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El Sol estaba fuerte en Estambul.
Un grupo de muchachas caminaban hacia el palacio imperial. Acababan de ser compradas por un ağa.
Victoria iba en ese grupo.
Estaba llorando. No vería nunca más a su padre ni a su hermano. Se secó las lágrimas y miró el palacio. Ese sería su nuevo hogar a partir de ahora.
Una vez dentro las revisaron, las vistieron y las acomodaron a todas en una fila.
Victoria miró a su alrededor. Era todo muy hermoso, pero no era su hogar. Quería que la llevaran de vuelta a su casa.
También miro a las otras chicas que habían llegado con ella. Las más grandes no debían pasar los diecisiete y las más chicas los cuatro años.
De repente, el grito de un ağa la sacó de sus pensamientos.
―¡Atención! ¡Ayşe Sultán!
―Debemos elegir a una niña, educarla y luego presentarse la a mi hijo.
―¿Tiene ya una idea de que niña, sultana? ―habló la criada de Ayşe Sultán.
―Aun no. Veré a las nuevas que llegaron.
Caminaron en dirección al harén.
―¡Atención! ¡Ayşe Sultán!
La sultana entró, mirando a su paso a todas las esclavas nuevas que habían llegado. Debía de haber alguna para su hijo, Orhan, de diez años.
Miró a las niñas más pequeñas y la encontró.
―¿Cómo es tu nombre? ―le preguntó a la pequeña.
―Victoria.
―¿De dónde vienes? ―Ayşe ya sabía la respuesta.
―De Bosnia.
Ayşe sonrió. La niña le pareció muy dulce y educada. Era la indicada.
―Ven conmigo, Victoria ―dijo, guiándola hasta sus aposentos―. A partir de ahora yo te educaré y te enseñaré lo que necesitas para ser una sultana cuando seas más grande.
Victoria solo asintió.
Esa mujer le transmitía un aire maternal que hace mucho tiempo no sentía.
―Debemos cambiarte el nombre. Te llamarás... ―lo pensó―, Burnaz.
La pequeña sonrió. Le gustaba el nombre.
―¿Qué significa? ―preguntó inocentemente.
―Significa «encantadora». Rahime Hatun ―llamó Ayşe.
―¿Si, sultana?
―Lleva a Burnaz a sus nuevos aposentos y cuídala. Es valiosa.
―Como ordene, sultana.
Ayşe suspiró. Esa niña era perfecta, se notaba que iba a tener un gran futuro.
Pero solo en tiempo lo diría.
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