Cap 53. Hela

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Al salir de la última clase de canto de la semana, bebí un poco de agua e hice gárgaras mientras echaba un vistazo al exterior desde la ventana. Max había estado insistiendo en vernos y me había estado enviando mensajes, pero o estaba demasiado ocupada para mantener una conversación o había perdido el interés en volver a quedar con él. Seguía poniéndome nerviosa pensar en nuestros besos, pensar en tenerlo cerca de nuevo, pero más nerviosa me ponía pensar en que pudiese volver a ponerse violento o se presentase de improvisto en cualquier lugar de los que yo frecuentaba. Me lo había dicho en un mensaje, que las cosas no podían acabar así, que no dejaría de buscarme hasta dar conmigo, y no sabía en qué tono o con qué expresión lo estaría escribiendo. Max me gustaba, eso creía, pero por alguna razón me había empezado a dar miedo.

Quería verlo, aunque no tener tiempo era mi excusa perfecta para alejarme.

—Falto unos días y hacéis de todo: mandáis la grabación, les cuentas lo de las clases de canto... ¡No hay derecho, Hela! —exclamó Paola añadiéndole dramatismo a la situación una vez me vio salir de la academia.

—No te quejes, que tú ya sabías que estaba viniendo a clases.

Guardé la botella de agua en la mochila y saqué la sudadera. Estaba atardeciendo, no quería resfriarme de camino al estudio.

—¿Y bien? ¿Os han respondido ya?

Negué con la cabeza a punto de deprimirme, cosa que no podía hacer porque tenía que seguir apoyando al resto del grupo, así que sonreí para restarle importancia y suspiré en bajito.

—¿Y tú? Dime que han sacado alguna conclusión de los exámenes médicos.

—Pues sí, ya tengo el veredicto —dijo agitando una carpeta con informes del hospital.

—¿Y?

—Tengo pequeños quistes en los ovarios. A pesar de que me afecte a la fertilidad, no es nada importante, me han recetado unos sobres y vuelvo a ir en dos meses para que controlen la evolución.

—Me alegro, mi niña. —Le apretujé con cariño el brazo al que me había anclado sin darme cuenta y dejé caer la cabeza en su hombro porque nuestra altura nos lo permitía—. ¿Lo sabe Amadeo?

—Amadeo no tiene por qué saberlo, no es mi pareja.

—No seas así con él, tía. Hace más de un mes que os liais y no habéis tenido relaciones sexuales porque tú no has querido, es una leyenda tratándose de ti.

Las farolas se encendieron al caer el sol y, de repente, la calle adoptó un color especial. Recordé el día en que Estani y yo habíamos salido del estudio despreocupados y habíamos comprado buñuelos de camino a casa, y se me dibujó una sonrisa. Me apetecía hacerlo de nuevo, buñuelos y auriculares compartidos.

—No es que no haya querido, ya sabes cómo soy —prosiguió ella con los labios torcidos. Me miró porque sabía que estaba esperando a que me dijese la verdad, gruñó y se restregó los ojos exasperada para confesar—: Me da miedo.

—¿Él o tú?

—Yo. Me doy miedo yo. Me doy miedo porque para mí el sexo es una vía de escape, de desahogo y de terminar mi interés hacia otra persona. Es el paso final, lo pruebo y adiós. ¿Entiendes? —me preguntó con el ceño fruncido y no esperó a que le contestara—: ¡Claro que lo entiendes! Eres Hela, lo entiendes todo. ¿A que sí?

La entendía, por supuesto, mi mejor amiga siempre había sido así. Sin embargo, estaba petrificada porque mis peores suposiciones se habían hecho realidad. A lo lejos, a unos cuantos metros de la puerta del estudio, un joven alto con vaqueros y polo esperaba apoyado en una farola mientras llamaba por teléfono y observaba la calle de lado a lado. Mientras me esperaba y mientras mi teléfono vibraba y dejaba de vibrar una y otra vez. Detuve en seco mis pasos y Paola se sobresaltó.

—Anda, mira quién está ahí —indicó—. ¿Se puede saber qué hace esperando al lado del estudio?

—No he contestado a sus llamadas hoy.

—¿Y qué? Jamás habéis tenido algo serio y lo más lejos a lo que llegasteis fue aquella asquerosa noche en la empezó a forzarte. No entiendo qué hace ahí.

Eso era lo peor, que jamás habíamos tenido nada serio y aun así Max se negaba a pasar página. Como ignorarme los primeros días después de enfadarse no había surtido efecto conmigo, ahora se había empeñado en que nos viésemos para hablar del tema porque «era una pena» que todo acabara así. Mi móvil volvió a recibir una llamada entrante de «Desconocido» y dejó de vibrar cuando Max se guardó el teléfono en el bolsillo. Pateó la farola y se cruzó de brazos impaciente.

—Tengo que acabar con esto —espeté y apreté los puños casi segura de que lo decía en serio.

—Cariño, ¿de verdad vas a faltar al ensayo de hoy por ese imbécil?

—Solo iré más tarde. —Me acerqué a mi amiga y le besé la mejilla—. Esperadme, ¿vale?

Paola asintió con una mueca de disgusto y le seguí mandando besitos a distancia mientras cruzaba la acera para irme en dirección contraria y marcaba en el móvil el número de Max. Sabía que no podría zanjar este asunto si no lo hacíamos en persona. A los dos segundos, contestó.

—Hola, Max, ¿dónde estás? Tengo algo de tiempo hoy.

—Con unos amigos —mintió—. Podría hacer el esfuerzo de escaparme un rato si quieres quedar.

—Genial, nos vemos en Tribunal.

—En quince minutos estaré allí.

—Yo también.

Y antes de que pudiese añadir algo más, corté la llamada. Se me revolvió el estómago de la rabia, de no poder estar junto a mis amigos, y de miedo, de tener que enfrentar a Max. Aun creía que me gustaba, aunque estar tan ocupada —por no hablar de su actitud— me había hecho perder bastante el interés y quería confirmarlo por mí misma.

Ese día estaba dispuesta a que fuese el inicio de una nueva relación o el fin de la que nunca habíamos llegado a tener.

©Amor por Causalidad I (APC) (COMPLETA) FINALISTA WATTYS2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora