—¿Por qué no? —preguntó con los ojos abiertos de par en par y una mirada extrañada.
Yoongi clavó la mirada en la taza humeante de café, se sentó frente a Jimin en otro taburete, cogió la cucharilla de la mesa y se echó un chorrito de leche.
—Los han desalojado.
Jimin se sobresaltó de tal modo que derramó el café y, con los dedos manchados, lanzó una mirada fulminante a Yoongi, incapaz de dar crédito a lo que le acababa de oír.
—Eso es imposible. Sam paga el alquiler. Le entrego mi parte todos los meses.
Estiró el brazo para alcanzar el servilletero que estaba en el centro de la mesa y se limpió los dedos. Lo que acababa de decirle Yoongi lo había impactado tanto que ni siquiera le dolía la leve quemadura que acababa de hacerse.
¿Tan retorcido era su sentido del humor? ¿Acaso no sabía que no tenía ninguna gracia bromear sobre algo así con una persona que vivía al borde de la miseria?
Yoongi lo miró por fin a los ojos. Tenía una expresión seria que dejaba entrever cierta compasión.
—Me temo que tu compañero se ha esfumado y que lo único que ha dejado en el piso ha sido un par de cajas con tus expedientes académicos, tu partida de nacimiento y algún documento más.
A Jimin le empezaron a temblar las manos, así que las cruzó y las apoyó sobre la encimera de mármol.
No podía ser cierto. No lo era.
—Tiene que haber un error.
—No hay ningún error. Mi asistenta habló con el casero a primera hora de la mañana. Han desalojado a tu compañero de piso. Hace tiempo que se inició el proceso y ayer acababa el plazo.
Yoongi pegó un sorbo al café sin dejar de mirarle a los ojos.
«¡Dios mío, Dios mío, Dios mío!», la mente de Jimin empezó a ir a cien por hora mientras pensaba en las implicaciones que tendría lo que Yoongi acababa de revelarle. No tenía casa. No tenía nada.
¿Y ahora qué?
—Tiene que haber un error —susurró de nuevo con la mirada clavada en la taza de café.
«Por favor, tiene que tratarse de un error».
No podía pagar el alquiler atrasado ni reemplazar sus pertenencias. Eso era imposible.
—¿Dónde están mis cosas? ¿Y mi ropa?
—Tu compañero no ha dejado nada. Tan solo un par de cajas.
—Quizá se equivocaron de piso.
—No nos hemos equivocado, Jimin. Lo siento. —Yoongi dijo de carrerilla la dirección, el nombre del casero y el del compañero de piso—. ¿Es correcto?
Jimin asintió con la cabeza, pues un nudo en la garganta le impedía hablar. Sus ojos azules se le llenaron de lágrimas.
Santo Dios... Llevaba años manteniendo el equilibrio sobre una cuerda floja y sin red, y justo ahora que estaba a punto de llegar al otro extremo se precipitaba con un traspié al vacío, a una muerte segura.
No hablaba mucho con Sam, aunque jamás se le había pasado por la cabeza que su compañero fuera capaz de hacer algo así.
Mantenían una relación cordial, pero, como el poco tiempo que Jimin pasaba en casa lo dedicaba a dormir o a estudiar, las conversaciones con Sam eran muy poco frecuentes.
Una vez al mes Jimin dejaba el dinero de su parte del alquiler y de los gastos sobre la estrecha mesa de la cocina y daba por hecho que su compañero lo empleaba en pagar las facturas. Pero por lo visto no.
«Esto no puede estar pasando», se repetía con la sensación de que el mundo entero se le había caído encima.
Y así era. Unas pocas palabras —una catástrofe, una traición— habían bastado para echar abajo su vida entera.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Yoongi con indecisión mientras daba un sorbo al café y lo observaba con cautela.
—Sí. No. No lo sé. —Seguía atónito. Tomó una bocanada de aire—. Tengo que pensar. Pensar qué hacer. ¡Dónde vivir!
Apartó la taza de café y enterró la cabeza entre los brazos.
Santo Dios..., qué desastre. «Piensa, Jimin. Piensa».
—No tenía ni la más remota idea. ¿Cómo iba a haberlo sabido? —preguntó a Yoongi aunque en el fondo se lo preguntaba a sí mismo, intentando comprender cómo podía haberle pasado algo así.
—Tu compañero dejó la universidad el semestre pasado. Todo apunta a que te ocultó el asunto para que siguieras dándole el dinero hasta que lo echaran —explicó Yoongi con un tono airado—. Lo siento, Jimin. Ya tenías bastantes dificultades antes de que ocurriera todo esto.
Confundido y aterrado, alzó la cabeza y se sorprendió al ver la expresión de enfado en el rostro de Yoongi.
Estaba cabreado. Con Sam. Con las circunstancias. Era obvio que tenía buen corazón.
—¿Se ha llevado... todo? ¿Los muebles, las cosas de mi cuarto, todas mis pertenencias...? —balbuceó mientras las lágrimas le formaban otro nudo en la garganta.
—Mi asistenta, Nina, ha traído las únicas cajas que había en el piso. Están en el cuarto de invitados —le informó con un tono muy serio—. Lo he comprobado todo, Jimin. Han actuado dentro de la legalidad. Tu compañero se llevó todo el último día. Si ayer hubieras llegado a casa, te habrías encontrado con un piso vacío. Me alegro de que anoche te ahorraras esa sorpresa. Nina ha devuelto la llave al casero. Van a cambiar las cerraduras. No puedes volver.
«Sin casa. Sin cama. Sin un lugar adonde ir».
La desesperación y la angustia se le fueron acumulando en las entrañas hasta que no pudo ni respirar ni pensar.
Lágrimas silenciosas le recorrieron las mejillas mientras daba vueltas a todos los esfuerzos y los sacrificios que había realizado en los últimos cuatro años.
Para nada. Todo eso para nada.
Acabaría viviendo en un albergue, si es que encontraba uno que tuviera plazas. Tendría que dejar la universidad hasta que se recuperara de este golpe.
—¡Ay, no! ¡Dios mío!
Trató de aplastar el ataque de pánico que se le venía encima con una bocanada de aire profunda, pero no lo logró.
Ocultó el rostro con las manos y, mientras el cuerpo entero le temblaba, Park Jimin hizo algo que no había hecho desde la muerte de sus padres.
Se echó a llorar.
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Mío Esta Noche || Yoonmin
RomanceEl estudiante de enfermería y camarero Park Jimin no pasa por su mejor momento. Su ya desesperada situación económica acaba de sufrir un golpe que puede dejarlo a un paso de vivir en la calle. Cuando necesita poco menos que un milagro que lo salve...