Capítulo 11: Noticias del oeste

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Gimli entró en la habitación de manera pronta e imperiosa, cerrando de un portazo detrás de él. Sin embargo, su padre penetró en la alcoba apenas cinco segundos más tarde, con el rostro rojo que contrastaba con el gris de su cabello y de su barba.

—¡Gimli! —exclamaba el viejo, parándose frente a él y cortándole el paso—. Haz el favor de escucharme cuando te hablo.

—Ya hemos hablado, khagam —contestó su vástago de manera airada, evitando su mirada y rodeándole mientras se dirigía al amplio armario que quedaba al fondo de la habitación, en el que había dejado las pocas pertenencias que habían constituido su zurrón de viaje.

—¡Hijo! —gritó Glóin, agarrando con fuerza el brazo del menor y obligándolo a mirarlo fijamente. Los ojos del consejero de Thorin lucían iracundos, pero en el fondo de su brillo se escondía también una honda desesperación—. No vas a ir.

—Claro que voy a ir —se zafó Gimli del agarre—. Y no me lo puedes impedir. Ya lo hiciste cuando os embarcasteis en la misión para recuperar la Montaña Solitaria. Entonces era aún un enano joven, pero ahora soy un adulto más que formado, y estoy en mi derecho de decidir por mi cuenta.

—Pero Gimli, ¡haz el favor de pensar! —juntó Glóin ambas manos bajo la altura de la barbilla—. Es una misión suicida. ¡Las posibilidades de éxito son nulas! No hay manera posible de cruzar esa frontera maldita. Y además, ¡sois nueve! ¡Nueve compañeros! Cuatro medianos... ¡Un elfo! ¡Un Gundu Khalam del bosque!

—Tú mismo dijiste que los elfos eran de fiar —frunció el ceño Gimli—, y que los medianos son gente honrada y valiente.

—No, dije que Elrond puede ser un elfo en quien confiar, no así el hijo del floripondio del Bosque. Y sí, los hobbits son gente honorable, pero ¡no lo suficientemente preparados como para cruzar la Tierra Media... para llegar a Mordor! —soltó al fin la última palabra, con un escalofrío recorriendo su cuerpo—. Y luego están esos dos humanos; uno de ellos, un forajido de los caminos norteños. 

—Dice ser el heredero al trono de Gondor. 

—Hombres —bufó Glóin, alzando los ojos al cielo—. Seres débiles por naturaleza; ¿qué más da quien afirme ser? Descendiente de un linaje venido a menos, eso es lo que es. 

—Yo mismo hubiera ido a solas con el Anillo a cuestas —se vanaglorió el enano, cruzando los brazos sobre el pecho.

—Y me hubiera sentido orgulloso, Gimli. Pero soy tu padre, y he de interceder por ti. Eres inexperto. Pocas veces has salido de la Montaña anteriormente. ¡Deja que vaya yo en tu lugar! Soy mayor, y ya he atravesado una aventura de gran calibre en el pasado. 

—Eres viejo, khagam —contestó el hijo—. Has sido un enano valeroso y una honra para nuestra casa, pero no puedes enfrentarte a esta misión, al igual que tampoco puede el señor Bilbo. Ahora me toca a mí. Y sí que tengo experiencia: de joven, muchas veces defendí nuestra tierra en las Montañas Azules de ataques externos, ¿recuerdas?

—Nada comparado con lo que te depara —negó Glóin con la cabeza—. Ya de por sí, cruzar la Tierra Media hoy en día es peligroso. ¡Vais directos a la boca del lobo! ¿Qué le diré al rey? ¿Qué le diré a tu madre?

El corazón de Gimli estuvo a punto de darse a torcer al escuchar la mención a su khagan, pero meneó la cabeza y reiteró: —Voy a ir, khagam. No hay más que hablar. Alguien debe hacerse cargo de esta misión, y no pienso permitir que nuestra gente quede ajena a la misma, menos aún cuando un khulum del bosque participa en la misma. He de hacerlo.

Glóin bajó entonces los brazos, sintiéndose rendido, y tomó asiento sobre la cama de manera sumisa.

—Santo Mahal —susurró para sí—, ¿por qué nos ha tocado vivir estos días?

Nuevas Oportunidades (NEW EDITION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora