𝙼𝚘𝚘𝚗𝚍𝚞𝚜𝚝 || oneshot [Carligor]

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La misión había sido todo un éxito.
Entrar en la cárcel, sacar a Toni de allí y pirarse en helicóptero había resultado más sencillo de lo que habían planeado, resultándoles ridículamente fácil sabiendo que donde se metían era en la jodida Federal. Esperaban tiros, explosiones y quizás algún que otro lanzamisiles... pero apenas encontraron resistencia.
Igor y Fedor pilotaron los helicópteros lejos del territorio de la Federal, aterrizando minutos después en lo alto de una colina, sintiendo la brisa del atardecer mientras se reencontraban todos para felicitarse por el trabajo bien hecho.

— Muchas gracias a todos, ha sido la semana en prisión más agotadora de mi vida —decía un animado Toni, para quien parecía que apenas ayer había entrado en la cárcel.— Voy a echar de menos a los dos amigos que hice. Aunque bueno, a uno lo apuñalé...

Todos estallaron en carcajadas al oírle, incluso su hermano menor Carlo, quien decidió quitarse la máscara que cubría su rostro para poder tomar el aire más a gusto.
Aunque todos vestían casi exactamente igual Igor era capaz de reconocer a Carlo de entre aquella multitud sin que necesitara una sola palabra. Pasar casi cada tarde juntos le había hecho aprenderse cada gesto y manía del rubio, siendo reconocible para el aunque fuera cubierto de pies a cabeza.

— Habría sido increíble que me hubieras dejado meterle un tiro a Vicentín —alzó la voz Carlo, sonriente por haber conseguido salvar de manera triunfante a su hermano.
— No hombre no, Vincentín no... —Toni mostró una leve sonrisa hacia su hermano, dando un par de pasos hasta fundirse en un cálido abrazo. Aunque feliz, la visita de aquella persona a su celda le había descolocado, aun sin entender muy bien lo que había pasado. Pero por suerte ahora estaban juntos, así que nada les pasaría si la familia se mantenía unida.

El menor había movido cielo y tierra para conseguir trazar un plan de escape, habiendo temido profundamente por Toni en cuanto lo capturaron tras el fallido bloqueo en el campamento de la montaña. En su momento y hasta la fecha culpaba a Hai por su pésima organización en aquel atraco, repitiéndole a cada momento que los Gambino ni siquiera necesitaban ese dinero. Estaban más que forrados y había sido todo un puto capricho del asiático. Un capricho en el que casi pierde a su hermano.

— Chicos, hay que dalse plisa. El avión está en el hangar espelando y la poli va a empesa a rastlea toda la puta siudad. Hay que llegar al aelopuerto clandestino antes de que nos descublan —dijo Hai en su clásico tono exasperante, acercándose a los hermanos.
— Hay que ir a recoger las cosas al almacén —Carlo habló primero.
— Si, y yo tengo que recoger aún algunas cosas del Kerule. Vamos cada uno a un sitio y nos vemos en el McDonald's, así iremos más deprisa —sugirió Toni de manera inteligente, resultándole a Carlo una buena idea. No era lo mejor separarse pero también llamarían menos la atención de esa manera.

Tras terminar de concretar sus pasos los hermanos se alejaron a una nave industrial bajo la colina, donde podrían robar algún coche para llamar aún menos la atención.
Igor les vio alejarse, no tardando ni dos segundos en ir tras Carlo. El menor de los Gambino era como un imán para él, siendo imposible obedecer ninguna otra orden preestablecida en su cerebro si estaba Carlo delante.
Quería ayudarle y no dejarle solo tal y como estaba la ciudad. En su fría cabeza separarse no era lo más ideal, ya que si pillaban a uno iba a ser más difícil salir de aquella isla.

— Igor puede ayiudar, os llievo en hielicoptero ¿si? —dijo tras Carlo, dejando que Toni se alejara para pillar el coche aparcado tras un depósito de combustible.

Su voz le hizo girar el rostro, viendo la inquietud en su semblante.
Igor se había convertido en una de las personas en las que más confiaba de la ciudad y pasar tanto tiempo con el le había hecho aprender a leer su lenguaje corporal. Sus manos cruzadas junto con aquel ceño ligeramente fruncido se lo decían todo: Igor estaba preocupado.

— Así llamaríamos mucho la atención Igor, tenemos que ser cuidadosos con esto si queremos que todo salga bien —caminaba hacia la moto que había visto a un lado de la nave.— Un helicóptero es demasiado llamativo e irán a por nosotros en cuanto nos vean.

Aún con esas Igor trataba de acercarse a el. Algo le decía que iba a pasar algo malo y quería ir con el, quería agarrar su mano y no soltarle hasta ponerle en un lugar seguro fuera de aquella maldita ciudad.

— Dejie que Igor vaya con usted, pior favor —aquella última petición sonó baja, casi como una súplica que no quería que nadie oyera.

El rubio le miró, viendo un atisbo de pesadumbre que nunca antes había visto en el. En el fondo no quería dejarle allí, dejarle atrás... Pero tenían que ser rápidos antes de que todo se infestara de policías.
Antes de tomar el casco que descansaba colgado en el manillar tomó su ushanka, aquel gorrito ruso de piel oscura con el cual había llegado a aquel país hacía casi un año. Era de las pocas cosas que aún conservaba de su vida antes de llegar allí, a esa ciudad de ángeles y de mala muerte, y le tenía especial cariño. Como a Igor.

— ¿Me lo cuidas? —se lo tendió con una sonrisa antes de ponérselo, haciendo que algunos mechones negros cayeran aplastados sobre la frente de Igor, notando un leve cambio en la presión del ambiente.

Con delicadeza y cariño apartó algunos de esos mechones rebeldes, rozando con sus dedos la piel aterciopelada de su frente.
Se sentía cercano e íntimo, un tacto que hizo estremecer al mismo ruso. No quería que aquello terminara nunca, quería guardar y atesorar cada gesto y detalle de ese momento para siempre. La cercanía; el calor de las yemas de sus dedos; sus mechones rubios meciéndose por la fresca brisa de finales de primavera; su fragancia entremezclada con el olor del campo; aquellos ojos tan azules y profundos como el mar...
Carlo le miraba con afecto, tal y como lo hacía el.
Su corazón latía con fuerza por el italiano, abriendo levemente sus labios para intentar articular palabra y decirle que hacía tiempo que había desarrollado profundos sentimientos hacia el.

— Ahora sí que pareces un verdadero ruso —cortó Carlo, dándole una de esas sonrisas arrebatadoras y juguetonas de las que tanto hacía gala, paseando una última vez su mano por la suave piel de las orejeras, justo por donde quedaba la mejilla de Igor.

Este cerró los ojos, resoplando una mueca amable y negando con la cabeza al escucharle. No era el momento para eso... Más tarde podría decirle aquello que sentía.

— Yia, bueno... —respondió el pelinegro.— Usted sigue pareciendo un pequeño hijio de putitia...

Carlo sonrió más cuando le escuchó. Le encantaban aquellas pequeñas rivalidades y sacarle de sus casillas siempre que podía, dándose cuenta de lo mucho que le gustaba pasar tiempo a su lado.
En los últimos meses aquellas dos personas habían forjado una profunda e inusual amistad, siendo inimaginable que todo aquello comenzara por meros negocios y habiéndose convertido finalmente en inseparables.
Carlo Gambino sabía que había algo más entre ellos, pero prefería esperar a decirle todo aquello cuando estuvieran a salvo y lejos de allí, en un lugar más tranquilo.
El silencio reinó en aquel campo apartado de todos, diciéndose más de lo que podrían jamás con aquel simple cruce de miradas.

— Lo cuidaré bien, Carlo —dejó que aquel susurro se lo llevara el viento antes de que Carlo le sonriera una última vez.

Cuando ya casi la noche comenzaba a asomar Carlo se fue dejándole allí de pie en medio de la nada, desvaneciéndose la pequeña nube de polvo a su paso con el viento, sin saber que aquella sería la última vez que le vería.
Su tiempo se había agotado.


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As the flowers are all made sweeter
by the sunshine and the dew,
So this old world is made brighter
by the lives of folks like you.

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