Prólogo

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—¡Hola niños! Vengan, vengan, acérquense al fuego, hace frío está noche. ¿Quieren que les cuente una historia?

—¡Si! ¡Por favor! —se escuchó el efusivo grito de los niños, emocionados por escuchar alguna leyenda nueva del clan antes de ir a sus respectivas casas y dormir. Una vez todos se encontraban sentados la mujer empezó la historia.

—Bueno, está historia, es la historia de una muy querida amiga mía y mentora. Todo se remonta a 40 años en el pasado, cuando los cuatro clanes aún seguían en guerra por los territorios.

>>Todo comenzó el día en que el Clan Hâ-Marsky, atacó una pequeña aldea que vivía entre los límites del Clan Hâ-Marsky y el Clan Sildá. Atacaron por la noche, la gente de esta aldea era pacífica, cultivaban sus alimentos en la tierra, entre las raíces de los árboles, cazaban animales para vivir, no molestaban a nadie, eran neutrales, ambos clanes con los que limitaban les habían pedido que fueran parte de sus filas, pero se negaron.

Así que una noche, tras enterarse que el Clan Sildá, les había pedido su apoyo, y creyendo que habían aceptado, el Clan Hâ-Marsky, se decidió por atacar a media noche, cuando todos dormían y el único sonido que se escuchaba era el de los búhos y los murciélagos, entraron a las chozas de las familias, de una en una y los mataron, o ese era el plan, no habían contado con que hubiera un centinela rondando entre las chozas, vigilando que ningún animal salvaje se le ocurriera ir a cazar a alguno de ellos.

Entonces el centinela, cuando escuchó el sonido de pisadas se agazapó listo para saltar y matar al animal que se atrevió a buscar alimento en el campamento. Grande fue su sorpresa cuando descubrió, que los dueños de las pisadas eran hombres de alguna aldea vecina, no los distinguió muy bien debido a la poca luminosidad, pero varios rayos de la luna se reflejaron en sus armas, y entonces dio la alarma de peligro, despertando así a toda la aldea. Tanto hombres como mujeres salieron listos para defender a sus hijos del animal que tantos problemas le estaba dando al centinela, cuando vieron que su enemigo eran humanos.

Tanto jóvenes como adultos lucharon hasta el último aliento, pero durante la pelea tres niños corrieron hacia un lugar apartado, los dos mayores escondieron a una niña en un hueco en el suelo debajo de un árbol, dónde la niña solía esconderse cuando jugaban. Ellos tres eran los hijos menores del jefe de la aldea, eran cuatro hermanos, la mayor se encontraba luchando hombro a hombro con su madre, entonces los niños aprovecharon para salir de la choza y esconderse, pero en el hueco sólo cabía una persona pequeña, entonces dejaron a su hermanita allí, diciéndole que no hiciera ningún ruido, que ellos irían a ocultarse en otro lado, y que si venía alguien los despistarían como solían hacerlo cuando jugaban.

Cuando la batalla campal acabó, tras muchos gritos de dolor y desesperación. La niña escondida en el hueco debajo del árbol no sabía que hacer, quería, no, debía esperar a que sus hermanos volvieran por ella y le dijeran que todo estaba bien, que no había peligro de salir, pero el sol ya se encontraba en lo más alto del cielo y ni su hermano ni su hermana o su otra hermana había ido a buscarla.

La niña se mantuvo en silencio, callada, cual lobo esperando el momento para saltar sobre su presa. Entonces escuchó un ruido, creyendo que era alguno de sus hermanos salió del hueco, corriendo y abrazo a la persona, tal fue su sorpresa cuando vio que la persona a la cuál abrazó no era de su familia, ni siquiera de su aldea. El hombre llevaba puesta ropa de cacería negra, junto a un arco y flecha, ella retrocedió asustada, pero no corrió, no porque haya querido ser valiente, sino porque sus piernas no le respondían por el miedo a lo podría pasar.

El hombre, se arrodilló sobre una pierna, dejó su arma en el suelo, dando a entender que no le haría daño, y levantó las manos mostrando que es inofensivo, se quedó dónde estaba.

—Tranquila, no te haré daño —dijo, pero no se movió, por temor a que la niña salga corriendo y se lastime o peor, se ponga en peligro —entiendo que estás asustada, soy un aliado, del Clan Sildá, yo y mis hombres vinimos en cuanto nos enteramos de lo sucedido acá. —esperó a ver si la niña decía algo, pero se mantuvo callada —Mi nombre es Eldritch, ¿Cuál es el tuyo pequeña?

La niña no respondió, simplemente se agachó y agarró un pequeño cuchillo que tenía guardado en su bota, parecía no tener mucho filo, pero lo mantuvo cerca y lo agarró fuertemente, como le habían enseñado.

—Señor, no hayamos sobr- —apareció otro hombre, detrás de la niña, ella se dio la vuelta asustada y le apuntó con su cuchillo, no terminó la frase porque notó a la niña.

—Está bien, gracias, Donovan, yo me ocupo desde aquí, regresa con los demás y adelántense. —dijo mirando a la niña, quién giraba de un lado a otro, entre los hombres.

—Sí, señor. —y con eso se fue, se podía escuchar cómo les decía a sus hombres que se reagruparan y volvieran con el Clan.

Eldritch, se quitó el pañuelo del rostro, y la niña lo reconoció de una de las reuniones que tuvo su padre hace unos días atrás y recordó escuchar a ambos decir que eran viejos amigos, entonces decidió darle una oportunidad, así que se acercó lentamente, aún con su guardia alta. Eldritch la alzó con cuidado cuando estuvo cerca, ella se dejó y se ocultó en su cuello, no tenía a nadie más. Escuchó al otro hombre decir que no había nadie más. Era una niña, el bosque es peligroso para los niños, si bien ella lo conocía como la palma de su mano, no sabría cómo sobrevivir sola, siempre iba con sus hermanos, ellos le enseñaron a encontrar comida, pero no a encender un fuego para mantenerse caliente y alejar a las criaturas que vivían en sus profundidades.

Eldritch la llevó a un río cerca y le lavó un poco su cara, tenía tierra y hollín, y fue cuando la reconoció como la hija se fallecido amigo, ellos por más que le hayan pedido ayuda jamás habría ido a atacarlos, respetaban la decisión de los jefes de mantenerse neutrales. ¿Para qué tener de enemigo a alguien que no quiere involucrarse en una guerra? En el Clan hay una norma, si encuentras a un niño o joven, solo tras una matanza o perdido, el que lo encuentre se hace cargo y lo toma bajo su protección hasta encontrar a sus padres, si es que está perdido, sino es parte de la familia de quién lo encontró y lo cría y educa como parte del Clan.

La niña permaneció en silencio durante todo el viaje de regreso al Clan y también durante varios meses, no dijo su nombre, en ningún momento, o al menos así fue hasta que notó que sus hermanos no irían por ella, así que decidió que ya no quería que la llamaran por apodos. Empezó por el hijo de quién la llevó de dónde solía ser su hogar.

—Mi nombre no es pequeña —miró al niño junto a ella, era un año mayor, lo miró con advertencia —mi nombre el Alexis Edana Jaivira —el niño la miró con asombro, su voz y su mirada parecían de alguien que no se dejaría pisotear, todos esos meses que pasó con ella, intentó acercarse, saber quién era, pero siempre la apartaba o le gruñía a modo de advertencia, si la tocaba o algo, parecía ser capaz de morderle, por lo tanto, le empezó a decir pequeña cachorra —. Y deja de decirme cachorra.

El niño simplemente sonrió, como si hubiera ganado algo y le extendió la mano. Ella lo miró extrañada, pero también extendió su mano y la estrechó con la de él.

-Un gusto Alexis Edana Jaivira, mi nombre es Nockolay Ignati Kazakov, creo que seremos grandes amigos.

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