Capítulo 1. Un par de ojos marrones tras la cerca.

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— ¡Lukie corazón! Ya te he preparado tu merienda. —La distorcionada y un tanto aterradora voz de mi madre me hizo temblar levemente bajo las sábanas de mi habitación. Su voz ahora acogía un tono vacío y distante, justo como había estado sonando los últimos días luego de regresar de aquel viaje de trabajo que había hecho a Long Island. Su actitud era extraña e incoherente— ¡Lukie!— Sonó nuevamente antes de que su voz se extinguiera en sus habituales sollozos diarios.

Me dolía verla así, pero no creía que hubiese algo que yo pudiera hacer por ella.

En esos días la edad se había hecho presente de forma cruel en ella. Su cabello, antes naturalmente rubio y lacio, se había teñido de un color plateado que se esparcia en diferentes direcciones, haciendo que me cuestione si lo peinaba realmente. Usaba un vestido color rosa pálido manchado con motas de ceniza, probablemente extraidas del horno cuando sacaba las docenas de galletas de chocolates quemadas. Su sonrisa, que se caracterizaba por ser una mueca capaz de trasmitirte tranquilidad, había sido remplazada por una expresión siniestra y seca.

Esa no era mi madre.

Me escabullí con precaución por la ventana de mi habitación, era de segunda planta pero podía bajar por ella fácilmente. Siempre habían dicho que yo era un chico muy ágil para mi corta edad de ocho años y muchas veces eso resultaba de ayuda cuando necesitaba escapar del desastre al que me veía obligado a llamar hogar.

Salí, escuchando los últimos sollozos de mi madre y caí parado cuando me solté de la rama del árbol por la que acostumbraba a bajar.

Antes de cruzar la parte delantera de mi casa, me giré para observar por la ventana de abajo. Desde dónde estaba solo podía ver aquel extraño estante en el que mi madre había colocado una estatuilla de bronce. La imagen era peculiar, un hombre alto y delgado con una especie de bastón con dos serpientes enroscadas en su mano y zapatos con alas en sus pies.

A pesar de no ser un adulto yo tenía muy en claro que esas dos cosas, más que nada los zapatos, no era algo que se visra todos los días.

Mi cuerpo temblaba un poco a causa de los chillidos y lamentos que oía siempre salir de mi madre. Hacía un buen tiempo que sucedía esto pero yo aún no me acostumbraba a ello y seguro nunca lo haría. Extranaba a mi madre.

Ahora no me atrevo a acercarme a ella, me asusta.

Su actitud desquiciada y su afán en prepararme emparedados que se supone debería llevar a la escuela, junto con sus gritos desenfrenados que soltaba de manera expontanea, era algo que no soportaba más.

Me coloqué en algo que yo había bautizado como mi lugar desde que mi madre se había vuelto loca. Estaba en la parte trasera de la casa, junto con varias figurillas de mármol que se colocaban en el jardín para agregarle algo de color.

Todas se encontraban amontonadas en un rincón bajo un árbol de mediana altura que debía ser un manzano o algo similar. Nunca supe realmente.
Caí sentado en la grama, me posicioné con dificultad bajo en tronco y llevé la cara entre mis rodillas para empezar a llorar.

Sabía que no solucionaba nada, que tenía que ser fuerte. Pero no podía.
Escuché un pequeño jadeo de admiración en alguna parte del lugar. Levanté la cabeza de mis piernas justo para darme cuenta que la cerca color blanco que daba a la casa de los vecinos se balanceaba un poco.

¿Que dioses estaba pasando?

Me levanté de mi asiento aún con algunas lágrimas en mis mejillas y me coloqué frente a la cerca, poniéndome de puntillas para visualizar del otro lado.
Del otro lado, agachada, pude distinguir una castaña cabellera.

Could You Be Home? |Luke Castellan y tú|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora