Oneshot

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El templo de la virgen se mantiene en un profundo silencio, su guardián se mantiene meditando en el centro del templo, dentro de la flor de loto que se ha mantenido durante varias generaciones como el mejor punto para concentrarse.

O al menos eso es lo que intenta.

Porque no importa que tan inconsciente se haga de su respiración y de su cuerpo físico mientras continúa repitiendo su mantra, es el silencio del templo lo que ya no le permite meditar con tranquilidad, su mente no puede pensar en otra cosa más que el silencio de su templo es sospechoso y que debía estar pendiente por si escucha un repentino llanto venir de algún pasillo de su templo.

Tarda solo algunos segundos para reprenderse de nuevo ante su inconsciente distracción, no hay niños en su templo, al menos no a estas horas, tiene toda la tarde a su disposición para concentrarse y meditar, reestableciendo su conexión con todo aquello que lo convierte en el hombre más cercano a un dios, pero simplemente no puede hacerlo, su mente desvaría fácilmente en el silencio y solo siente que algo falta, la tranquilidad del templo ya no es tan reconfortante como hace algunos años. Expulsa el aire lentamente por la nariz mientras se da por vencido, aunque no por ello pierde su posición o el semblante serio que mantiene siempre que comienza con su meditación.

¿Qué se supone que es diferente ahora?

Esta consiente de que el resto de sus compañeros no pasa por lo mismo que él, ellos se siguen entrenando día a día sin problema, aun si solo son cosas relacionadas con la fuerza bruta o tan solo para asegurarse de que aún pueden manejar sus cosmos, pero él es diferente, su meditación es la manera en que se asegura que sigue acumulando el cosmos como debería y que estará ahí si en algún momento requiere utilizar alguna de sus técnicas y no precisamente para mantener a uno de sus compañeros bajo control. Aun así, la amenaza de una posible siguiente guerra está demasiado lejos, si llegara a pasar no les tocaría ya a ellos, aunque esa no es excusa para dejar de lado totalmente el entrenamiento que ha realizado por años, al que le ha dedicado literalmente toda su vida.

Y entonces, antes de poder seguir con el tema a mayor profundidad, sus sentidos se agudizan cuando escucha pisadas en una de las entradas de su templo, sus labios tiemblan y una de sus manos se dirige rápidamente a tapar la sonrisa que inconscientemente apareció conforme el descuidado sonido resuena por todo el lugar. Es una aceptación a la que aún no es capaz de llegar, una realidad que vive pero que todavía parece una fantasía que no merece vivir.

Recuerda entonces a su diosa que, con su semblante tranquilo, se había dirigido a cada uno de ellos por separado, su petición era simple, apreciar la nueva vida que se les estaba otorgando, aun si su decisión era permanecer o retirarse del santuario. Obviamente ninguno de los doce realizo la segunda acción, incluso Kanon pareció haber dudado en su momento, pero él era una especie de caso especial, aunque estaba más que dicho que Poseidón no se encontraba para rendirle pleitesía, eso no significaba que tenía derecho alguno a desentenderse totalmente de aquellas responsabilidades que tomo mediante un simple engaño. La platica con su diosa era algo que no tenía permitido olvidar, la petición de que descanse después de tantos años entrenando para proteger el santuario y busque la felicidad que se merece. Pero él no siente que realmente pueda tener esta vida, se siente demasiado ajeno a sus propios sentimientos que no cree poder acomodarse en una "vida normal" como le dicen Athena y Shun.

Pero entonces llegan las manos pequeñas que aprisionan y jalan su cabello, el dolor no es extremo, pero tampoco quiere reírse por la situación, aun así, dejar caer su cabeza hacia atrás para evitar demasiados jalones, aunque es consciente de que la criatura a sus espaldas no piensa dejarlo ir por ninguna razón, riendo juguetonamente antes de buscar frotar su rostro contra su cabeza, una acción digna de un felino y en efecto, él es su pequeño gatito, la fantasía que aún no puede creer que sea real, el regalo de una diosa que solo buscaba reírse de su situación y aquel que lo aleja cada día más de la divinidad que en algún momento alcanzo.

—Leander, mi cabello. —intenta razón con el infante, moviendo sus manos para alcanzar las más pequeñas y tocarlas, buscando incentivar que su cabello fuera liberado.

—¡Papá! —grita con emoción el más pequeño, ignorando que está demasiado cerca del rostro de su progenitor y, por tanto, su grito lo hace estremecerse al estar demasiado cerca.

—Vamos Leander, suelta mi cabello. —pide de nuevo, soportando el grito casi al lado del oído, algo no tan novedoso, aunque las primeras veces casi lo deja sordo.

La pequeña pelea, si es que se le puede llamar así, termina rápido, su cabello es liberado rápidamente, aunque su cuello no tarde en ser atacado por los pequeños brazos que intentan rodearlo en aquella incómoda posición, así que como puede lo sostiene con una de sus manos y lo jala para acunarlo correctamente entre sus brazos, escuchando su espalda crujir ante el movimiento repentino después de haber estado durante un buen rato sin cambiar de posición.

A la distancia reconoce los pasos de un apresurado Aioria venir de la misma dirección desde donde llego el más pequeño, que se mantiene tranquilo entre sus brazos sin dejar de intentar alcanzar uno de los mechones de su cabello. El rostro del recién nacido se mantiene fresco en su memoria, una apariencia tan similar a la de Aioria, que tan solo se sigue reflejando cada vez más conforme desarrolla su propia personalidad, tan impaciente y lleno de energía.

—¡Shaka, lo siento! Le dije que iríamos a merendar a Leo y cuando le quité el ojo de encima ya había desaparecido.

La disculpa acelerada de Aioria junto a su explicación solo hizo que su sonrisa, la cual había intentado esconder minutos atrás, apareciera finalmente en su rostro, alzándolo solo un momento antes de que las codiciosas manos del pequeño gatito jalaran uno de los mechones de cabello, exigiendo su atención por completo. Esto no era un problema, al menos no a esas horas del día, lo era en las noches cuando entre el gato mayor y el pequeño se peleaban por ver quien lograba monopolizarlo más tiempo.

—Ya veo, así que iban a comer algo, ¿no? —levanta una de sus manos, totalmente acostumbrado a sostenerlo con solo un brazo, buscando acariciar la mejilla del menor, limpiando una mancha de tierra sin prisa alguna.

—¡Vamos a comer! ¡Vamos, vamos, vamos!

Tiene que acomodar a Leander de nuevo entre sus brazos cuando comenzó a patalear, dándole la posibilidad de abrazarlo por el cuello, claramente codiciando su afecto y atención, acercándolo todavía más al plano terrenal y haciendo que se olvidara por completo de aquel divino lugar al que es capaz de llegar. La presencia de Aioria tampoco ayuda mucho para negarse al capricho del infante, es fácil saber que está sonriendo y espera pacientemente a su lado para ayudarlo a levantarse, él es el fuego que calienta su vida y le recuerda la sangre espesa que corre por sus venas, mantiene vivos sus sentimientos y aunque claramente lo ha hecho rabiar a lo largo de meses, tal vez años, no por eso se iba a de su lado, sino que se mantenía cómodo a su alrededor, buscando los pequeños huecos de emociones por explotar.

—Está bien, iré con ustedes, pero primero tu papá debe bañarte.

—¡¿Qué?! ¡No!

Shaka sonrió, complacido ante el grito unánime de padre e hijo, levantándose sin ayuda antes de intentar pasarle el pequeño felino a Aioria, el cual se sostuvo fuertemente de su ropa, no solo reacio a abandonar la calidez de los brazos que lo sostenían, sino también en un intento por evitar el baño que ya le tocaba.

—¿Estás seguro que tengo que bañarlo? —pregunto desanimado Aioria, acercándose lo suficiente a su pareja como para cargar a Leander con un brazo e intentar zafar las manitas con la mano libre.

—Totalmente seguro, si va a comer, que lo haga estando limpio. —dejo los brazos abiertos sin moverlos, con una radiante sonrisa, disfrutando de escuchar los pucheros de Aioria porque Leander no lo soltaba, y los pucheros de Leander porque no se quería ni bañar ni soltar.

Probablemente nunca se iba a sentir merecedor de lo que tenía, disfrutando inconscientemente de la "vida normal" que se le había recomendado, pero estaba bien, porque tal vez esta era la manera en que los dioses le decían que él era más humano de lo que creía.

Humano.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora