Diálogo con la muerte

333 33 31
                                    

Desconcertado. Sí, y algo nervioso. Pero no asustado, tampoco triste; ya no quedaba nadie en la tierra que lo llorara. Miraba, desde la distancia, su propio cuerpo en esa incómoda camilla de hospital, tumbado, inmóvil, desgastado.

—A veces —le contestó la niña sentada a su lado, con voz fría—, pienso en todo lo que pasará al llevarme un alma; familias destruidas, sueños rotos... sufrimiento. Y no quiero hacerlo. Otras, veo gente sin felicidad, siendo torturadas por la vida. Y quiero, pero no puedo.

—¿Por qué?... —preguntó el anciano al cabo de un silencio, sin hallar más que decir.

—Estoy obligada, es mi deber...

—¿Quién te obliga?

—Alguien mucho más poderoso que yo.


Diálogo con la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora