Capítulo 12

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Era innegable que Nathaniel era portador de una de las miradas más profundas que en todos mis años había visto, en la poca interacción que tuvimos los últimos días distinguí la manera en la que sus ojos brillaban con furia, me perdí en la mirada lasciva que me dio cuando hablamos en la cocina, pero justo en ese momento sentado frente a mí, su mirada estaba completamente vacía, aquellos astros azules en su rostro eran tan gélidos que casi parecían grises, no había brillo, no había nada, él sólo me observaba como si realmente no estuviera ahí. Decidí romper el silencio, tratando de regresarlo a esta realidad.

-Nathaniel, tenemos que retomar nuestra conversación.

-¿Por qué te fuiste con él, Anabelle? -Su mirada se concentró en mí de nuevo.

-Podría jurar que tú y Amanda planearon hacerme la misma pregunta. -Bufé. Pero su serio semblante me hizo darme cuenta de que debía escoger mis palabras con cuidado. -El concejo nos asignó una tarea juntos, aunque no lo creas, Sebastián puede acatar órdenes, al igual que yo.

-Perdona si no te creo, eso simplemente parece una mentira.

-Hablas con mucha seguridad para ser alguien que no nos conoce en lo absoluto.

-En eso te equivocas, yo los conozco muy bien, a Sebastián y a ti. -Esperé que mi silencio le incitara a hablar, pero eso no sucedió.

En su lugar, él se levantó de la silla alta en la que estaba sentado, acercándose a mí con pasos lentos pero seguros, sin despegar la conexión que había entre sus ojos y los míos. Permanecí firme pese a la intensidad que emanaba en su andar. Conforme se acercaba la diferencia de estatura entre los dos se hacía obvia, toda la habitación era pequeña en comparación. Recordé las palabras de Eugene, no podía confiar en Nathaniel tomando en cuenta todo lo que sabía, al verlo sólo podía recordar los cuerpos atrapados en el techo, el terrible olor de carne pudriéndose vino a mi memoria y en ese momento lo odié.

Odiaba a Nathaniel Kleitman, su retorcido proyecto para burlar el orden natural, el hecho de que había triunfado consigo mismo, lo odié porque, por más que la vida mundana fuera tan insignificante, él no debía arrebatarla, no le correspondía, iba en completo desacuerdo con las reglas que nos regían en este mundo, el vampiro frente a mi era la razón por la que Emma estaba exiliada, la dulce y entregada Emma que no hizo nada más que defender a un hermano como lo hubiera hecho por mí. Me aferré a ese odio con todo lo que tenía, pero mi templanza parecía ser corruptible ante él. Una vez que estuvimos frente a frente, su brazo me tomó con fuerza para hacerme sentir su pecho contra el mío, no me moví, aún con el desprecio y la rabia que sentía, estaba en un trance total entre sus brazos.

-Aunque te conozco, Anabelle, hay aún muchas cosas que me gustaría descubrir por mi mismo. -Tomó mi barbilla, de forma que no podía ver más que su rostro. -Me sorprende un poco que tu debilidad sea ese vampiro, te creí un poco más inteligente que eso.

-No estoy aquí para que tu intentes herir mi ego, Nathaniel. -Dije su nombre en apenas un susurro. -No me interesa qué creas saber de mí. Tampoco me importa tu opinión sobre Sebastián, quiero respuestas.

Yendo contra todo lo que mi cuerpo pedía, me separé de él, sintiendo frío al instante. -Quiero que me digas exactamente cómo conociste a Emma y por qué fue exiliada, ¿podrás hacer eso?

-Trabajamos juntos, te lo dije.

-Eso no explica por qué fue exiliada. -Me miró con cautela.

-Tengo un presentimiento sobre ti, Anabelle. No sé si debería decirte todo lo que sé.

-Estoy intentando ser amable aquí, si no me quieres dar respuestas hablando civilizadamente, tendré que sacarte la verdad. -Una sonrisa divertida se posó en su rostro, exasperándome.

-Me gusta cómo te ves cuando intentas mantener el control.

-Nathaniel, basta.

-¿O qué?

El reto en sus palabras hizo que algo dentro de mi se encendiera, corté la distancia que había creado entre ambos, en un rápido movimiento lo empujé a la pared detrás de él, tomé sus hombros para girarlos con fuerza logrando que su rostro chocara con la superficie, no me complacía el no poder verlo a los ojos, pero tenía que hacerle saber que yo tenía el control de la situación y podía reclamarlo en cualquier momento. Los músculos de sus brazos se tensaron al intentar soltar su agarre sin éxito; la fuerza bruta no es nada si no eres ágil, esa era una cualidad que yo poseía con creces, no me dejaría intimidar. La respiración de Nathaniel era pesada, estaba claramente molesto.

-O conocerás en primera persona de lo que puedo ser capaz, ahora habla.

-No me matarías. -Su voz sonó ahogada contra la pared.

-Entonces no me conoces en lo absoluto. Puedo ser muy paciente Nathaniel, pero estás cruzando mis límites.

-Está bien. -Suspiró. -Te lo diré. Ya puedes soltarme, dejaste claro tu punto.

-No me desafíes, conmigo no hay próxima vez. -Lo solté y retrocedí, tomé asiento en la misma silla alta en la que él me recibió.

-Yo vine a este pueblo para poder concentrarme en una investigación que estaba realizando. Verás, yo nací y crecí en un lugar donde los vampiros se paseaban durante las noches, bebiendo la sangre de cualquiera que estuviera en su camino. Era consciente de que, si alguna vez el sol se ocultaba y yo no estaba en casa, podría morir.

-No matamos mundanos. -Le corté.

-Ojalá todos respetasen esas reglas, Anabelle. Hay quienes deciden ir en contra del concejo, si sentían que beber no era suficiente, asesinaban. No les importaba vivir la eternidad, simplemente vivir hasta morir de nuevo y para siempre. Al parecer todos esos vampiros se congregaban en ese mismo lugar, hasta el momento no sé si el monitor asignado no reportaba la situación al concejo porque algunos de ellos vivían más de un ciclo hasta que eventualmente desaparecían, pero cuando uno de ellos era eliminado, volvían tres, era una situación insostenible.

-¿Por qué no simplemente huiste? -Bufó, como si mi pregunta fuera lo más estúpido que había escuchado.

-Mi madre se enamoró, evidentemente el vampiro no sentía lo mismo, pero mientras él siguiera viviendo, ella lo esperaría paciente. La usaba, Anabelle. El maldito usaba a mi madre como su bolsa de sangre personal. Hasta que un día no regresó, escuchaba los rumores diciendo que había viajado lejos y no tenía intenciones de volver. Mi madre jamás lo superó, continuó esperando durante toda su vida, en sus últimos años se exponía a sí misma para hablar con cuantos vampiros pudiera, buscaba una garantía de que tendría una transición después de su muerte para poder seguir esperando. -Hizo una pausa, entendí que la experiencia detonó algo dentro de él, pero eso no justificaba su actuar.

-Es una historia muy triste, Nathaniel. Pero eso no me dice nada que me interese.

-Debería; pero si prefieres que me ahorre los detalles sólo te diré que mi madre murió, no hubo transición, simplemente cerró los ojos y jamás los volvió a abrir. Su fallecimiento y la rabia por el miedo que sentía durante todos esos años me motivaron a encontrar una forma de poder tener una transición sin necesidad de esperar a morir para averiguar si eras digno o no de ser un vampiro, al menos esa era la principal razón.

-¿Quién te crees que eres, Nathaniel?

-Un loco enamorado, Anabelle. -Fruncí el ceño ante su respuesta.

En un abrir y cerrar de ojos me encontré a mi misma sola en la habitación, sin poder procesar cómo Nathaniel había huido tan rápido, observé a mi alrededor para encontrarme con una pesada oscuridad, la noche había llegado y yo no recibí las respuestas por las que había venido. No todo fue en vano, al menos la historia de Eugene concordaba con la de Nathaniel. En él no había necesidad de ocultar sus intenciones en el pueblo, lo cual indica que no debería dudar de los pormenores que no fueron mencionados. El experimento, los cuerpos, todo era real.

ANABELLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora