59

58 6 0
                                    

Imaginen nacer en cuna de oro, con un título en la nobleza, crecer rodeada de los más finos vestidos y los juguetes más populares de la época, ser amiga de la Familia Real y tomar té con el Rey al menos una vez al mes. Además de tener un rostro hermoso y un cuerpo de modelo. ¿Qué más se podría desear? ¿Es que hay algo que el dinero y título de la familia de Bristol no pudiera conseguir?

Pues si, había una cosa que la Marquesa deseaba más que nada en el mundo, lo único que su dinero no podía comprar, y ni que su título y posición social podía obtener: el amor del Príncipe Louis de Nueva Inglaterra.

Si el Príncipe Louis no esta casado al cumplir los veintiún años, me gustaría que se comprometió con su hija, Irene —le dijo un entonces joven Rey Charles a los Marqueses de Bristol, quienes encantados dieron su aprobación, añorando el día en que su hija se convirtiera en Reina.

Nadie allí sabía que una pequeña niña escuchaba al otro lado de la puerta la conversación de sus padres con el Rey. Nadie allí sabía que eso llevaría, de forma directa o indirecta, a la tumba a muchas personas.

Me casaré con Louis —se dijo una pequeña Marquesa Irene mirándose al espejo con una tiara de juguete sobre la cabeza —, y seré la Reina.

Nadie nunca le aclaró a aquella pequeña que aunque el Príncipe Louis no estuviera casado ni comprometido al cumplir los veintiún años y el acuerdo del matrimonio se llevara acabo, eso no le garantizaba que él se enamorará de ella y la amará para siempre, como prometían los cuentos de hadas.

¿Cuánto se puede amar a alguien como para que incluso corra sangre inocente? O debería decir, ¿cuánto se puede desear a alguien y a algo como incluso corra sangre inocente?

Irene amo al Príncipe Louis desde el primer día en que los ojos azules del muchacho se posaron en los verdes de ella una tarde en la Casa Real de Hannowoor-Dankworth.

La muchacha creció con la idea de que algún día ella sería la esposa de Louis, pues así había sido acordado. Práctico modales y aprendió todo lo que una Reina tendría que saber. Trabajó por años para que cuando el momento llegara, ella fuera la más perfecta de las esposas.

Con el pasar de los años, vio a su amigo y platónico amor en las portadas de las revistas de farándula con modelos y actrices famosas, rogando que ninguna de ella haya logrado enamorarlo tanto como para que él tomara la decisión de desposarla.

Oh, y cómo se enfureció cuando su querido Louis comenzó a salir con la supermodelo de pasarela Elenaor Hamilton. Y doble se enojó cuando se enteró que él le pidió matrimonio.

Oh, y como gritó de felicidad cuando ellos terminaron porque Eleanor había rechazado la propuesta.

Cada vez faltaba menos para que la edad en la que el acuerdo se llevará a cabo llegará, pronto, si nadie más entraba al juego, eso que siempre deseo por fin estaría en sus manos. Ya eran jóvenes, y Louis se había transformado en uno de los hombres más guapos que el mundo alguna vez haya visto. Era codiciado por decenas de bellas mujeres, quienes se creían lo suficientemente hermosas como para despertar la atención del Príncipe Heredero.

Él le había permitido acercarse a él en ocasiones. Sus pieles ya se habían tocado más de una vez, desnudas, solo cubiertas por el propio sudor de sus cuerpos. Pero aún con eso, aun luego de todas esas noches que pasaron juntos, él no la miraba de otra manera más que una amiga con la cual pasar el rato.

Y luego llegó ella.

Sí, ella.

Daphne Lougthy.

Creo que ni de Eleanor estuvo tan enamorado —escucho Irene comentarle Charlotte a Lady Katherine en una fiesta —. Míralo, mamá. ¿Ves cómo la mira? Oh, si lo escucharas hablar de ella.

El peso de la corona [✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora