Después de que Marco se fue de la cafetería, Thatch quería ir corriendo tras él para darle un puñetazo, pero Izo lo contuvo y lo mandó a revisar el pan del horno. Mientras tanto, le llevó una rebanada de pastel de chocolate a Ace, quien todavía estaba sentado a la mesa.
—Ace, lo siento. Mi hermano es un idiota a veces.
Al ver que Ace no emitía respuesta alguna, volvió a intentar.
—¿Quieres que te deje solo?
Ace levantó la mirada de forma abrupta, como saliendo de sus cavilaciones.
—No, está bien... Creo que... aunque sabía que era casi imposible... tenía la esperanza de que sucedería algo bueno al encontrarnos —tragó saliva y tomó partió un trozo de pastel —. Gracias.
Izo se acomodó en la silla que Marco había dejado vacante. Aunque parte de él quería salir corriendo tras Marco como Thatch y darle una buena cachetada, reconoció que no serviría de nada. Entre más empujaran, Marco se resistiría. Así había sido por diez años.
Izo alcanzó la mano de Ace en la mesa y la apretó fuerte. Le dijo:
—Ace, no importa si estás o no con Marco. Para mí, y para Thatch también, eres parte de nuestra familia. Eso no cambiará nunca.
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Ace vagó por la ciudad toda la tarde. Sin ser consciente, había caminado hasta su antiguo hogar. Su madre aún no había decidido qué hacer, más allá de que tenían que limpiar el lugar. Ace empujó la puerta con todo el cuerpo, parecía trabarse por el desuso. Cuando estaba por cerrarla, vio a un lado el montón de correspondencia basura que estaba regada, y decidió que empezar a limpiar por ese lugar era mejor hacer lo que tenía planeado: quedarse a oscuras lamentándose por todo.
Tomó una bolsa de plástico y comenzó a echar sin mucho cuidado todo el papel regado en la puerta. Algunos sobres eran muy antiguos, así que no se molestó en ver sus contenidos. Tomó otra embozada de papeles y los metió en la bolsa. Al embolsar todo, un pedazo pequeño de papel se desprendió de todos los demás y voló hacia el suelo. No parecía publicidad, ni nada que pudiera entregar un cartero. Ace dejó la bolsa en el suelo y recogió el pedazo de papel. Sacó un encendedor de su pantalón lo encendió para poder aluzar y desdobló el papel. Al principio le tomó tiempo entender lo que estaba escrito, pero en cuanto lo descifró, sintió que sus piernas perdían fuerza. No importa el tiempo que hubiera pasado, reconoció al dueño de aquellos versos.
La poesía había sido una afición de Marco desde que lo recordaba. Al principio se negaba a mostrarle su trabajo a Ace por temor a que se burlara. Después, por las tardes, cuando descansaban bajo la sombra de un árbol, Marco le leía lo último en lo que había trabajado, y Ace escuchaba atento, aunque de poesía no sabía nada. Se sentó en el piso y comenzó a revisar con mayor atención los papeles, cartas y sobres que estaban en el suelo.
Cuando terminó de separar todo, tenía una pila modesta pero importante de hojas sueltas, servilletas y cartas dedicadas a él. Todas las cosas que Marco no mencionó en el café, estaban plasmadas en aquellas palabras de papel. Todo su dolor, su angustia y su corazón roto estaba ahí, descartado en el suelo de una casa deshabitada que parecía caerse a pedazos. ¿Tan fácil era deshacerse de lo que sentía por Ace? O peor aún, ¿tan poco importante había sido, que rendirse había sido lo más cómodo?
Una llama de rabia se encendió en Ace. Juntó todos los poemas de Marco, los guardó y salió de la casa dando un portazo.
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Al siguiente día, el insulto y el dolor en Ace habían echado raíces y no le permitieron dormir. Por momentos la duda de los sentimientos de Marco lo asaltaba, pero tenía decenas de pruebas tangibles en sus manos que mostraban que, aunque Marco no lo contactó en todo este tiempo, nunca dejó de pensar en él. La parte de Ace que tenía ganas de estrangular a Marco por mentirle le exigía pedir una explicación, así que con papeles en mano, y sin pensar mucho, fue hacia el único lugar en el que Marco podía ir a lamerse sus heridas.
A diferencia de su antiguo hogar, la casa de Barbablanca seguía siendo la misma, igual de modesta y cálida. Tal como lo había predicho, Marco se encontraba en las escaleras del porche, absorto en acariciar a Stefan. Ninguno de los dos pareció escucharlo abrir la pequeña reja que separaba el jardín de la calle y caminar hacia ellos. O quizá sí lo habían escuchado, y Marco solo estaba retrasando la confrontación inevitable.
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Apenas hace unos minutos su padre había predicho la sensatez de Ace, y ahora Ace estaba frente a él. Pero Ace no parecía tener una pizca de serenidad, todo lo contrario.
—Ace...
Ace no lo dejó pronunciar otra palabra, le aventó la bolsa a su regazo y comenzó a despotricar:
—"Es mejor que el pasado se quede en el pasado" ¿Es en serio? ¿Crees que puedes decirme eso a la cara cuando todo este tiempo has hecho todo menos eso? ¿Esperas que crea que lo nuestro ya no significa nada para ti? ¿Esperas que solo acepte sin más a este mártir en el que te has convertido y decidas por los dos? No lo acepto. ¡Rechazo tus disculpas, no quiero tus disculpas! Éramos jóvenes, pero no era estúpido. Sabía que los negocios de tu padre no eran legales, justo como no lo habían sido los de mi padre.
—¡Casi mueres! —gritó Marco por instinto.
—¡Pero no morí! ¡Y pasaste diez años actuando como si hubiera muerto! —respondió Ace en el mismo tono de voz.
Stefan comenzó a ladrar.
—Pasé años pensando que yo... no era importante para ti —susurró Ace.
—¡Sabes que eso no es cierto! —Marco se acercó a Ace, pero se detuvo a solo unos centímetros de distancia de él. No sabía si su tacto sería bienvenido. Además, no sabía tampoco en qué punto se había levantado de las escaleras.
—¡El punto aquí es que no lo sé! ¡Tienes una forma muy estúpida de mostrarlo! ¡Yo traté de contactarte después! Y tú, ¿alguna vez esperabas que encontrara todo eso? —señaló la bolsa de papel que estaba en el suelo. El viento estaba haciendo que su contenido se fuera esparciendo poco a poco por el jardín.
—No... —respondió Marco abatido—. Esperaba que un día la casa fuera vendida, demolida, lo que sea, y que años después me enterara que eras feliz con alguien más—. Marco levantó la mirada y vio a los ojos a Ace al hablar— mereces a alguien mejor que yo.
—Yo decidiré si merezco algo o no— espetó Ace—. Y ahora merezco que me digas la verdad.
Marco sintió que le perforaban las entrañas. ¿Acaso era esta la única forma de terminar con aquel vacío que sentía en su interior cada vez que pensaba en Ace? Si eso los acercaba o los alejaba, ahora no importaba. Ace tenía razón. Merecía la verdad.
—Nunca dejé de pensar en ti —contestó Marco al cabo de unos segundos—. Siempre me culpé por lo que ocurrió con Teach porque no pude protegerte. Creí que habías muerto— aún ahora podía recordar con toda claridad el grito de Luffy y la sangre caliente goteando en sus manos—. Creí que estarías mejor sin mí. Me convencí de que era mejor no intentar hacer nada. Ahora sé que fue un error. Y quizá ahora ya sea demasiado tarde— Marco tomó las manos de Ace en las suyas y las acarició con sus pulgares.
Ace sintió que una corriente eléctrica entraba por sus manos y recorría toda su espalda. A pesar del tiempo, de pronto pareció que aquel Marco atrevido y confiado en sí mismo volvía a él.
Marco continuó hablando al ver que Ace no apartó sus manos de él:
—Aunque... si aceptas intentarlo de nuevo, pasaré el resto de mi vida enmendando mi error.
~~ [Continuará...] ~~
En mi mente aún es viernes y no voy tarde *se larga a llorar*.
Disculpen la cursilería de medianoche. Esta historia no esperé que fuera por este lado, pero me pareció que Ace debía decirle unas cuantas cosas a Marco en vez de estar depre toda la historia. Quizá después, cuando no esté escribiendo a las 2am, regrese a corregir cosas. Cheers.
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Palabras de papel (#OnePieceWeek2021) [Marco/Ace]
FanfictionSiete oneshots enfocados en Marco y Ace en la época moderna donde ignoramos el canon. Reto de escritura #OnePieceWeek2021 del 12 al 18 de julio 2021. Week organizado por @ensalaw. Portada por PEIEN516 en twitter.