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—¡Ah!
El sudor me empapa la frente, el corazón me va a mil y un agudo chillar me atraviesa entero, entra por un oído, me perora el cerebro y sale por el otro. Miro a mi alrededor, la luz cegadora, el calor, el televisor aún encendido. Y el incesante grito.
Supero mi confusión cuando mis ojos se adaptan al sol que entra en la habitación y veo mi teléfono; el grito no es más que el pitido de mi alarma. La apago, me froto los ojos largamente, hasta que veo colores en el dorso de mis párpados. No recuerdo haberme quedado dormido y desde luego tampoco haber soñado, pero he tenido una pesadilla. No sé nada de ella, pero la certeza se halla en el sudor frío que me cubre el pecho como un velo delgado, en el sabor amargo al final de mi lengua y en este miedo irracional que me inunda y que, poco a poco, cuanto más me despierto, se desliza fuera de mí como aceite.
Tan pronto me levanto noto que me flaquean las piernas y se me juntan las rodillas. Me apoyo en la pared para no caer y echo una mirada al teléfono. Tengo tiempo suficiente para hacerme un desayuno que compense mi mala alimentación de ayer. Hoy, por primera vez en mucho tiempo, no me tomo la pastilla con la garganta seca, sino con un vaso de zumo de naranja y tras un par de bocados a mi tostada de aguacate y huevo. Hacía mucho que no tomaba un desayuno de verdad y el olor a fruta y pan recién tostado me transporta rápidamente a las mañanas de mi niñez en que mamá me preparaba la diminuta mochila mientras sonreía al verme comerlo todo. Ella ponía mermelada en mi tostada y pequeños pedazos de fruta en forma de cara feliz o de animales. Recuerdo como masticaba despacio por el sueño, sentado sobre la alta silla del comedor mientras me frotaba los ojos y me hundía en el respaldo, extrañando la comodidad de mantas mullidas y cálidas y también cómo se me quedaban los dientes llenos de azúcar por qué mamá me hacía ir aprisa al colegio para que papá no se despertase mientras yo desayunaba, y nunca me daba tiempo a cepillarme los dientes.
Me preguntó si mamá siguió preparándome esos desayunos también durante mi adolescencia. Miro mi tostada y noto como los colores se emborronan, de nuevo tengo lágrimas en los ojos, pero mi corazón está vacío. Ni triste, ni nostalgia, ni alegría. Suspiro, algo frustrado por no ser capaz de distinguir el sabor de mis emociones, últimamente todas parecen la misma masa gris. Termino el desayuno con prisas, he perdido tiempo, así que no tengo demasiado como para degustarlo; me ayudo con un el último sorbo de zumo para pasar los bocados a medio masticar y salgo hacia el trabajo.
Una vez en la calle, de soslayo, creo atisbar las pisadas sucias en la puerta de mi casa. Este fin de semana quizá aprovecho para comprar una alfombra oscura y así no tener que estar dándole con la fregona a la dichosa losa blanca. Quizá, después de las compras, me voy a un bar o una discoteca, cualquier lugar lleno de ruido y cuerpos que me puedan servir de pasatiempo un día o dos. O quizá simplemente me quedo en casa viendo alguna serie, ya se verá.
Ahora no debo pensar mucho más que en la tienda de Oliver y en hacer mi trabajo. Como es costumbre, me pongo el delantal poco antes de llegar, le abro la puerta al anciano propietario y me pongo tras el mostrador mientras busco alguna forma de matar el tiempo.
Mis ojos apenas han tenido tiempo de recorrer el mostrador cuando atisbo en la distancia una figura oscura que se acerca a la puerta. Me fijo mejor, confirmando mis sospechas: es el chico del otro día. Está vestido con una camiseta y pantalones negros, el mismo calzado, pero sin el favorecedor cinturón. Ojos pequeños y claros me alcanzan, los baja mientras abre la puerta. Con la otra mano se remueve los mechones castaños y noto que sus mejillas se colorean solo levemente. Que tierno, debe estar avergonzándose por lo de ayer. Sonrío, como hago siempre que hay un cliente nuevo, solo que con él la mueca en mi boca no es inocua, sino con una pizca de lascivia. Incluso si no voy a terminar en la cama con el chico, me gusta hacer esta clase cosas de vez en cuando.
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El niñero (Yaoi) [EN AMAZON]
RomanceTyler tiene una vida tranquila, no hay grandes preocupaciones que lo mantengan en vilo por las noches, ni siquiera le da gran importancia a tener una laguna en su memoria que le ha hecho olvidar su adolescencia. Un día descubre que durante esos años...