Fusión de dos Mundos

9 1 2
                                    

Hace mucho tiempo atrás, antes de que los humanos habitaran este mundo, existían dos mundos paralelos, muy diferentes. En uno de ellos suponían cosas sobre el otro. En su mayoría malas, todos le temían a lo desconocido. Los habitantes de ese mundo estaban agradecidos de que no hubiese la posibilidad de que ambos mundos se cruzasen. Sin embargo, existía una excepción.

El máximo jerarca de aquel mundo, el más brillante, hermoso, magnético y frío ser. El que todos y todas alababan y acompañaban. Era la excepción que ansiaba con ganas conocer el otro mundo. Luna se llamaba. La admiración que le tenían era tan divina como él. Todos le servían y quedaban hipnotizados ante aquel ser.

En su mundo la palabra "Destrucción" era la más usada para describir aquel otro mundo desconocido. Se decía que el mismo infierno no se comparaba con el otro lado. Todos tenían la idea de que era el sitio más caliente en donde llamas candentes de fuego surgían por doquier y si te atrevías a tocarlas, en segundos te reducían a cenizas. En cambio su mundo, era todo lo contrario. Paz y tranquilidad reinaban en el ambiente, la brisa fresca y suave recorría sus aires, el resplandor de aquel jerarca iluminaba cada rincón oscuro, y cada cosa o ser que era tocado por su majestuoso brillo se convertía en algo mágico. Por eso todos lo veneraban. Para ellos él era la única luz lo suficientemente brillante para iluminar su mundo que normalmente estaba envuelto en la oscuridad. Los demás sí tenían su luz propia, pero no era nada comparada con la del máximo jerarca. Había veces en las que su jerarca no podía brindarles su luz, entonces los demás se tenían que conformar con el pequeño resplandor que ellos mismos emanaba.

El máximo jerarca era un joven que además de ser un haz de luz para su pueblo también era el mayor sueño de las pequeñas y resplandecientes jóvenes lucecitas que habitaban en su mundo. Su cabello azabache representaba la penumbra que en ocasiones se apoderaba del lugar, sus ojos grises contenían cierto brillo que hipnotizaba a cualquiera, su pálida piel hacía relucir su característico resplandor, limpia y brillosa, la altura que portaba era digna para tal divino ser y por último sus facciones serias y frías que intimidaba a quien lo contemplase. Siempre vestía de negro y su estilo emanaba elegancia.

El joven jerarca estaba cansado de siempre escuchar como los demás se quejaban y temían al otro mundo, como si ya lo hubiesen visto como para andar alardeando mal de él. ¿Cómo puedes decir que un lugar es malo sin haberlo visto? Ridículos pensaba cada vez que escuchaba a alguien hablando mal sobre aquel mundo misterioso. El jerarca era un joven que le encantaban los misterios, es por eso que siempre tuvo una gran curiosidad sobre "El mundo de la luz". Él no lo llamaba el mundo desconocido, o el mundo de la destrucción como los demás lo nombraban, al contrario él siempre ha pensado que más allá hay un resplandor más grande de luz, más que, el que él emana. Para él, el fuego no significaba dolor y destrucción, para él significaba luz y calidez. No le tenía miedo, de hecho tenía el más profundo deseo de algún día conocer aquel mundo y poder sentir su calor.

Desgraciadamente para él su deseo era algo imposible de cumplir ya que él sabía que si llegase a ir al otro mundo su luz se desvanecerá junto con su vida. Puede que fuese un ser curioso y le encantase ir contra las reglas, pero también era consciente del peso de cargo que tenía, no podía dejar sin luz a su mundo ¿qué sería de ellos sin él?

Se vale soñar decía por sus adentros. No le gustaba el rumbo que tomaban sus pensamientos porque siempre al final caían en su más profundo deseo, en su mayor curiosidad, en el fruto prohibido en el cual no podía comer. Pero le era imposible dejar de pensar en eso ya que todos en su mundo se empeñaban en recordárselo todo el tiempo. Tomó su gabardina negra y se aventuró a darse un paseo nocturno. Necesitaba aire para poderse distraer y dejar de martirizarse con algo que no podía obtener. Al salir los demás lo miraban expectante, no todas las noches lo veían y el simple hecho de verlo con su resplandor, se llenaban de dicha. Se suponía que esa noche no le tocaba salir ya que su luz aún no estaba del todo recargada, necesitaba de más energías y de descanso para relucir ante el mundo, pero aquella noche no le importó, sus pensamientos lo estaban aturdiendo. Aún con su resplandor sin haber llegado a su punto máximo los demás les seguían pareciendo algo hermoso de ver.

Fusión de dos MundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora