5.

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Ethen.

Hacían casi 3 semanas que no pisaba mi casa, por tanto, tres semanas que no veía a mi nuevo intento de familia. La última vez que había visto a Amber, la había dejado al borde del llanto en su cuarto después de mirar algo en el móvil. A la mañana del día siguiente, había discutido con mi padre como hacía meses que no discutíamos. Había excedido el límite de velocidad por bastante a las afueras de la ciudad y me habían multado de nuevo. La discusión con mi padre había provocado que me fuera a casa de Nathan el resto de días de esa semana.

Esa noche, la fiesta era en su casa y, si no me equivoco, Bryce Cooper y sus amigos también estaban invitados. Nathan tampoco sabía nada de lo que pasaba y de lo que era Bryce Cooper en realidad. Nadie que no estuviera implicado lo sabía y nadie que no estuviera implicado iba a saberlo nunca. Además, le había pedido a Nathan que no avisara a Emily. No me apetecía que fuera detrás mía como un perrito faldero toda la fiesta, me apetecía disfrutar.

Ya estaba todo montado, la mesa de las bebidas, el equipo de música y todo lo necesario para una buena fiesta, y los invitados ya estaban empezando a llegar. Yo estaba en el dormitorio de invitados, que es donde me había estado quedando esos días. Pensaba volver a casa al día siguiente por la mañana, para ayudar a recoger a Nathan antes de que llegaran sus padres.

Había decidido ponerme unos vaqueros rotos negros y una camisa abierta hasta la mitad del pecho del mismo color y metida por dentro. Dejé mi pelo despeinado, tal cual se había quedado al secarse después de salir de la ducha. No necesitaba impresionar a nadie, y aunque tuviera que hacerlo, incluso con un traje de payaso lo haría. Y puede que pareciera egocentrismo, pero era una simple verdad como un castillo. Mi físico era impresionante, y bastante parte del mérito era mío, después de haberme matado en el gimnasio desde que tenía 15 años.

Cuando bajé a la planta inferior de la casa, la fiesta ya estaba empezando. La música hacía retumbar las paredes y la gente que había llegado ya llevaba vasos y copas en las manos. El ambiente empezaba a oler a alcohol, y odiaba eso con toda mi alma. Me encantaba ir a fiestas, me encantaba bailar, pasarlo bien y odiaba también tener que quedarme encerrado en mi casa. Pero si había algo por encima de mi amor por las fiestas, sin duda era mi odio por el alcohol.

De lejos vi la cabeza de mi mejor amigo, agradeciendo su metro noventa y dos por la facilidad para encontrarle entre la multitud. Noté la presencia a su lado de una chica rubia con la que se estaba riendo de nadie sabe qué, así que en lugar de ir hacia él, salí de la casa por la puerta principal. No había nadie de puerta hacia fuera, toda la fiesta se encontraba en la planta baja y en el jardín, así que, dejando de lado estruendo de la música, era un sitio tranquilo. Encendí un cigarrillo y me lo llevé a los labios. No solía fumar, quizás una vez cada cierto tiempo, cuando necesitaba desconectar por completo y dejar de pensar, pero por suerte, en ningún momento lo había tomado como hábito.

Cuando solté la primera nube de humo, después de dar una calada, vi como Bryce salía de su coche, pero de él no solo salió él, sino que también salieron Maika y mi hermanastra. Casi se me salen los ojos de sus órbitas al verla allí y más aún al ver cómo iba vestida. Tenía el pelo recogido en una trenza larga y suelta, que caía por su hombro izquierdo. Llevaba puesto un vestido verde oscuro, de lentejuelas y con el escote holgado que le se ajustada perfectamente a sus curvas. Esa chica estaba buena, y era algo que ni yo ni cualquier tío hetero con un mínimo de buen gusto podríamos negar jamás, pero era mi hermanastra. Mi odiosa e insoportable hermanastra.

Cuando pasaron por mi lado, sus ojos se clavaron en mi, recorriéndome de arriba a abajo antes de apartar la mirada y entrar en la casa riéndose con el brazo entrelazado al de su amiga. Cuando me miró me percaté de que no llevaba ni una gota de maquillaje más allá de un pintalabios rojo fuerte que resaltaba aún más si eso era posible la perfección de sus labios. ¿Lo peor de eso? No lo necesitaba.

Ramé.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora