Epílogo.

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Epílogo; nouvelle lune.

—¡Harry rápido!—exclamó Louis tendiéndole la mano para que subiese al tren destino a Roma.

Eran las cinco de la madrugada, por lo cual ya era uno de febrero. Ya tenía diecisiete, había estado a punto de no contarlo; sin embargo, finalmente, su novio había logrado frenar la emorragia antes de que los trabajadores del señor Carver llegasen o les volviesen a disparar. Parecía ser que sí existían los finales felices.

—No puedo ir más rápido.—las lágrimas escapaban de sus esferas como veloces rayos. Tan cerca y tan lejos. No era el momento de rendirse mas sus piernas no daban para más ya que el transporte estaba en movimiento, cada segundo tomaba más velocidad.

—Por favor, no me dejes.—pidió a la vez que se planteaba seriamente comenzar a rezar. Si perdía al rizado, se perdía a sí mismo. Así que se acercó lo máximo que pudo hacia el exterior del último vagón, intentando conseguir agarrarle su frágil mano.

—Me duele, Louis, me duele muchísimo.paró de correr, de luchar por los dos.

El ojiazul se quedó observando como la figura de su amor quieto en las vías desaparecía rápidamente para no volver a ser vista. Intentó bajarse del vehículo en marcha, pero el menor le gritó desde la lejanía: Ve a Roma. El ojiverde quería que siguiese con su vida aunque fuese sin él; sin embargo, dudaba poder lograrlo, el mayor solo deseaba saltar para, aunque fuese, besarle una última vez.

«Estás esperando un tren. Un tren que te llevará lejos. Sabes a dónde esperas que te lleve este tren, pero no puedes estar seguro. Sin embargo, no importa porque siempre estaréis juntos». Recordó las palabras de Leonardo DiCaprio en una de sus películas. Pero, en este caso, sí importaba, pues ellos acababan de separarse. Ya nada era igual. Antes no le importaba el destino, sino el viaje ya que estaría con la persona que más amaba. Ahora nada le importaba, todo era gris.

Desde el último vagón dejó marchar a la única persona que le llegó a amar de verdad, así como a la única persona a la que él amó. Tuvo la opción de ir a socorrerle, pero le abandonó en las vías. Le abandonó para vivir una vida que no quería pues, si él no estaba en ella, ya no tenía sentido.

Entonces, despertó.

Con la misma pesadilla de todas las noches desde que su novio murió en aquel bosque a causa de un disparo. Siempre tenía el mismo sueño sin final feliz: creer que Harry había superado el disparo, luchar por una vida juntos, escuchar las mismas palabras que le dijo cuando sintió la bala contra su estómago haciendo que se desplomase al instante, verle correr tras el ferrovirial y volverle a perder. Siempre el mismo puto martirio.

Tomó su sudadera morada de Jack Wild del último cajón del armario, ese en que tenía todo lo que le pertenecía o le recordaba al rizado. Una nostálgica lágrima escapó de su ojo al recordar cuando se la puso para bailar Forever Young. Harry sería joven para siempre, no tendría miedo a envejecer, al contrario que Louis. Él tenía miedo de hacerse mayor sólo, pues eso implicaba olvidar y él no quería olvidar al ojiverde; se lo había prometido. Sin embargo, la prenda ya no tenía su olor. Ninguna mezcla de sal y vinagre olía como la suya, empezaba a no recordar su aroma. Cada segundo sentía que se alejaba más de él, y lo peor era que lo veía todo a cámara lenta.

Observó el sobre que le dio la noche del treinta y uno de enero, es decir, hacía casi dos meses. Esa carta que le pidió que leyese cuando fuesen libres, tal vez en el supuesto vagón en el que estarían juntos con destino a Roma. Aún no la había abierto, tenía miedo de su interior. Sabía que se rompería a llorar con simplemente ver su caligrafía, su hermosa caligrafía. No era fuerte, tampoco valiente. Solo era un individuo más, un robot, un esclavo de los dioses, una marioneta con un final adverso.

lune décroissante {LS}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora