sᴏᴍʙʀᴀs I

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   LAS ULTIMAS HORAS DE LA TARDE SE  esfumaron lentamente. La lluvia golpeaba con rabia la ventana de su habitación. Llevaba rato pegada al cristal, observando los charcos que se formaban en el suelo, con los ojos rojos e hinchados, el pelo desaliñado y la ropa sucia y arrugada.

Contempló con desgana como el agua se acumulaba en el suelo para luego resbalar lentamente hacia los imbornales. Junto al campanario de la iglesia, una paloma se refugiaba de la llovizna, buscando acomodo para pasar la noche.
Ángela la contempló con la mirada apagada, envidiándola con todo su ser; « ¿Por qué tenía que ser todo tan difícil? » . Deseó que su vida fuese como la de aquel animal: sin complicaciones, sin recuerdos, sin dolor...

Unos segundos más tarde la puerta de la iglesia se abrió y el padre Santiago salió cubierto con un gorro y una gabardina.
Cerró y se dirigió con paso rápido hacia su coche. Sacó la llave de su bolsillo y abrió la puerta. Justo antes de montarse en el vehículo, dirigió una mirada llena de tristeza hacia la ventana desde la que Ángela le miraba.
Ésta le hizo un leve gesto con la mano, aunque no obtuvo respuesta; el sacerdote se limitó a montarse en el coche.
Ángela no pudo contener las lágrimas mientras el vehículo se perdía calle abajo, difuminándose entre la cortina de agua que amenazaba con inundarlo todo.

El padre Santiago había sido el único amigo de la familia en aquel pueblo de mala muerte, lleno de arpías con la lengua demasiado larga.
Sus padres lo habían pasado realmente mal a consecuencia de su carácter alocado y extravagante y, cómo no, Santiago fue el hombro sobre el que su madre lloraba cada vez que ella la insultaba presa de los ataques de rebeldía de la juventud.

Recordó el día en que tuvo que confesar a su madre que se había quedado embarazada; aquello fue la gota que colmó el vaso.
La gente del pueblo se cebaron con sus padres y las habladurías fueron una dura penitencia que su madre soportó sin el apoyo de su padre, que se negaba a aceptarla en casa.

Nueve meses más tarde nació Lucía. Ángela creyó que aquello aliviaría la tensión que se había creado entre ella, su madre y su padre, pero el efecto fue el contrario y nunca más pudo volver al que había sido su hogar desde niña.

Los primeros meses fueron muy duros. Sobrevivía gracias a la ayuda que le prestaba su madre en secreto y lo poco que ganaba trabajando de limpiadora.
Afortunadamente, Carlos apareció en su vida, y lo hizo de una forma algo cómica: aquel día, mientras limpiaba el suelo de una casapuerta, el chico entró a toda prisa, resbaló y se partió el codo en la caída.

Ángela le acompañó al hospital en taxi y su conciencia le hizo quedarse con él hasta que un par de horas más tarde, con el brazo escayolado, el médico le dio el alta. Aquel día perdió su trabajo, pero ganó la segunda cosa más maravillosa que había tenido en su vida. Carlos se encargó de devolverle la alegría que parecía haber perdido para siempre y, un año más tarde, se casaron.

Ahora nada de eso importaba. Carlos y Lucía se habían ido para siempre.

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⏰ Última actualización: Jul 01, 2021 ⏰

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Sombras: Al Otro LadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora