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Hannowoor-Dankworth, Cambridge, Nueva Inglaterra
13 de octubre, 2019

—Ya está decidido, Daphne. Te vendrás a vivir conmigo a la Casa Real de Hannowoor-Dankworth —declaró Louis —. Ya hable con Miss Evans, no presentó problema alguno. Vas a estar bien allí.

—No presento problemas porque eres el Rey, no porque esté de acuerdo con eso. Estoy bien en la Academia, Louie —respondió ella.

—No puedes quedarte toda la vida en la Academia. Y no puedes irte a tu casa en los Barrios Bajos.

Daphne suspiro.

—¿Y qué hay de nuestra casa a la afueras de Cambridge? —sugirió luego la castaña —. Es una casa grande, puedo pasar allí los fines de semana, y el resto de días me quedo en la Academia.

—No —negó y Daphne rodó los ojos —. Daphne, amor —la tomó de las manos —, estoy haciendo esto por tu bien. Ese... Mi abuelo está furioso con todo lo sucedido, más ahora que la boda no se llevó a cabo. Tú sabes perfectamente el estado en que se encontraba mi madre, y en él que por poco iba a estar Charlotte, además lo que le hizo al Príncipe George, a Lady Olive, a John Crusoe, a tu familia y a la madre de Victorie... No quiero que a ti te pase nada, y que te vengas a vivir conmigo es la única manera en la que me pueda asegurar totalmente de que estés a salvo. Por favor, Daphne... Si te sucede algo me moriré.

La chica le pensó un poco en silencio.

—Está bien —accedió —, pero seguiré yendo a la Academia para las clases y a veces para pasar tiempo con mis amigos. Regresaré a dormir por la noche. ¿Bien?

—Perfecto —respondió y le dio un beso en la frente.

( . . . )

Durante ese mismo día fueron a buscar las pertenencias a la casa de Daphne en los Barrios Bajos en uno de los lujosos autos de Louis.

Los vecinos los miraban curiosos por las ventanas, murmurando un sinfín de cosas sobre ellos, sobre el desafortunado accidente de tránsito de la familia Lougthy, sobre cuál era la relación del Rey con esa chiquilla.

Al bajar del auto, Daphne se quedó mirando su casa. No sabía si sería capaz de entrar en ella. Tantas veces había cruzado esa puerta, y siempre al otro lado había alguien esperándola, a veces Pete preparando la cena, a veces Alex con sus soldados de juguete, a veces su madre planchando la ropa, a veces su padre durmiendo en el sofá, a veces Lavander maquillándose para ir a una fiesta. Pero ahora, tras ese trozo de madera, no habría nadie quien la reciba con los brazos abiertos.

Louis le dio una mirada de apoyo. Daphne busco las llaves en su cartera y abrió la puerta.

Silencio, frío y polvo.

En ese lugar, al que por años llamó su hogar, ya no se escuchaba la risa de su hermano menor, si los gritos que daba Alex al jugar, ni la voz de su hermana hablando por teléfono con sus amigas, ni la radio en la estación favorita de su madre, ni los martilleos que daba su padre internado arreglar por décima vez la gotera del pasillo.

En la sala todo seguía tal cual como la Familia Loughty lo dejó antes de subirse al vehículo que terminaría llevándolos a su destino final; la ropa sin lavar sobre el sofá, los soldaditos de plomo en el piso y el periódico del día en la mesa.

Daphne miró a todo a su alrededor. Intento ser fuerte. Intento no llorar. Intento pensar en otra cosa que no fueran sus tortuosos recuerdos. Pero no lo logró. Escondió su rostro entre sus manos mientras las lágrimas caían de sus ojos.

Sin dejar de llorar, la castaña caminó hasta el sofá y tomó una de las camisetas de Pete, inhalo el olor que seguía impregnado en la prenda. Louis se acercó a ella y se la arrebató de las manos.

El peso de la corona [✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora