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Los drásticos sucesos ocurridos en Hiroshima y Nagasaki dieron final a la Segunda Guerra Mundial.
A cinco años de su culminación, Estados Unidos de Norteamérica seguía ocupando Okinawa, Japón; así como la controversia, entre la población nacional, de que si había sido necesaria o no la utilización de aquellas fatales bombas que acabaron con miles de seres inocentes.
Los que estuvieron presentes, los que terminaron lisiados y los que perdieron familiares en el atentado de Pearl Harbor, por supuesto, apoyaban la firme decisión ejecutada por el Presidente Truman.
En cambio, ella, —con sus cincuenta dorados años—, todavía conservaba su noble corazón y daba su opinión, defendiendo y llorando, no sólo por aquellos desafortunados, sino por los amigos de antaño que estuvieron involucrados.
Alterada, porque los hombres severamente la atacaron, la mujer dejó su asiento; y estaba por contestar a la agresión cuando un ataque de tos se apoderó de ella.
A su pronto auxilio, un enfermero llegó.
Con sumas palabras cariñosas, él la iba tranquilizando conforme se la llevaba consigo, oyendo pacientemente el cuidador las siempre quejas incomprendidas; esas que cesaron en su totalidad en el momento de arribar al jardín.
Ese delicioso aroma que las rosas desprendían se adueñó de la mujer, y la hizo olvidar todo aquello que la molestaba, dando así paso: a la paz que su rostro reflejara y la emoción que brotara de su ser cuando al recorrer el lugar inquiría:
— Jerry, ¿te he contado de Anthony?
Aunque sí, él, yendo a su lado, contestaba:
— No, ¿quién fue él?
— Un ser muy especial. Bueno —, ella calló en breve para definir: — mi segundo flechazo.
Jerry sonrió por el increíble sonrojo que la cubriera. Y debido a que le gustaba verla feliz, ahora él preguntaba:
— ¿Cuándo fue aquello?
— Tenía trece años cuando lo conocí.
— ¡Apenas ayer!
— ¡Anda, búrlate de mí!
— ¿Quién dice que lo hago? Si hasta celoso estoy, porque ya me enteré que el señor Dawson le ha pedido, por décima vez, ser su novia.
— ¡Y por décima vez le he dado una negativa!
Ella hubo respondido ofendida; y divertido, Jerry preguntaba:
— ¿Es que no le gusta?
— Si se bañara, tal vez.
Por lo dicho, el enfermero, en cuestión de segundos, rió abiertamente. Al instante siguiente, decía:
— Yo sí lo hago; pero ni aún así... a mí me ha dado el sí.
— Porque no dudo que allá —, los dos detuvieron sus pasos para ella señalar: — detrás de esas altas bardas y rejas, haya alguien debidamente para ti.
— Pues sí. Sin embargo, ninguna tiene todo el oro que esconde tras la blancura, este cabello —, Jerry lo acarició, — ni las esmeraldas que forman sus ojos —, los miró con embeleso, — o la cereza roja de sus labios tersos.
Con ternura, ella se sonrió ante el halago, observándose:
— Se ve que tus clases de actuación han mejorado muchísimo.
— Algo.
Por el gesto masculino, ella, en tono preocupante, indagaba:
— ¿Qué te sucede?
— No, nada.
— ¡Aaaah! ¿Ahora comenzarán los secretos entre nosotros?
Sonriente, Jerry afirmaba:
— Claro que no; es sólo que —, él enmudeció, urgiéndole ella:
— ¿Qué?
— No me aceptaron en el elenco para formar parte de Otelo.
— ¡¿Por qué?! — hubo cuestionado una intrigada ella.
El enfermero, encogiéndose de hombros, le contaba:
— Al director le pareció muy mala mi interpretación, y me mandó a... seguir estudiando.
— ¡Qué cabeza dura de hombre!
— Y sí que lo es.
— Bueno, pues si tú me ayudas a salir de aquí, yo puedo ir a ver a ¡ese directucho! para decirle unas cuántas verdades, y ya verás que rápido te acepta.
— ¿Eso haría por mí?
— ¡Por supuesto! Porque puedo asegurarte que ese hombre es un amargado que no sabe donde hay el verdadero talento.
— Bueno, entonces haré planes para llevarle con él y que lo confronte.
Ella, entusiasmada, pedía aseveración:
— ¡¿En verdad me sacarás de aquí?!
El cuidador hizo un sí con la cabeza, además compartía:
— Ya que no pude ser parte de la obra, mi promesa sigue en pie para que usted y todos vayan a presenciarla al teatro.
¡Sí! El teatro, la calle, la gente. ¡Todo! Todo eso a ella la ponía más emocionada. Ya era mucho tiempo de permanecer ahí; y ahora con la ayuda de ese guapo joven... lo iba a conseguir. ¡Salir! y volver a ver el mundo. Uno nuevo que no conocía.
Una veterana ya era Candy. Y aunque amaba ser enfermera, con los años —a pesar de su larga experiencia—, ya no podía ejercer como solía hacerlo. Su jovialidad había desaparecido para darle lugar a lo senil y enfermo que ya estaba su cuerpo.
Epidemias, guerras, desastres económicos lo había padecido. Lo mismo que la muerte al visitarla muy seguido.
De todos los que conocía, eran los hijos quienes quedaban. Pero, al no haber trato ni cariño, en ese viejo hospital fue puesta y olvidada; bueno, eso era lo que ella creía... porque en cierto lugar y muy cercano, un corazón solitario ¡jamás lo hubo hecho!
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SIGUES EN MÍ
FanfictionLos años pasaron, llegando así los años dorados. * * * * * * * * Historia primera vez escrita a partir del día 7 de Abril de 2012. Historia compartida para mi audiencia del Fandom de Candy Candy.