Sangre de diamante

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Su deslumbrante sonrisa, sus hermosos labios, su carácter fuerte, su porte misterioso, su apetecible cuerpo, todo en él me encanta, desde el primer momento en que mis ojos divisaron su perfil despertó en mi muchos sentimientos encontrados.

La mañana de aquel trece de mayo lo vi llegar, jamás pensé que alguien como él se interesara por vivir en un barrio tan pobre y marginado como este, donde en las noches reina la densa oscuridad y la húmeda niebla, donde se pueden escuchar pasos y voces claras que desentonan con el siniestro lugar, donde si formas parte de los temerosos paseantes perdidos que rondan en las altas horas nocturnas puedes vislumbrar a seres diminutos pero muy agraciados que se hacinan en los umbrales de los locales para calentarse y de vez en cuando los millonarios que se acercan son vistos intercambiando palabras en voz baja mientras se llevan a uno o varios, tampoco van muy lejos, el hueco entre dos casas sirve de refugio para que la persona logre satisfacer sus apetitos, sí, aquella zona infame está plagada de prostitución infantil. Allí los pequeños esclavos delicados están condenados a venderse solo por tratar de conseguir el pan de cada día y yo no estoy exento de eso, esa es mi cruda realidad, misma que me golpea todos los días en las mañanas cuando despierto con esos asquerosos cuerpos aferrándose sin piedad al mío.

No tuve padres, y si así fue, nunca los conocí, solo se que los veinticinco años de mi vida han sido un completo infierno por la tan sola idea de tener que vivir en ese agujero de mala muerte.

Pero ese día brillaba el sol de manera diferente, no habían nubes oscuras que impidieran lo que estaba a punto de hacer.

-¿Se te perdió algo?- dice uno de los guardias sembrados frente a la puerta negra la cual llevaba varios días analizando detenidamente.

-Vengo a ver a tu jefe- expresé sin pizca de miedo en mi voz, los golpes de la vida se lo habían llevado todo.

-Si no quieres morir, es mejor que te vallas.

-Eso es lo que menos me importa- dije con burla inminente.

-Mira mocoso, no te lo voy a repetir una tercera vez, vete a menos que quieras terminar en un cajón de basura con la boca llena de hormigas- sacó un arma y la apuntó a mi cabeza.

-Ya, está bien- alcé las manos con las palmas hacia el frente- vengo en son de paz, solo quiero ofrecer mis más deliciosos servicios a tu jefe- dije coqueto.

Ambos guardias se miraron cómplices y tras el asentimiento de uno, el otro se adentró al lugar y al cabo de cinco minutos asomó su cabeza por la abertura de la puerta.

-Puedes pasar, tienes solo diez minutos.

-Es más que suficiente- sonreí.

Al poner mis pies dentro y cuando mi vista se acostumbró a la poca luz pude ver lo grande del lugar, era totalmente distinto a las calles empobrecidas que lo rodeaban, aquello parecía el palacio de la Reina Isabel, decorado y perfilado hasta el más mínimo detalle, adornos costosos desde el techo hasta el piso, nunca en mi vida había visto algo parecido.

-¿Te gusta?- preguntó una ensordecedora voz grave.

-¿Qué?, Ah, si es muy lindo- dije paseando mi curiosa vista por los alrededores y deteniendome en los ocultos ojos del hombre frente a mi, sabía que era él, ese perfil misterioso se había grabado en mi turbia mente desde que lo vi, y ahora despertaba cierto deje desconcertante del porque siempre llevaba ocultos los ojos.

-Acércate- ordenó con una voz imperiosa-¿es cierto lo que me dijo uno de mis hombres?.

-¿Qué cosa?.

-Que vienes a ofrecer tus deliciosos servicios- acercó su rostro al mío logrando que se mezclaran ambos alientos, mi corazón se empezó a acelerar.

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