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Puntos de inflexión

EN ALGÚN LUGAR.
Actualidad.
Enero 1ero, 2020


En el momento en el que empecé a sentirme mejor no sabía en donde me encontraba. Todo estaba a oscuras y un olor asqueroso emanaba de algún lugar provocándome arcadas hasta que no pude aguantar más y terminé por vomitar todo lo que había comido con anterioridad.

⸻Y ahí quedaron mis deseos de año nuevo. ⸻Murmuré.

Quería alejarme de aquel lugar y de la pestilencia lo más rápido posible, pero cuando me puse sobre mis pies mi cabeza se golpeó con algo produciendo un dolor agudo que me hizo jadear en el piso así que opté por gatear, o más bien, arrastrarme hasta que salí de un agujero al costado de un callejón. Una rata rectó por mi mano, el grito que salió de mi boca podría haberse escuchado un par de cuadras más allá de donde estaba, aun así nadie vino, sacudí mi brazo con asco haciendo que el animal saliera volando emitiendo un chillido, me levanté y corrí lo más rápido que mis piernas me permitieron. Que no fue mucho, por cierto. No era tan atlética como quisiera.

Cuando salí a la callejuela principal estaba tan preocupada por todas las alimañas que pudiesen haber querido subirse encima mío que por donde iba, así que no preveía lo que estaba por suceder.

En lo que siento que es mi larga vida había sido amante de ver series y películas, era lo único que me sacaba de mi monótona vida.

De ellas aprendí que siempre había un punto de inflexión que está destinado a cambiar tu vida para siempre, sucesos que te convierten en el protagonista de una historia interesante, quizás un poco cliché, que termina en un buen final. Quizás de aquellas basadas en la vida real que pueden terminar fatal.

Mi punto de inflexión empezó como una colisión, una que me recordaba cuando dos planetas chocaban entre sí, colisionaban destruyéndose y, finalmente, terminaban convirtiéndose en estrellas.

Porque literalmente choqué con alguien y estrellas fue lo que vi del tremendo golpe que nos dimos.

Caímos al suelo y por el sonido que escuche supe que era una mujer. Iba decirle lo estúpida que era por correr sin mirar a donde iba y atropellarme porque obvio, nunca iba a tomar mi parte en aquella situación, estaba pensando la manera correcta de decirle lo idiota que era sin que se ofendiera demasiado por llamarla estúpida cuando la sorpresa me hizo jadear.

Frente a mi había una mujer rubia, de ojos tan verdes como las hojas de los arboles; pero, esa no era la razón de mi reacción. La verdadera razón era que ella parecía ser una versión gringa, adorable y refinada de mí. Se veía adorable con las sutiles pecas que se encontraban regadas por su nariz. Nos quedamos en silencio antes de que yo empezase a hablar o, más bien, a tartamudear. Aunque, por más que quisiese no pude emitir nada coherente.

Éramos como dos gotas de agua, yo por supuesto era la de un charco después de un aguacero mientras ella era la de un manantial.

Éramos iguales, con algunas diferencias.

Yo, contrario a ella, tenía ojos y cabellos oscuros, los labios más gruesos y mis ojos eran muchos más grandes con una nariz ligeramente más pequeña y fileña. Mis rasgos me hacían ver más aniñada. Ella por el contrario, lucia más elegante. Por supuesto, así era naturalmente.

Ella abrió su boca para emitir algún sonido, pero se vio interrumpida por un alboroto al final de la callejuela y volvió su camino con la misma urgencia.

Dejándome aún desparramada en el suelo dolorida y enojada mientras la veía, quizás ella aún no se había dado cuenta, tal vez lo había hecho. Podría haber dicho algo, pero estaba tan anonadada como para hacerlo.

Antes y después de morir ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora