El ave trueno.

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Hogsmeade estaba cubierto por la nieve, las casas de madera tenían una extraña punta bien alta como los árboles. A lo lejos se podían ver las montañas llenas de nieve, los niños corrían jugando con la nieve. Otros magos solo caminaban por las calles sin ningún miedo de utilizar su magia.

— ¡Woa! — sonrió alegremente — Abuelo, ¿Dónde vive su hermano?

— Por ahí, debe estar en la taberna. Allí es donde trabaja. — le explico. — Pero primero vamos a conocer el pueblo. Así si te pierdes, sabrás dónde ir.

— ¿Me perderé? — lo miró sorprendida, en lo que Dumbledore la dejaba en el suelo.

— No lo sé. Pero es mejor conocer y saber dónde estás, que estar perdido. Una vez me perdí. — le extendió la mano y ella aceptó. — Mientras buscaba la manera de regresar me caí y obtuve mi cicatriz en mi pierna. Y si me lo preguntas se parece al metro de Londres.

— ¿Y te dolió?

— Un poco, pero ya no. — comenzaron a bajar por la empinada con cuidado. — Es más, me dolió más el golpe que me dio mi hermana por lo asustada que estaba. — La vos de Dumbledore, sonaba cada vez más melancólica, aun así, continuó. — Eran buenos tiempos, muy buenos.

— Nunca me dijiste que tenías una hermana. 

Dumbledore se mantuvo en silencio por un tiempo 

— ¿Abuelo?

— Mi hermana falleció Lily, por eso nunca habló de ella.

— Oh... ¿La extrañas?

— Si, la extraño mucho.

Liliana al ver que Dumbledore estaba un poco más callado de lo inusual, no preguntó más del tema. Su padre le había enseñado a no preguntar tanto y a no responder si no quería.

Pasó un tiempo y por fin lograron llegar a Hogsmeade. Dumbledore parecía un poco mejor y dejó de lado su tristeza, empezando a mostrarle a Lily cada tienda de magia. Le compró los caramelos de café con leche que tanto le gustaban a Hagrid y unos cuantos para ambos. Pasadas las horas, ya habían conocido cada rincón de Hogsmeade.

— Lily. — lo llamó Dumbledore. — Tengo que ir a una parte. Quédate en el parque de juegos hasta que regrese.

— ¿Vale? 

Un poco extrañada, pero sin quejarse obedeció la petición de Dumbledore. Se acercó a un columpio y cuando se iba a sentar, sintió como la empujaron. Se dio la vuelta y lo miró. Era un niño de aspecto robusto, tenía toda la cara roja y respiraba entre cortado, sus ojos pequeños, que no parecían ojos, si no, más bien cuencas negras y diminutas, que hacían sobresalir su boca junto a sus dientes chuecos. Se quejó y se levantó con dificultad de la nieve.

— ¡Solo yo puedo jugar aquí! — grito como si fuera un perro rabioso. — ¡Lárgate! ¡Pelo de zanahoria!

Liliana abrió la boca indignada. Nunca en su vida la habían llamado así. Aparentó su puño y miró furiosa con ganas de lanzarse en contra de él. Algo bueno que le enseñó su padre. Era que no debía dejarse molestar por nadie.

— ¿Cómo me llamaste?

-—¿Eres estúpida o estás sorda? ¡Pelo de zanahoria!

— A mi nadie, ¡Me llama pelo de zanahoria! ¡Perro gordo! — se lanzó en contra de él e hizo que chocara contra el suelo.

— ¡Estás loca! — le respondió en lo que intentaba escapar del agarre y ganarse enzima de ella, elevo su puño apuntando su rostro.

Pero Liliana fue más rápida, golpeándolo en la entrepierna. La profesora McGonagall le dijo que, si un hombre se ganaba arriba de ella y no le gustaba su presencia, debía golpearlo en ese lugar y correr por ayuda.

La Guardiana De La Piedra Filosofal (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora