Capítulo 54: Cambio de perspectiva

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Isabela Sandoval pensó que al retomar su vida en Medellín todo volvería a ser como antes. La verdad fue, que sus antiguas rutinas y todas sus costumbres, ya no le llamaban la atención. 

 Estuvo en una fiesta con sus amigos con el pretexto de pasarla bien, como le gustaba. Pero algo pasaba, no se sentía cómoda estando allí, no era su lugar. Rodeada de tantos conocidos; sin embargo, todos le parecían unos extraños. 

 Quiso obligarse a seguir allí creyendo que era un pensamiento absurdo el querer irse. Ella era el alma de las fiestas, debía disfrutar la vida. 

Un par de minutos más y decidió abandonar el lugar definitivamente. Ver todo el desorden, la gente borracha y el ambiente pesado, la desesperaron. Se fue pensando que era asunto de esa noche, en otra oportunidad volvería a ser la misma. 

 Pero entre más reflexionaba y traía a memoria lo vivido en Bogotá, se dio cuenta de que había cambiado. Se sintió tonta al pensar en el grupo familiar y desear estar compartiendo con toda esa "gente aburrida". Ya no eran eso, irónicamente ahora quería ser como ellos. Por primera vez estaba viendo que todo lo que ella consideraba como diversión y alegría, no lo era. 

 Ahora se encontraba allí, llorando en la soledad de su habitación. Era una mezcla de todo: Saber que a todos los que llamaba amigos en verdad eran gente extraña con los que solo compartía fiestas, sentirse insatisfecha con la vida que tenía, haberse enterado de que su padre se lo había arrebatado su propio tío, extrañar una vez más el cariño de su madre. 

 Y aunque quiso negarlo, también quería ver a Felipe Jiménez. Lo que comenzó como un capricho ahora se trataba de amor. Echaba de menos al rubio. Dedicó un instante para recordarlo. Pensó en la forma en que la cuidaba, en las ganas de salir adelante del joven, en su entrega y fidelidad a Dios. 

 Lloró con todo el dolor del mundo. Había encontrado a un hombre maravilloso y no lo había valorado. Ella, que decía no querer casarse ni tener una familia, se culpaba ahora por haber perdido la oportunidad de formar un hogar al lado de Felipe Jiménez. 

 Los días siguientes quiso enfocarse en su tesis, ocupar su mente para olvidar. Pero el vacío seguía allí. 

 Cierta mañana de domingo recordó que cerca a donde vivía había una iglesia cristiana. No lo pensó dos veces, en el pasado se negaba a entrar a un templo fuera cual fuera la religión. Ahora, sentía que no había otro camino para quitar su pena. 

 Al entrar, ocupó uno de los puestos de atrás. Reflexionó mientras comenzaba la reunión, y extrañamente se sintió en casa. Lloró sin parar durante todo el momento de alabanza, y al final pudo experimentar una paz que nunca antes había vivido. Estuvo atenta a la predicación, recibiendo el mensaje sin ninguna oposición. Acudió al llamado de los nuevos y permitió que uno de los servidores orara por ella. Supo entonces que volvería a ese lugar, que todo lo que había aprendido con Felipe y el grupo familiar era cierto. Quería conocer más. 

Para adentrarse más en la comunidad, se unió a un grupo de jóvenes que hacían reuniones en sus casas. Sus jueves ahora se trataban de terminar la tesis en el día y de asistir al grupo juvenil en la noche.  

 Conoció a Valentina Jaramillo, la líder del grupo, una joven asistente de la iglesia con la que formó buena amistad. 

—Pipe es un man que vale la pena. Me duele tanto haberlo perdido —le dijo en una cita de consejería. 

— ¿Y vos crees que ya no hay oportunidad de estar juntos? —indagó Valentina. 

—No sé. He querido llamarlo o escribirle, pero luego recuerdo todo el mal que le hice y no soy capaz. 

—Bueno. Lo primero que tenés que hacer es perdonarte. Vos me decís que ya le pediste perdón, que buscaste restituir tu error, que cambiaste. Pues bien, ya no tenés porque sentir culpa. Ve a Dios y dile que te ayude a perdonarte a vos misma. 

—Es tan difícil. Yo sé que Dios me perdonó, y que seguramente Felipe y Magdalena también. Pero es que yo me desconozco, yo antes no me daba tanto palo a mi misma. 

—Es que eso es de ahí. Nosotros somos buenos para juzgarnos a nosotros mismos, ¿Cierto?. Pero Dios te ayuda y te da la fuerza para perdonarte a vos misma.

—Sí, solo con su ayuda.

—Así es. Hacele —animó la carismática líder —. y preguntále a Dios sobre Felipe. Quien sabe, si es su voluntad, pueden volver a estar juntos.

 Isabela no dijo nada.  Lanzó un suspiro mientras maquinaba en la idea de volver a estar con el rubio, dentro de ella nació una pequeña esperanza que le decía que si era posible un futuro entre los dos. Por ahora, quería enfocarse en ella y en su crecimiento personal y espiritual. Estaba en su primer amor con Dios y quería disfrutarlo.

El amor es más fuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora