podía ver en la distancia la gran puerta del sótano al final del pasadizo.

La puerta de la verdad.

Decidida, comencé a avanzar dando pasos lentos y cautelosos por si había algún tipo de sensor de movilidad que activara alguna alarma. Debía evitarlo a toda costa.

No era momento para errores. 

No era momento para dar marcha atrás después de todo el sacrificio que me llevó llegar a este punto.

Una vez que estuve frente a la gran puerta de metal tintado de negro, saqué el juego de llaves de mi bolsillo y me tomé un momento para observarlas brillando sobre la palma de mi mano bajo la tenue luz roja. Cada llave era de un color diferente: amarillo, magenta, rojo, verde, azul, morado. Después miré las seis cerraduras dispuestas en una fila a un costado de la puerta. Apreté mis labios y, con decisión, empecé a desbloquearlas una por una, en el orden que ya me sabía tan bien de memoria.

Cuando escuché el sonido metálico de la última cerradura desbloqueándose, no tardé mucho en poner la mano sobre la manilla y girarla. Pero apenas entreabrí la puerta unos centímetros, el olor fétido que salió de ahí dentro me detuvo por un momento. No pude evitar hacer una mueca de asco, aún con mi mano puesta sobre la manilla.

Era un olor envolvente y agridulce que me mareaba.

Sangre.

Varios escenarios de lo que podía haber ahí dentro se reprodujeron en mi cabeza como una cinta de una película.

Podía ser cualquier cosa si se trataba de ellos.

Pero fuera lo que fuese, estaba dispuesta a enfrentarlo.

Había venido aquí en busca de la verdad detrás de todas las tragedias de los sábados y eso sería lo que conseguiría.

Uno...

Dos..

Tres...

Conté hasta tres y tomé una respiración profunda antes de abrir la pesada puerta con ayuda de todo el peso de mi cuerpo de un sólo empujón. Una vez abierta frente a mí, mis ojos se abrieron de par en par, asombrados, y mandé a la mierda todas mis teorías, todas mis supersticiones, todo lo que alguna vez pensé que sería la terrible verdad.

Y, sin pensarlo dos veces, avancé y me adentré en el lugar, entregándome a la oscuridad.

S T R A N G E © [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora